viernes, 31 de diciembre de 2010
Amoniaco (para un fin de año)
El olor de Amoniaco es el olor de los quirófanos, es el olor de la difícil y violenta desinfección, es el olor del sufrimiento: mi olor.
Tú eres mi olor, tú eres mi dolor:
tú eres mi Amoniaco.
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jueves, 30 de diciembre de 2010
Hemorragia
Todas esas ratas que veo corretear por las galerías, sí, todas esas, tarde o temprano comerán del veneno que es una sustancia hemorrágica y ya nada podrá evitar que se desangren en un torrente de venas y capilares quebrados.
Todos esos recuerdos, ese nombre tuyo, tus manos, sí, todas esas cosas, tarde o temprano harán que me desangre en un torrente de hematomas y derrames.
Eres mi hemorragia. Sin contraveneno posible.
En la oscuridad de las galerías, entre la tuberías, entre restos de cables, junto a los hilos telefónicos que, seguramente, ahora transportan tu voz para desear un feliz año a alguien que adoras... junto a todo eso:
me desangro.
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Tiananmen (sobre los adoquines)
En Tiananmen, sobre los adoquines, un hombre se arrodilla delante de un tanque y abre los brazos en cruz a la lluvia y a la historia. Al cielo.
En Tiananmen un tanque se detiene frente a un hombre arrodillado sobre los encharcados adoquines, con los brazos en cruz, recortado bajo el cielo de pesadillas. Un soldado desciende del blindado con la tranquilidad de la rutina burocrática, da unos pasos, apunta a la cabeza y le descerraja un disparo en la boca.
En Tiananmen un hombre, con los brazos en cruz y arrodillado, se desploma vomitando sangre sobre los adoquines manchados del veneno de la ira. El cielo, ahora, es su techo.
En Madrid, un hombre se arrodilla en un parque embarrado mientras diluvia todo diciembre. Abre los brazos hasta situarlos en cruz y pronuncia una plegaria: tú eres mi Tiananmen, dame la libertad. Le exige a Dios que lo destruya, pero Dios no atiende hoy a tan buenas razones.
En Madrid, un hombre se arrastra por el barro, extiende los brazos en cruz sobre los charcos, exige su destrucción y descubre que el infierno, ahora, es su techo.
miércoles, 29 de diciembre de 2010
En Familia
¿Qué tal ha pasado usted las Navidades?, le preguntó el chupatintas ascendido a jefecillo.
Las pasé en el trabajo, viendo las ratas del alcantarillado... -le repuso sin mucho entusiasmo.
¡Entonces no tiene usted de qué quejarse! -exclamó el tiralevitas poderoso.
¿No?- preguntó sorprendido.
No... ¡las ha pasado en familia, hombre!
Coño, pensó él... ¡pues si tenía hasta razón!
Y juntos se fueron a tomar un café: el café de los vencidos.
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Branquias
¿Sabes? -dijo él-. He descubierto que mi desamor tiene branquias. ¿Cómo es eso posible?, preguntó ella, y su capuchino parecía haberse cortado repentinamente, agrio y amargo. Porque ayer me suicidé, ahogándome en la bañera, y mi desamor ha sobrevivido a la apnea. Ummm... reflexionó ella: La próxima vez prueba a meterte en el agua con un aparato eléctrico, ¡veremos que desamor soporta eso!
En efecto, así pensaba hacerlo: en cuanto llegara a casa.
El capuchino estaba agrio y amargo. Ella dio un sorbito y lo confirmó con un mohín de desagrado.
Me sangran las manos...
Me sangran las manos... de escribir tu nombre en Internet, de buscar retazos de tu vida en el espacio de la red; me sangran los dedos de teclearte, Sherlock Holmes de la www, estúpido Harper, investigador privado de laceraciones y uñeros. Se me escurre la sangre por los brazos, llega a los codos. Muevo el ratón enfurecido, pulsación tras pulsación que me aproxime a un resquicio de tu vida virtual, de tu sonrisa virtual, de tu perfil de Twiter o Facebook.
Me sangran las manos, los dedos: hasta que sólo sean muñones y sea consciente de que esa sangre, que fluye a borbotones en la yugular, que empapa el teclado, es la única realidad aquí del único corazón que late.
