ríe entre los dedos de mis pies
ninguna mujer vivirá conmigo,
no habrá Florence Nightingale que me
cuide".
Y ahora... ¿quién podrá dormirse después de esto, darse la vuelta, tranquilo en la cama, y pretender no soñar con ella?
Reflexiones de una mente enferma sobre el mal de la escritura
Una vieja idea me ronda por la cabeza… ¿Y qué idea es esa, si puede saberse? Pues la idea del suicidio. Y si tanto le apetece… ¿por qué no acaba ya de una vez por todas, por qué no se abalanza usted escaleras abajo, caballero, se rompe el cráneo y deja de incordiarnos con eso? Podría contestarle con cualquier subterfugio, pero le diré la verdad: mientras esté aquí, todavía sabré que molesto a alguien, después, es decir, al otro lado, ya no resultaré ni siquiera levemente incómodo.
Esta mañana se ha sabido, lo he visto en ABC News mientras desayunaba mis cereales, mis Kellogs de toda la vida, porque yo soy muy tradicional en eso y no tolero los Cheerios ni esos Weetabix: mientras Mancuso aguardaba al veredicto de su juicio, acusado de corrupción por aceptar un soborno a cambio de no poner una multa de tráfico en la localidad de Anchorage, el patrullero Mancuso –sí, ese patrullero Mancuso- se ha colgado en su celda. Durante la vistas previas apareció desmejorado, hinchado por un tratamiento de corticoides, sudando abundantemente, con temblores nerviosos a causa del mono que le producía el abandono de su adicción a los barbitúricos, y con un descomunal bigote, descuidado, que le colgaba del labio superior como dos boñigas de perro: laxo y marrón.
Dejó una breve nota en su celda, junto a su cadáver que todavía se bamboleaba del techo: papa, al final acabé como tú.
Holden Caulfield, después de comportarse como un auténtico capullo durante toda su adolescencia (dejó colgados los estudios, robó unos coches en Iowa, destrozó los parquímetros de Akron, pasó un tiempo en el correccional de New Hampshire, se metió en peleas a lo largo de todo el estado de Nevada, dejó embarazada a su novia de Schenectady, se volvió un alcohólico), fue encontrado muerto en una habitación de motel de Providence. Llevaba una semana sin salir y la peste que se filtraba por debajo de la puerta, junto con las voces del televisor todo el día encendido -fundamentalmente el griterío del show de Oprah-, terminaron por amoscar al gerente, que utilizó su llave maestra: allí estaba, desnudo sobre la cama, con el cuerpo picado por la heroína, extraordinariamente delgado, sus costillas se marcaban y sus caderas casi parecían las de una muchacha; al lado de la mesilla una botella medio vacía de Jim Beam y una breve nota: Jerome: eres un hijodeputa, un bastardo, una vieja maricona, un cabrón y gruñón que me destrozaste la vida. ¿Qué te crees que se puede llegar a ser en el mundo después de ser Holden Caulfield, cuando se es Holden Caulfield? ¡Que te den! Cinco o seis gramos de heroína se encargaron de hacer el resto. El forense dictaminó que la última comida de H.C. fue una pizza con extra de pepperoni (se ve que la acidez de estómago no le importaba tanto a H.C, eso ya no era un problema cuando uno se iba a meter un postre de varios gramos). Por cierto, en el baño, en un cubo y empapado en benzina, un ejemplar de El guardián. H.C. no tuvo valor para destruirlo porque quemarlo significaba aniquilar su propia existencia… y se había conformado con eliminar su cáscara no literaria con un buen chute. A última hora, el forense dictaminó que había cosas extrañas en la escena, elementos que no cuadraban en la escena, rarezas en la escena, que se trataba de un asesinato y que se intentaba hacerlo pasar por una sobredosis o un suicidio y que, tal vez, detrás de todo aquello se encontrara ese Jerome, el amante homosexual del muchacho… Una teoría plausible, si el tal Jerome no fuera un anciano nonagenario y maniático, recluido del mundo desde hacía cuarenta años y, para mayor lástima, que llevaba fallecido poco más de un año.
Cariño:
¿Cómo van las cosas en tu pequeño mundo?
