martes, 31 de agosto de 2010

El espectro en la calle 52


Es duro acostumbrarse, pero llega un momento en el que uno acepta que los demás se avergüencen de ti. Es difícil entender que cuanto más haces, más te esfuerzas por parecer amigable, amable y bondadoso, más se avergüencen de ti. Lo podría bautizar con el nombre del síndrome de Frankestein, el pobre, que a cada cosa que intentaba con su buena voluntad, la fastidiaba más y más. Pero me agrada más calificarlo como el fenómeno del Espectro en la Calle 52. A veces me siento como en una película americana de serie B, de las de Troma de toda la vida. Soy un espectro, un aparecido o un ser de otros mundos que ha llegado a la tierra y aterrizó en la calle 52 de cualquier ciudad Norteamericana: Kansas City, Akron, Minneapolis, por ejemplo. Allí, solo, abandonado por todos, intenta ganarse a la gente y lo único que consigue es fomentar el pánico y destapar y desatar la vergüenza de los que le rodean...
Sí, es duro acostumbrarse a que los demás se avergüencen de ti, admitir que en absoluto formas parte de sus vidas Y QUE NUNCA FORMARAS PARTE DE ELLAS. Pero una vez que lo asimilas puedes regresar a encerrarte en tu agujero construido a base de bilis y pasta de papel a medio digerir, como Eugene Tooms en Expediente X, que aparece cada 30 años para devorar el hígado de cinco personas y regresar a su nido.
Quizás haya pasado mi tiempo, llegado el momento en el que, como el viejo Eugene, deba retirarme a mi agujero, con mi bilis y con mi vergüenza, esa que me sobra y que todos vosotros me habéis regalado pródigamente.

2 comentarios:

  1. Pero sin tu bilis y tu vergüenza, y finalmente tu furia, no podrías escribir como escribes cabrón... Los únicos que se avergüenzan son los que saben que nunca serán capaces de nada. Los únicos que se avergüenzan te temen.

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  2. No sabes como agradezco este comentario, en especial viniendo de quién viene.

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