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Al estilo de Thomas Bernhard
Me contaron una vez que un hombre de Linz, que trabajaba en una empresa de Salzburgo vigilando el subsuelo de Salzburgo, las alcantarillas, los colectores, los sumideros, las desembocaduras, los sifones, ese hombre de Linz, que trabajaba en Salzburgo, decidió un día, bueno en realidad ese hombre de Linz que trabajaba en Salzburgo lo decidió una noche porque trabajaba en el turno de noche vigilando el subsuelo de Salzburgo, decidió, decía, que esa mañana, cuando todos se incorporaran al trabajo en el vetusto palacete de Salzburgo en donde estaba instalado el Centro de Vigilancia de Subsuelo, decidió que esa mañana los mataría a todos. Para eso, aquella noche de helada en Salzburgo, el hombre se llevó una escopeta de caza de cañones recortados con la que solía matar pájaros en el Obersalzberg. Así que esa mañana, cuando llegaron sus compañeros a darle el relevo, los mató uno a uno, incluso a su jefe, hasta alcanzar la docena. Después, confesó a la policía de Salzburgo que lo hizo porque había estudiado la carrera de Literatura en la localidad belga de Lovaina y, desde entonces, deseaba hacer algo al estilo de Thomas Bernhard en su libro El Imitador de Voces. Y aquello es lo que había hecho el hombre de Linz que trabajaba en Salzburgo vigilando el subsuelo de Salzburgo y había estudiado Literatura en Lovaina: algo al estilo de Thomas Bernhard.
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Nochebuena en las galerías
De la Nochebuena en las galerías emana un vaho de tristeza y derrota, como un negro barro, un lodo amargo que se agarra a la garganta y te asfixia el corazón.
De la Nochebuena en las galerías asciende una humedad como de orines de perro, emana la peste de la venganza, el aburrimiento del odio desencadenado a esas horas de la madrugada.
De la Nochebuena en las galerías asciende el pánico del subsuelo, los reflejos de la propia vida en los charcos de grasa y combustible. Una carretilla desvencijada, sin ruedas, varada en el limo de la oscuridad, mordisqueada por las ratas. Y una maldición de no te querré nunca.
De la Nochebuena en las galerías, horas, y el móvil sin sonar. Horas, horas, horas y desesperación.
De la Nochebuena en las galerías tan sólo resta lamentarse, lamerse las heridas con la llegada del alba y desear no haber estado, nunca, allí.
Nochemala en las galerías. Sí, es cierto.
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viernes, 24 de diciembre de 2010
Oscuro Tizón de Altea (2)
¿Cómo es que ahora hay tanto sol si apenas unos momentos antes estaba nublado? -se preguntó.
Es que cuando ella sonríe se ilumina el mundo -concluyó.
¿Cómo puedo pensar algo tan hermoso y tener el corazón tan negro? -reflexionó en alto.
Porque la brasa ha ardido tanto: que ya es carbón -escribió en su epitafio, sobre su tumba envilecida por el moho de siglos.
Oscuro Tizón de Altea
Es la característica principal que tenemos los personajes de ficción, inventados, de mentira, que nuestros corazones son negros como la tinta: a nosotros nos bombea un bolígrafo.
martes, 21 de diciembre de 2010
En unos Grandes Almacenes
En unos grandes almacenes he visto un letrero: "eres lo que lees". Entonces, yo he sido tiempo, una enorme cantidad de tiempo invertido en encontrar una clave secreta y oscurecida en los libros. No la he encontrado. Así que he sido tiempo invertido y un fracasado. Y todo por leer (según opinan los grandes almacenes).
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Poética y Retórica de la Ficción (IV)
Los personajes no son los personajes, sólo son el sueño de su autor. El autor no es el autor, es sólo la pesadilla de sus personajes. La novela no es la novela: es sólo un mal sueño de los lectores.
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lunes, 20 de diciembre de 2010
Todo pasa por algo
Oh, vamos, me reprendió, ya sabes que todo pasa por algo. Ya lo creo, le dije, que todo pasa por algo: sucede, aunque sólo sea por el mero placer de hundirme.