Hoy puse, por casualidad porque, la verdad, lo tenía casi olvidado, como nuestro amor, el 101 Live de Depeche Mode. En cuanto empecé a escucharlo empecé a recordarte: para mí has sido una fila de copas en la barra de una discoteca e, incluso, ese olor, ese olor a bourbon apurado ya casi al amanecer. El sonido industrial y el ritmo machacón de People are People me recordaba al estrago que tus ojos hacían en mi pecho. Cuando me mirabas: me atravesabas. Never Let Me Down Again. En directo en el Rose Bowl de Pasadena… luego hubo otro estadio norteamericano e importante en nuestras vidas, ¿te acuerdas?, en donde Tassotti le rompió la nariz a Luis Enrique y cuando nos eliminaron con aquel gol de Baggio (Abelardo impotente que estiraba la pierna sobre la línea de meta) y yo me rompí la camiseta de The Alarm que llevaba desde hacía años como una reliquia y ya estaba hecha jirones, y me la arranqué y la arrojé por la ventana coincidiendo con el pitido final del partido y tú te reías por lo vehemente de mi reacción y luego yo me tuve que marchar a pinchar al Ay Jalisco, entre vaporadas de la pizzería de al lado que salían por el conducto del aire acondicionado y poner a Madonna (creo que era la época del Vogue), a Brian Adams y con ese encargado que era del Deportivo de la Coruña y no hacía más que pedirme canciones de Queen y el relaciones que venía a la cabina a charlar conmigo un rato y era un tipo majo, la verdad. Y es cierto que el sonido del público tal vez esté demasiado alto en ese disco, en el 101 Live, incluso que Gahan y compañía sean más fríos e incomunicativos que de costumbre, pero cuando escucho Just Can´t Get it Enough y Everything Counts no puedo dejar de recordarte, de sentirte tan dentro de mí, de pensar en cómo nos hemos podido perder tantas cosas desde entonces, en todo lo que habríamos podido vivir juntos y en esos momentos en los que, abrazados, escuchábamos Master and Servant y todo nos parecía lo más hermoso del mundo, que vivíamos los momentos más hermosos de la existencia, que a la vuelta nos esperaba lo más hermoso de nuestra vida aunque, si de repente oíamos Never Let Me Down Again una sombra de duda, que era de certeza, ya oprimía la felicidad de nuestros corazones tan ahítos de Jack Daniel´s. No había dudas: todo era una cuestión de tiempo. A Question of Time.
Bukowski, Mujeres:
-¿Sabes cómo se les llama a los tipos como tú? –dijo Lydia.
-No.
-Se les llama aguafiestas.
He vuelto a hacerlo: de cena: botella de Jack Daniel´s y media docena de Orfidal: felices sueños de un instante: feliz cortina de humo: feliz destrucción.
Soy un despojo en un barrizal.
Despojo: los restos del pescado que reposan sobre el mostrador, coagulados de sangre y coagulados de moscas, coagulados de rojo y coagulados de negro; las raspas ensangrentadas de una merluza con su estúpida cabeza de ojos muy abiertos no comprendiendo lo que sucede; una anguila putrefacta se escurre desde el cesto al suelo plagado de cucarachas y golpetea con un chapoteo enlodado; el lomo áspero de las rayas que presentan su repulsivo envés blanquecino de quirófano, glande cuarteado y reseco al sol; la cabeza de res sonrosada que gotea fluidos apestosos colgada de un gancho; un perrillo que corretea por entre los puestos del mercado con los ojos enfermos y pegados de pus, legañoso y comido de piojos; un cuchillo que corta y sierra tuétanos y rasga pieles y despende pelarzas que son arrojadas sobre el barrizal.
Barrizal: un charco fangoso sobre cuya superficie aceitosa flotan los mosquitos que se alimentan de pequeñas gotitas de sangre, de pequeñas partículas de muerte, de pequeñas lágrimas de orina, de salivazos y escupitajos; una regacha de agua estancada y pestilente sobre la que zumban los avispones que se frotan las patitas al sorber la porquería del fondo arenoso; restos de cerveza pisoteada, meados, mocos, sangre, esputos, serrín, pelarzas y un despojo que aterriza, con un chasquido repulsivo, sobre el agua ennegrecida que se agita en vaharadas.
Soy un despojo en un barrizal.