domingo, 27 de mayo de 2012

La pesadilla de Kurtz


El horror… el horror… el horror…, musitaba Kurtz, acuclillado frente a la hoguera en la que se recocían  restos humanos, las cabezas de sus acólitos clavadas en picas, un cadáver purulento abierto en canal a sus pies.

El horror… el horror… el horror…, murmuró, meneando la cabeza, derrotado, mientras cerraba, de golpe seco y definitivo, 2666. Y lo arrojó, con temblores, al fuego. Ahora sí, anulado el espanto, pudo cobijarse entre el tufo de los muertos, las cabezas sangrantes, y se hizo sitio entre unas tripas y un estómago, al calor de las vísceras que le servían de manta, y se acomodó pateándole las costillas al cadáver.

Antes de dormirse, no pudo evitar abrir por un segundo los ojos: mirar a la hoguera, temeroso, no fuera que esa abominación renaciera de entre las llamas.

Con la seguridad de que eso no ocurriría, soñó plácidamente en la certeza de que un tal Martin Sheen borracho se rajaría la mano contra un espejo; soñó, también, con un director de cine pretencioso y con una película de más de tres horas y con el olor del napalm por las mañanas...

Y de pronto, con unos detectives salvajes.

¡El horror!

Se despertó de la pesadilla con el título de aquella vergüenza en sus labios amargados de hiel.

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