“Los autores por su lado, aceptaron convertirse en marcas comerciales.
Es la llamada profesionalización del autor, desde las bienvenidas escuelas
literarias, donde los alevines de escritor aprenden de gentes experimentadas
los usos y costumbres del trato editorial, desde la nota del contrato hasta el
tipo de texto a presentar. La presencia abrumadora de los agentes literarios,
ocupados en arreglar la intendencia de los artistas (…) fue sancionada sin
mayores problemas, porque descarga al autor de innumerables esclavitudes; por
ejemplo, la de buscar salida a sus obras. Esto contribuye a que experimenten de
otra manera la vida literaria. Los agentes literarios son como la lavadora, la
secadora y el lavaplatos para el ama de casa, que alivia los rigores de la vida
cotidiana y lava las mudas, para que los escritores se dediquen a tareas de
alto rango. Dicho de otra forma, los agentes crearon un área de servicios de
pago para los autores (…) Nos hallamos ante una sociedad literaria en que los
escritores son simplemente famosos o desconocidos”
Germán Gullón.
Los mercaderes en el
templo de la literatura.
Caballo de Troya, Madrid, 2004, pp. 27-28.
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