*Esta columna apareció en achungmag.com:
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Esta
semana hemos presenciado los fastos correspondientes al 12 de octubre, fiesta nacional de España y un día que siempre viene cargado de todo tipo de
disputas. Sin embargo, en Achtung!, sabemos
verle el lado literario a las cosas, y preferimos alejarnos de tensiones,
denuncias y polémicas. Los barcos de los Conquistadores,
o como se prefiera llamarlos, viajaron cargados de libros rumbo al Nuevo Mundo. Las novelas de caballerías tuvieron una presencia importante en el
caminar de aquellos hombres por el continente americano.
Después
de 1492, los barcos que partían
camino de América se sucedían con
efervescencia. Los capitanes al mando de las expediciones eran de buenas
familias, generalmente los segundones,
que habían recibido una educación o poseían ciertos estudios; Hernán Cortés, hijo de un hidalgo
extremeño, cursó un par de años de leyes en Salamanca, aunque los abandonó finalmente.
Esto,
junto al auge auspiciado por impresores extranjeros que se habían instalado en
la península —en Salamanca o en Burgos— y que trajeron la innovación de
la imprenta de Gutenberg, tan sólo descubierta
unos 50 años antes, contribuyó a que
se embarcaran auténticas bibliotecas en los navíos. Y los libros de caballerías eran los preferidos.
California,
Amazonas o Patagonia, topónimos que surgieron de la fascinación de los Conquistadores por las aventuras
caballerescas. La reina Califia, de
las
Sergas de Esplandián (Castalia),
bautizó a California; Francisco de Orellana denominó a la
región del río Amazonas por las
figuras mitológicas, y Patagonia se
debe al portugués Hernando de Magallanes y su pasión por
la novela Primaleón, en donde aparece un gigante con el nombre de Patagón.
Por
encima de todos estos libros se encontraba uno que era una especie de Best Seller de la época: el Amadís
de Gaula (Espasa) del
portugués Garci Rodríguez de Montalvo,
publicado por vez primera en 1508.
Las hazañas de Amadís, que narran su
nacimiento, su amor por la princesa
Oriana y una multitud de aventuras a lo largo de cuatro libros, fueron
inspiradoras de aquellos que hicieron las Américas,
inflamados por los ideales caballerescos que primaban las cuestiones del honor,
la valentía y el arrojo. El Amadís de Gaula dio lugar a otras
continuaciones, como el Amadís de Grecia.
Muchos
de los Conquistadores se sintieron
como Amadís en su batalla contra el Endriago (una bestia con rasgos de
hidra y dragón) mientras avanzaban por territorios tan desconocidos como hostiles.
Pero además del Amadís de Gaula, y su continuación en las Sergas
de Esplandián, existieron numerosos libros de caballerías de los que algunos se han perdido para
siempre: a lo largo del siglo XVI
aparecieron más de 300 ediciones en España.
Uno
de los libros cumbres de esta literatura caballeresca es Tirante el Blanco,
escrito por el valenciano Joan Martorell,
en el año 1490. Junto con el propio Amadís, es uno de los títulos salvados
por Cervantes en el escrutinio del Quijote.
Tirante
el Blanco es una de las novelas más originales de todas, con ciertas
desviaciones del género que lo hacen único. Valga como ejemplo el tratamiento
del amor en la obra, que deja de ser caballeresco e idealizado para adornarse
con tintes sexuales, o por la inclusión en la narración de detalles
autobiográficos del propio autor. En este sentido, el Tirante es un libro
atípico dentro de la novela de
caballerías.
He
mencionado “el escrutinio” del Quijote,
en donde se procede al examen y condena de aquellos libros que han enloquecido
a Alonso Quijano, y podemos fijarnos
en algunos de los textos salvados para establecer una especie de canon de la calidad de este tipo de
novelas.
Entre
el cura y el barbero arrojan muchos volúmenes al fuego, entre ellos todas las
secuelas del Amadís, incluido el Esplandián, también el Florismarte
o el Palmerín
de Oliva. Pero entre los volúmenes indultados se encuentra el Palmerín
de Inglaterra (Miraguano) de
Francisco de Moraes.
Un
libro muy interesante, que abunda en todos estos asuntos, es Los
libros del conquistador (Fondo
de Cultura Económica) de Irving
Leonard, donde analiza las lecturas favoritas de los hombres que viajaron
al Nuevo Mundo, y las que llevaron
consigo. Se trata de un libro antiguo, de mediados del siglo pasado, pero que
ha resultado capital para dar luz a algunos de los enigmas que presentaban
estas obras que tanto influyeron en los expedicionarios. Sólo hay que tener en
cuenta un dato para percibir la magnitud del asunto: en febrero de 1601 se enviaron cerca de 10 mil volúmenes a las Indias.
De
manera que, aquellos que deseen adentrarse en este terreno tan desconocido por
el lector medio, pueden iniciarse con el Amadís, el Tirante y, como
complemento, alguno de los libros menos famosos; me permito recomendar el Morgante,
del italiano Luigi Pulci, una obra
que presenta algunas características bien interesantes: una estructura de
episodios entrelazados en donde tienen gran protagonismo los gigantes, todo
ello narrado desde un notable flash back.
Y
como colofón, El libro de la orden de caballería (Alianza) de Ramon Lull,
breve compendio de las reglas necesarias para llegar a ser un buen caballero.
Además, los más curiosos pueden acceder a las guías de lectura caballeresca del Instituto Universitario de Investigación en Estudios Medievales y del
Siglo de Oro “Miguel de Cervantes”, que complementan la colección de Los libros de Rocinante, y que son las
ediciones de 31 libros de caballerías
castellanos (entre ellos el Platir, el Felixmarte o el Policisne).
Podéis consultarlos aquí:
Y
las guías de lectura caballeresca:
En
estos tiempos difíciles que corren, de insultos precipitados, descortesía a
raudales, insolidaridad cimentada en el odio y nula empatía, tal vez venga bien
recordar estos libros que para muchos no dejan de ser tomos rancios y
aburridos, para quedarnos con los
mejores valores que desprenden: el ansia de ayudar al prójimo, la
generosidad de sus héroes y la actitud valiente con la que afrontar los retos y
las situaciones comprometidas de la vida.
Quizás
las cosas nos irán mejor si fuéramos un poco más Amadís.
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