*Esta reseña apareció en mi columna semanal de los viernes, El odradek de achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/kafka-conrad-reeditados-navona-dos-venerables-ancianitos-montan-skateboard/
La
transformación
de
Franz Kafka y El corazón de las tinieblas
de Joseph Conrad, son dos grandes
clásicos de la literatura. De eso no cabe duda. Y como tales los ha editado Navona, dentro de su colección Ineludibles. Porque, realmente, lo son:
son dos textos imposibles de eludir, de ignorar.
Para
superar el posible hartazgo con el que alguien pueda recibir la enésima
publicación de clásicos de esta magnitud, Navona
ha revitalizado los textos presentando una nueva
traducción junto con una edición sobria, funcional, agradable y cuidada. De
esta forma, Kafka y Conrad se han visto redimensionados, y
ahora podemos disfrutar de estos textos, que son como dos venerables ancianitos
cargados de sabiduría, con un nervio y un pulso de jovenzuelos.
Como
crítico y teórico de la literatura,
es bastante dificultoso ofrecerle a un lector veterano argumentos diferentes
para aproximarse a estos dos libros. Sin embargo, y contando con que su nuevo
envasado editorial ya es de por sí una buena excusa, supongo que los lectores
curtidos sabrán excusarme si no soy capaz de añadir casi nada nuevo de reclamo.
Ahora bien, el número de personas que envidio profundamente, aquellas que aún
se mantienen virginalmente instaladas en el desconocimiento del goce que les proporcionarán
semejantes obras, quizás encuentren atractivas mis palabras a la hora de
decidirse por las ediciones de Navona,
huyendo de algunas otras traducciones alambicadas, o de aquellas ediciones de
saldillo que abundan de ambas novelas.
Empezaré
por Kafka y La transformación. En
efecto, Navona, o su traductor y
autor de un pequeño prólogo, Xandru
Fernández, le han dado a la narración el título adecuado. Como muy bien
afirma en dicho prólogo, si Kafka
hubiera querido llamarlo La metamorfosis lo hubiera titulado
así, Die Metamorphose, pero se
decidió por llamarlo Die Verwandlung:
La
transformación.
Cuando
Gregorio Samsa se despierta, “después de un sueño intranquilo”, ya se
ha convertido en un insecto. La
metamorfosis tendría mucho de proceso evolutivo, de mutaciones en diversas
formas, y presenciaríamos en la narración los cambios estructurales que
abarcarían desde una fase de pupa hasta el estadio de insecto de Gregorio Samsa. Pero la narración
comienza in media res, cuando el
protagonista ya se ha transformado por completo.
Kafka
ha compuesto un relato que muy bien puede entenderse como una obra cumbre de la
ciencia ficción, pero esa es sólo
una de las muchísimas lecturas que permite un texto de una riqueza tan enorme
como este, y además, entenderlo como una joya de la Sci-Fy tal vez sea la
aproximación más simple. Porque La transformación está atravesada de
un carácter simbólico en donde toda
la historia es una metáfora de la incomunicación del hombre, aplastado,
angustiado, sometido.
De
esta manera, entendiendo el relato de Kafka
como algo simbólico, podemos darle todo el sentido que contiene: La transformación se ha producido,
realmente, en el interior del hombre,
y se trata de un protagonista colectivo, dado que nos representa a todos
nosotros.
Por
ese motivo, que Samsa haya mutado en
cucaracha, o escarabajo, realmente carece de importancia. De hecho, el propio Kafka le insistió a su editor Kurt Wolff que en ningún caso podía
aparecer un insecto en la portada, lo que dio lugar a una de las cubiertas más
emblemáticas de la historia de la literatura.
Sirva
como anécdota el dato de que la primera
traducción de una obra de Kafka
a otro idioma fue La Transformación, vertida al castellano en junio de 1925, apenas un año después de la muerte del autor, y casi
tres años antes de que apareciera en francés. El texto apareció como una traducción anónima en los números 24 y
25 de Revista de Occidente, bajo
el título de La Metamorfosis. Desde entonces, se divulgaría con ese nombre
por todo el orbe de habla hispana —y se especula con dos buenos conocedores de
la lengua alemana como posibles autores: el director de la Revista, Ortega y Gasset, o tal vez el secretario de redacción, Fernando Vela—.
Si
os interesa una interpretación más
profunda de las muchas lecturas que se pueden hacer del texto, aquí os dejo
un enlace a un trabajo mio:
Recordemos
unas palabras de Kafka sobre las cualidades de un buen libro:
“Creo que debemos leer solo la clase de libros que nos hieren, que nos apuñalan. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta con un golpe en la cabeza, ¿para qué leemos?... Necesitaríamos libros que nos afecten como un cataclismo, que nos acongojen profundamente, como la muerte de alguien a quién hemos amado más que a nosotros mismos, como si nos hubieran desterrado a una selva, lejos de todos, como un suicidio. Un libro debe ser el hacha para el mar congelado que tenemos dentro de nosotros”.
Con La Transformación lo ha conseguido.
