Aunque ya estaba en el ocaso de su fama, y ni tan siquiera daba clases, el padre Bauselas era toda una institución en el internado: se dedicaba a mustias labores administrativas y a mantener el orden con su sola presencia. A Bauselas lo acompañaba una muy mala reputación pues se decía que fue boxeador en su juventud. Se comentaba que su mal humor y su retorcido carácter eran temibles. Se hablaba y no se paraba de las palizas que Bauselas propinó a ciertos alumnos rebeldes, con profusión de patadas por doquier, golpetazos y brutales castigos, pero todo ello sonaba como a unos sucesos que pertenecían al pasado. Su figura era conocida incluso en otros internados de la región, al mentar su nombre se imponía el silencio y el orden como cuando se amenaza a un niño con la llegada del hombre del saco. Sin embargo, Alejandro se quedó con las ganas de ver al propietario de tan temible pasado en su salsa (es decir, repartiendo mamporros a mansalva) y ni tan siquiera llegó a presenciarlo intervenir en una mala bronca o pronunciando una palabra más alta que otra. Y tan temible como su pasado era su cara de bull-dog, achatada la nariz por algún mal golpe encajado en su época boxística... Por si todo ello fuese poco, la sotana de Bauselas también era célebre: nunca vio Alejandro una sotana más tiesa, más almidonada, que sembraba el pavor a su paso al escucharse el sonido que emitía el roce de las piernas al caminar: sshh, sshh, y todos sabían quién se acercaba, quién era el dueño de ese atemorizador siseo.
Bauselas derramaba sobre la cabeza de Alejandro un indeterminado polvillo cada miércoles de ceniza, actividad para la que el otrora padre justiciero parecía relegado y que cumplía esbozando cierto rictus que podría pretender ser de recogimiento y trascendencia, pero que parecía más bien de estreñimiento o acidez hiperclorhídrica... o tal vez de ambas cosas a la par.
Alejandro recordaba perfectamente, también, aunque con una grima incómoda, al padre Canto durante aquellas clases de sexualidad en las cuales, para ahuyentar la tentación futura, tal y como afirmaba, enseñaba a los chicos fotografías de enfermos de cáncer de testículos, de sifilíticos, de chancros supurantes y alegaba, después, que todo eso no era más que un castigo divino enviado a las carnes de los pecadores y concupiscentes... ¡Incluso un genio creador como Schubert padeció esa enfermedad! Para que ellos evitaran verse así, en el futuro, deberían practicar la abstinencia... Una vez, el padre Canto le arreó una colleja tal a Alejandro, y lo pilló tan desprevenido, que se golpeó contra el pupitre. Le pitaron los oídos durante una semana entera...
Bauselas derramaba sobre la cabeza de Alejandro un indeterminado polvillo cada miércoles de ceniza, actividad para la que el otrora padre justiciero parecía relegado y que cumplía esbozando cierto rictus que podría pretender ser de recogimiento y trascendencia, pero que parecía más bien de estreñimiento o acidez hiperclorhídrica... o tal vez de ambas cosas a la par.
Alejandro recordaba perfectamente, también, aunque con una grima incómoda, al padre Canto durante aquellas clases de sexualidad en las cuales, para ahuyentar la tentación futura, tal y como afirmaba, enseñaba a los chicos fotografías de enfermos de cáncer de testículos, de sifilíticos, de chancros supurantes y alegaba, después, que todo eso no era más que un castigo divino enviado a las carnes de los pecadores y concupiscentes... ¡Incluso un genio creador como Schubert padeció esa enfermedad! Para que ellos evitaran verse así, en el futuro, deberían practicar la abstinencia... Una vez, el padre Canto le arreó una colleja tal a Alejandro, y lo pilló tan desprevenido, que se golpeó contra el pupitre. Le pitaron los oídos durante una semana entera...
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