domingo, 1 de octubre de 2017

Literatura de viajes, viajeros y grandes exploradores: a la búsqueda de lo prohibido



*Esta columna apareció en achtungmag.com:

http://www.achtungmag.com/literatura-viajes-viajeros-grandes-exploradores-la-busqueda-lo-prohibido/


Hace unos días pude ver la película La ciudad perdida de Z, basada en el libro de David Grann (Debolsillo). Se trata de una historia biográfica sobre el explorador británico Percy Fawcett, obsesionado por encontrar una ciudad perdida en el Amazonas, siguiendo el rastro de la leyenda de El Dorado y la ciudad de oro. Mientras veía la película no podía dejar de acordarme de un libro bastante parecido, al menos coincidente en los aspectos de la figura del explorador y sus vicisitudes, El capitán Richard F. Burton, de Edward Rice (Siruela).

La principal diferencia entre Fawcett y Burton es que el primero nunca regresó de su última expedición, extraviado junto a su hijo en algún lugar recóndito del Amazonas. No se conoce bien cuál fue la suerte que corrieron padre e hijo. Se barajó la posibilidad de que hubieran muerto a manos de los indígenas, pero también se especuló que Percy Fawcett se quedase, extrañamente, a vivir con los indios al estilo de un Kurtz conradiano. Unos 100 hombres partieron en expediciones de rescate, con el objeto de hallar restos o indicios del explorador: ninguno de ellos regresó de un territorio extraordinariamente hostil y peligroso.

Otra de las diferencias, y muy notable, es que mientras Fawcett limitó sus andanzas al Amazonas, Richard F. Burton llevó sus expediciones mucho más allá. Es en este sentido cuando el libro de Edward Rice adquiere un relieve notable. El retrato que hace de Burton es soberbio, atento al detalle, pero sin desenfocar el verdadero espíritu y personalidad del personaje biografiado: antropólogo, militar, traductor de árabe y lenguas orientales, cartógrafo, poeta, lingüista, botánico, geólogo, traductor de Las Mil y una Noches… y, obviamente, explorador y descubridor.

Burton atesora en su carrera algunos hitos legendarios. Fue uno de los pocos occidentales en entrar en La Meca, con todo el riesgo que aquello entrañaba en el año 1853. A tal efecto, su obsesivo trabajo de estudio sobre las costumbres y comportamientos de los árabes lo llevaron a mimetizarse de tal forma que pudo pasar por uno de ellos —llegó, incluso, a circundarse—. De esta forma, siguió las andanzas del boloñés Ludovico de Varthema que, ya en 1503, lo había conseguido. La editorial Akal publicó en 2010 la primera traducción moderna de la edición latina que Arcangelo Madrigiani llevó a cabo sobre el viaje del explorador italiano en 1511. Después, fue el viajero portugués Pedro da Covilha el siguiente europeo en entrar en la Kaaba.

Aunque también fue el primer europeo que entró en la ciudad prohibida de Harar, en Somalia, realmente, por lo que Burton debería pasar a la posteridad, es por su descubrimiento de las Fuentes del Nilo Blanco y el lago Tanganika, hitos que su compañero, pero también rival John H. Speke, se atribuyó, iniciando una larga y agria polémica. Sospechosamente, el mismo dia de 1864 en el que la Asociación Británica Geográfica de Bath había designado para resolver el conflicto, mediante un careo ente ambos exploradores, Speke falleció en un extraño accidente de caza en Somerset, víctima de un disparo proveniente de su propio rifle.

Volviendo al retrato que de Burton lleva a cabo Edward Rice, cabe destacar que las páginas de su biografía son unas páginas vibrantes y repletas de vida. Contienen momentos memorables, y además sabe alimentar el misterio y el misticismo del explorador.

Burton admiraba al barcelonés Domingo Badía, más conocido como Ali Bey, que en cierto modo es el modelo que el británico imitó. Bey, también militar y experto arabista, viajó por tierras musulmanas a petición de Manuel Godoy, ministro de Carlos IV, compaginando sus dotes de explorador con los de espía al servicio de la corona española. Bey fue el tercer occidental en acceder a La Meca, pero el primero en documentar el lugar con dibujos y planos.

Producto de sus andanzas, aparecieron los libros con sus viajes en 1814. Existe una magnífica edición en tres tomos, editada por Almed en 2012. Alí Bey fue envenenado con una taza de café por los servicios secretos británicos en Damasco, mientras realizaba una misión de espionaje para Francia.
Pero no todo es brillante en la literatura de viajes o de grandes viajeros, y quiero traer aquí un par de esos libros que me han decepcionado profundamente. Se trata de Guia para viajeros inocentes (Ediciones del viento) de Mark Twain, y La vuelta al mundo en 81 días, (Debolsillo) de Manu Leguineche.

En el primero, el norteamericano, por otra parte un excelente narrador, alcanza límites insoportables con unas humoradas que pretenden ser sutiles pinceladas de socarronería, y que terminan por hartar; mientras, en el segundo, el reportero español anda más atento a erigir un monumento a su ego descomunal, relatándonos las personas importantes que conoce y lo importante que es él mismo, que a lo interesante del viaje. Al final, es el mismo defecto el que frustra ambos libros: un ego descontrolado que antepone a los autores por encima de los viajes.

Si os interesa un análisis más en profundidad del libro de Mark Twain, podéis encontrarlo en este enlace; se trata de un estudio que realicé hace tiempo:


Y para el libro de Manu Leguineche, igual:



No quiero terminar sin volver al motor que ha movido esta columna, el excepcional relato biográfico del capitán Burton que lleva a cabo Edward Rice. Un libro monumental que asegura fascinación desde el principio hasta el final, y que viene a recordarnos que la biografía es un género que permite trabajos realmente emocionantes para los lectores. Y además, fue una de las obras favoritas de mi hermano, y para mí, con eso, ya está todo dicho.

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