Por
su parte, mi historia con El corazón de las tinieblas de Conrad es una relación de amor y de
odio…, que acaba de solucionarse gracias a la edición de Navona y, hay que decirlo, por la insistencia de mi amigo Ignacio Vacchiano en que le concediera
nuevas oportunidades en forma de lectura. Tenía razón.
A
la hora de leer a Kafka es difícil
sacudirse el asunto del insecto, el de la figura de un hombre entenebrecido por
la presencia del padre, o aquello de que decidió quemar toda su obra, como casi
imposible resulta abstraerse de las muchas interferencias
que pueden obstaculizar a El corazón de las tinieblas. En
primer lugar, que en cierto modo es un recorrido como el del descenso de Dante a los Infiernos, o las incansables comparaciones de la película Apocalypse
Now con el libro, del cual, evidentemente, toma gran parte de la trama.
Sin
embargo, una vez olvidado todo esto y alejando de nosotros la falsa afirmación
de que el texto es lento, como asfixiado por ese espíritu opresivo de la jungla
que Conrad pretende retratar, si
sabemos sobreponernos a la intromisión de algunas interpretaciones que solo
encuentran una denuncia del régimen criminal del rey belga Leopoldo II en el Congo,
podemos acceder a un trabajo literario de virtudes
planetarias (y pienso en la sonrisa de satisfacción de mi amigo Ignacio al leer esto).
Desde
luego, si no se ha leído nunca la novela de Conrad, la edición de Navona
es la indicada para hacerlo. Y lo es, por ejemplo, por la traducción de un gigante como el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, que además es
biógrafo de Conrad y ha conseguido
algo muy peculiar y decisivo con El corazón de las tinieblas: dotarlo
de una luz especial.
En
El
corazón de las tinieblas vamos a toparnos con un tratado sobre la
angustia y la codicia, sobre la inmundicia
humana, desplegada en el seno de uno de los lugares más hostiles para el
hombre: la jungla pavorosa y asfixiante, que alberga un misterio de terror que
termina enloqueciendo a quienes se adentran en ella. En este aspecto, no puedo
dejar de poner en paralelo esta lectura con los Cuentos amor, locura y muerte
del uruguayo Horacio Quiroga, donde
la presencia de la selva y la muerte configuran un cronotopo muy parecido al de Conrad en El corazón de las tinieblas.
Leyendo
a Conrad, y también leyendo a Quiroga, extraemos una reflexión
inquietante: la profanación de la naturaleza, en este caso el saqueo de sus
recursos y el maltrato y la esclavitud de aquellos que la habitan, desencadena
consecuencias terribles. Fundamentalmente, la locura y la muerte.
Porque
El
corazón de las tinieblas es una novela sobre el mal, ya sea una perversidad albergada en el interior del hombre
o la perfidia mortal que despliega el entorno selvático que lo rodea —en
defensa propia ante los abusos que soporta, desde luego—; un mal que se
desencadena como una venganza, es la respuesta de la tierra a una violación, lo
que quizás podría vestir a la novela de Conrad
con un interesante carácter ecologista que dispararía otras interpretaciones.
El
mal está presente en la naturaleza como un castigo
al hombre por haberla alterado, pero también como recordatorio de que,
primigeniamente, pertenecemos a ese entorno y que debemos someternos a sus
leyes: el ser humano es frágil, como todos los elementos que conforman la
hostilidad de la jungla.
Mediante
el relato dentro del relato, la
historia que les cuenta Marlow a los
tripulantes de un barco que aguarda el cambio de marea en las orillas del Támesis, el narrador revive la opresión
que experimentó durante su estancia en el Congo.
Se produce así una interacción externa-interna de los paisajes: el tiempo
actual del relato junto al tiempo pasado de lo narrado por Marlow.
Y
las claves del descenso a este infierno
africano se encuentran en el cauce del río por el que ha navegado el
protagonista a la búsqueda de Kurtz.
La masa de agua se va convirtiendo en un curso sinuoso y terrorífico, hasta que
deja de transmitir la sensación de río y se convierte en algo aplastante.
Es
el entorno de una naturaleza inclemente, capaz de extraer toda la insoportable malignidad humana hacia el exterior.
El
hombre, oprimido por las fuerzas naturales, se convierte en un desecho nervioso
presto a saltar a la yugular de su semejante ante la menor irritación, y debe
morir para integrarse en la naturaleza que ha profanado, ya que la muerte es un
estado natural que arregla las cosas, que las devuelve a su sitio.
Cuatro
veces leí esta novela antes de toparme con la edición de Navona, que me ha permitido descubrir en ella gran parte de las
virtudes que la hacen ineludible.
Con estas nuevas ediciones, Kafka y Conrad, esos dos venerables ancianos
que se aproximaban a pasitos lentos y cargados de sabiduría, arrojan al suelo sus
sombreros de hongo y se convierten en jóvenes vivarachos que toman las tablas
de sus skateboards y realizan las
piruetas más arriesgadas con lo magistral de su literatura.
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