*Este texto apareció originalmente en mi columna de opinión literaria El odradek, en el sitio Achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/una-historia-policias-no/
http://www.achtungmag.com/una-historia-policias-no/
Esteban Navarro
es un excelente escritor de novela negra.
Y también es policía. Con su novela La noche de los peones (en Ediciones B) consiguió ser finalista del Premio Nadal de 2013. Se
ha convertido en uno de los principales integrantes de la llamada Generación Kindle, con una inteligente
y abrumadora presencia en las redes sociales en donde ha sabido vender muy bien
sus trabajos y se ha creado una cotizada marca
personal. Y también es policía. Su último libro, Una historia de policías
(editorial Playa de Ákaba) trata de
una mafia policial en una comisaría de Huesca. Esteban Navarro lleva muchos años entregado a difundir la
literatura y la lectura de una forma desinteresada. Hace unos días ha sido
expedientado por el Ministerio del Interior que le ha abierto una comisión de Asuntos Internos —sí, como en las
mejores novelas de detectives— por causa de unas denuncias anónimas que lo
acusan de servirse de la policía, de su uniforme, para promocionarse como
escritor. Porque Esteban Navarro es,
por encima de todo, escritor. Y también es policía.
Esta es mi primera columna de opinión literaria de El Odradek, en este Achtung Magazine que me ha recibido con los brazos abiertos. La intención de El Odradek es tomarle el pulso a la actualidad literaria, unas pulsaciones más bien moribundas en este país de Ferias del Libro, mediocridades, epígonos y diletantes. Por eso, he querido comenzar con Esteban Navarro, y con un tema sangrante relacionado con él y con su literatura.
Habrá quien piense que este escritor no necesita defensores, incluso que lo último que requiere es mi defensa, pero me siento especialmente identificado con algunos aspectos que tienen relación con la situación que está viviendo actualmente: sus propios compañeros, de forma anónima y sibilina, lo han denunciado. Argumentan que se vale de su posición, del uniforme policial, para promocionarse, para intentar vender más libros. Entiendo que esto le sea especialmente doloroso al escritor, porque, precisamente, y reconocido incluso con placas de agradecimiento, su tarea ha sido la contraria: allí donde ha ido se ha mostrado orgulloso de dignificar su profesión gracias a la literatura.
En efecto, Esteban Navarro es muy querido, y no sólo por sus muchos lectores. Los comisarios de festivales de novela negra han salido en su defensa. Y son un montón de comisarios de un montón de prestigiosos festivales. Las bibliotecas a las que asiduamente acude a colaborar en clubes de lectura también lo apoyan. Realmente, todo el mundo está de acuerdo en que este escritor lleva años luchando por promocionar la literatura y la cultura. Entonces… ¿a qué se debe una denuncia tan injusta?
Dejando a un lado que su última novela ficcionaliza una mafia policial en una comisaría de Huesca, y que eso haya podido molestar a alguien, el problema de Esteban Navarro radica en la propia naturaleza de su trabajo: corre turnos, muchas veces se enfrenta al terrible trabajo nocturno, y yo, que he permanecido más de 11 años inmerso en ese tremendo mundo, sé muy bien lo que todo ello significa.
Es difícil resistirse al romanticismo literario que envuelve al vigilante del turno de noche: que sí, de acuerdo, Faulkner trabajó de noche en una central eléctrica de Misisipi… Hay muchas horas tranquilas para dedicarse a la escritura, a leer, en efecto. Yo, en todos esos años de nocturnidad pude escribir cuatro novelas, estudiar una carrera, redactar una tesis doctoral y hacer tres masters. Y también pude sufrir la insolidaridad (por llamarla de forma suave) de la mayoría de mis compañeros. El trabajo a turnos, en especial si lo haces de noche, es un vivero para alimentar el odio de tus compañeros, que dilatan hasta la extenuación los cambios, que no tienen el menor respeto por el que lleva toda la noche en vela, y se duermen o llegan tarde… Hay un rechazo casi patológico hacia quien se marcha a casa a descansar cuando los demás arrancan la sufrida jornada laboral, hasta el punto de considerar el relevo como un favor personal que te hacen. Y luego, si eres escritor, la cosa se pone mucho peor.
Una de las asignaturas que estudié en Teoría de la Literatura fue la de Tradición Clásica. Gracias a ella aprendí muchas cosas del legado griego y romano, y me topé con un personaje singular: Procusto. A grandes rasgos, tal y cómo lo encontré en las Metamorfosis de Ovidio: este bandido acostaba a sus víctimas en una cama, y si les sobresalían las extremidades se las cortaba para “ajustarlas”. Y de aquí algo muy interesante: el síndrome de Procusto, es decir, el empeño obsesivo por cercenar a todo aquél que destaca en algo.
Es el trabajo a turnos un monumental lecho de Procusto, donde los compañeros más mediocres, hirvientes de envidia, talan sin cesar a quién pretende sobresalir. El talento es mal compañero de trabajo. Te acaban odiando, incluso por un motivo que no tiene que ver directamente por las tareas que desempeñas. Si eres escritor, automáticamente, estás señalado por la envidia. Y este síndrome de Procusto ha mordido a Esteban Navarro.
La desagradable situación por la que atraviesa el autor es producto de la envidia desaforada de sus compañeros, y lo es por una cuestión meramente intelectual, porque un escritor en España se muere de hambre y necesita de un trabajo alimenticio que poder compaginar con la tarea de su escritura. Por eso, todavía resulta más miserable esta denuncia.
Prefiero
quedarme con las novelas de Esteban
Navarro, que os aconsejo, y con mi recomendación de realizar una lectura de
las Metamorfosis
de Ovidio (editorial Cátedra) para descubrir que en ellas se
esconden todos los orígenes de la literatura moderna. Entonces, al conocer a Ovidio, podemos asegurarnos de que,
aunque Esteban Navarro es policía,
su historia no es una historia de policías, sino una historia de envidiosos. Y
al final, los envidiosos, los Procustos,
solamente nos sirven como material literario a la hora de mostrar las miserias
de nuestra sociedad. Poco más.
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