Cariño:
¿Cómo van las cosas en tu pequeño mundo?
Creo que será la última vez que te escriba, que utilice este encabezamiento, sacado de aquella canción de los Jam que tanto te gustaba… ahora, de fondo, estoy escuchando a Smokey Robinson, The tracks of my tears, ya sabes, ¿recuerdas mi predilección por este tema? no, claro… ¿qué vas a recordar ya, tú?, qué vas a poder recordar… en cualquier caso, hoy, es hoy, será hoy: hoy es el día… me marcho, más allá de este bosque, quizás alcance el otro lado del pantano, si el vendaval que azota las cristaleras, terral de pesadilla, me permite llegar… había pensado internarme en el bosque, eso había pensado, y que me encontraran, quizás, varios días después, o meses, al fondo de un barranco, tirado en alguna zanja, hinchado y corrompido, picoteado, devorado por alimañas, o tal vez colgarme de un árbol que me fuera atractivo, pero no tengo valor para eso, no, no lo tengo, al menos de momento, ¿por qué hacerlo?, te preguntarás, desde allá, desde tu pequeño mundo… realmente, la pregunta es: ¿por qué no hacerlo?: porque nada, nunca, ha valido la pena, por ejemplo, porque estoy cansado, pero con un cansancio que se derrama por encima de mi cabeza como el agua sobre las cabezas que ungía el Bautista, que me inflama los ojos, la cara surcada por un eritema de tanto llorar… porque el Minotauro exige ser ejecutado en una plaza, puesto en las quirúrgicas manos de un matarife, porque Eugene Tooms se hartó, hace tiempo, de comer hígados y tragar bilis… agotado, sí: y tal vez colgarme de un árbol pudiera ser un buen final, o llenarme los bolsillos de piedras y arrojarme al pantano como San Juan Nepomuceno fue lanzado al Moldava desde el Puente Carlos de Praga… porque, en efecto, nada, nunca, mereció la pena, ¡cuánta razón tenías!, porque he leído todos los libros y escuchado todas las canciones en busca de una señal que nunca ha llegado, porque las lágrimas no son suficientes, nunca son suficientes, nunca lo son, para quererte tanto… por todo eso, quizás, o quizás ya no… en cualquier caso, ahora, cuando el vendaval sopla con mayor fuerza contra las cristaleras y el azul del pantano refulge entre la herida del corte de los dos montes, ahora, me dispongo a salir, a internarme en el bosque, a terminar con todo esto, a extraviarme, pensando en todo lo que te he querido y en que, si algún día todavía necesitas encontrarme, o hallar los despojos que aún resten de mí, no tendrás más que seguir, en tus oídos la aterciopelada voz de Smokey Robinson, y en el suelo la pista, los surcos, enormes y profundos de dolor, que han ido dejando mis lágrimas, a modo de unos estúpidos Hansel y Gretel de la desesperación… no… de la decepción… no… del desengaño… no: de la derrota.
Eso es: de la derrota.
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