miércoles, 29 de febrero de 2012

Historiectomía II

2.El caso Pinkerton:

El otro día intervenimos en el caso de Henry Pinkerton, un asunto de pura rutina: El señor Pinkerton vivía feliz y satisfecho con su familia en una zona residencial de Pittsburg. Su sueldo al frente del concesionario de automóviles le permitía un ritmo de vida desahogado y ahorraba en un fondo de pensiones para disfrutar la jubilación. Entonces, una mañana, mientras leía el Herald durante el desayuno, se topó con un titular que arruinó si vida. Su primera novia había sido brutalmente violada, estrangulada, en un crimen ritual que centró todos los focos de los medios. Aquella noticia le causó una impresión tal que empezó a plantearse si no debería haber continuado con ese primer amor, a todas luces, ahora que ya había muerto, un amor verdadero, su amor verdadero… y todo su mundo empezó a derrumbarse sin sentido. Vino a vernos muy angustiado porque el matrimonio se iba al garete, el negocio próspero hacía aguas y todo parecía importarle muy poco al haber descubierto cómo había desperdiciado su vida al no continuar con su primera novia, a la que amaba, y formar una familia con una mujer que de la noche a la mañana le resultaba odiosa: todo era una impostura, un engaño, se estaba engañando desde que tenía 19 años…

¿Y qué creen que hizo? ¿Nos pidió que volviéramos en el tiempo para salvar la vida a su antigua novia? En absoluto. Simplemente, no deseaba tener esa revelación: esa completa seguridad de que su vida estaba vacía y era mentira. Como el detonante era el titular del Herald, nos pidió que ese día el repartidor no lanzara el ejemplar a su porche. Fue una intervención sencilla. Eso era fácil de evitar. Pero no tuvo éxito: en efecto, no se enteró por la prensa, pero el caso era tan notorio que en seguida lo descubrió por la televisión y, de forma implacable, su mundo se vino igualmente abajo. Entonces, nos vimos obligados a una segunda intervención. Y se dirán ustedes: ahora sí, ahora tocaba salvar a la chica. Tampoco. El señor Pinkerton eligió no haberla conocido nunca. Hacerlo llegar tarde a la fiesta en donde coincidieron por vez primera fue suficiente para que él entrara por una puerta de la casa con todo su futuro de piezas de motor, últimos modelos y complejo residencial con piscina a salvo, y que ella saliera por la puerta de atrás camino de una violación y un estrangulamiento ritual que aguardaban una veintena de años más adelante. El cliente manda, y elije, y el señor Pinkerton se marchó de nuestro centro muy satisfecho.


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