Thick as Thieves era nuestra canción, en efecto, Thick as Thieves era nuestra canción.
Lo era: para los buenos y para los malos momentos, en la debilidad y en la fuerza, en los atascos y cuando nuestro pelo se agitaba por las ventanillas del coche, en nuestra Torre de Marfil y en nuestro descenso a los Infiernos, delante y detrás de las barras del bar, flotando en los cubitos del vaso de Jack Daniel´s o ahogada en los prematuros versos que yo abigarraba en hojas sobre las mesas de una cafetería.
Sí, Thick as Thieves era nuestra canción: por delante de David Bowie, en las tardes tristes, las noches de palabras y las mañanas de resaca, era nuestra para tararearla a pleno pulmón en la radio del coche, era nuestra para sentirla hervir en la sangre caliente; sí, era nuestra.
Thick as Thieves era nuestra canción: en el amparo, en el desamparo, en el amor y en el desamor, en la cercanía y, ahora, en la enorme, lamentable e insalvable distancia.
Sus acordes, sus puentes, ardiendo, todos ellos, en nuestros corazones.
Lo era: para los buenos y para los malos momentos, en la debilidad y en la fuerza, en los atascos y cuando nuestro pelo se agitaba por las ventanillas del coche, en nuestra Torre de Marfil y en nuestro descenso a los Infiernos, delante y detrás de las barras del bar, flotando en los cubitos del vaso de Jack Daniel´s o ahogada en los prematuros versos que yo abigarraba en hojas sobre las mesas de una cafetería.
Sí, Thick as Thieves era nuestra canción: por delante de David Bowie, en las tardes tristes, las noches de palabras y las mañanas de resaca, era nuestra para tararearla a pleno pulmón en la radio del coche, era nuestra para sentirla hervir en la sangre caliente; sí, era nuestra.
Thick as Thieves era nuestra canción: en el amparo, en el desamparo, en el amor y en el desamor, en la cercanía y, ahora, en la enorme, lamentable e insalvable distancia.
Sus acordes, sus puentes, ardiendo, todos ellos, en nuestros corazones.
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