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El Gran Desafío (Exterminio)
Desde luego, me dijo, ese es un gran desafío por el cual merece la pena luchar... Sí, de acuerdo, contesté comprensivo, ¿pero merece tanto la pena si sabes que no vas a compartirlo, nunca, con nadie? Ella torció los labios, meditó unos segundos y su respuesta planeó sobre las tazas de café hasta alcanzar mi corazón: No, claro, si no lo vas a poder compartir, nunca, pues entonces no merece tanto la pena. Lo ignoraba, ella lo ignoraba: con esas palabras acababa de abrir la puerta de mi exterminio.
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domingo, 19 de diciembre de 2010
Como Robert Palmer
Como Robert Palmer cantando Some Guys Have All The Luck, ignorando, ahí arriba, en las candilejas del escenario, que su corazón reventaría en el pecho. Como Robert Palmer, cantando, a la espera del infarto, como él, escribo y arrugo páginas, a la espera del mazazo, del final. Como Robert Palmer busco rubricar con un FIN las palabras vertidas en madrugadas, en noches en vela y en horas crueles. Escribo con miedo a que cruja la maquinaria, a que el basta ya me alcance demasiado pronto.
Como Robert Palmer cantando, con miedo a reventar y que nadie me haga ni caso.
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Horario del Crematorio
Primero fueron palabras, hoy, de nuevo, la voz, venida de tan lejos, como una fiebre de nieve, extraña, como una lanza oscura en medio de la blancura sucia de los sentimientos...
Es invierno, cuando el calor me lo proporcionan UB40 y Barceló, cuando la esperanza arde como los dedos de las manos enfundadas en sus mitones, cuando el corazón apenas alcanza a bombear.
Fueron palabras, fue voz, fue calor, fue dolor.
Es invierno. Tu presencia hervida como el delirio, como una enfermedad, palpita desde el otro lado del satélite, desde el otro lado de las vidas, desde el otro lado de los pulmones, desde el otro lado. Siempre desde el otro lado.
Sí, primero fueron las palabras, hoy, de nuevo, la voz, venida de tan lejos, como una fiebre de hielo y nieve, como una fiebre que consume y calcina hasta los huesos y no deja más que cenizas: las reliquias, mis propias reliquias cocidas en tu crematorio.
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sábado, 18 de diciembre de 2010
Liverpool
Estoy muy preocupada por ti, me dijo. Desde luego, es para estarlo, respondí sin la seguridad de lo que significaban aquellas palabras que brotaban desde mis labios a la turbia cerveza. Pegué un trago y en mi hígado se formó una piscina de desencantos, con olores a tabaco rancio y antiguas lágrimas, con espumas de tristeza y natas de odio. Sentí una punzada en el costado y llevé la mano con rapidez a la zona, mientras se me emborronaba la cara con un puñetazo de dolor. ¿Te pasa algo? Me preguntó, nerviosa. No es nada... dije, descargando la importancia de la situación como un estibador estajanovista. Es la vida, que sale al encuentro, y acompañé mi sentencia con otro vigoroso trago de espuma mortal.
No era la vida, era ese enorme desamor que se estaba dando un baño en la piscina de mi hígado, aprovechando el buen tiempo porque sabía que muy pronto, por el horizonte, arribarían las brumas y los primeros fríos solitarios.
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La Naturaleza del Juego
Ser derrotado está en la naturaleza del juego, de todo juego. Ese es el riesgo de jugar a perder o ganar, que generalmente uno es derrotado cuando las cuentas de piedra han devorado todas tus casillas, han brincado por encima de tu color y han sumido tu vida en la hecatombe. Poco resta ya, arrojar el tablero al suelo de un manotazo, suplicar aquella revancha que jamás llegará (y en la que, de nuevo, las cuentas de colores devorarían tus escaques), llorar vencido. Porque, entonces, comprendes muy bien la naturaleza del juego; esa naturaleza del juego que significa la derrota. Entonces, lo entiendes: ser derrotado es el fin mismo del juego.
Como Treplev
Como Treplev saldré a la niebla, buscando el disparo, el fresco disparo... Como Treplev he amado un imposible, como Treplev lucho con impotencia contra los fantasmas del teatro, que nacen en esa linea de sombra de mi cerebro. Como Treplev, un día contemplé el mar, pero no pude matar a una gaviota, la gaviota me asesinó a mí. Como Treplev, sí, al fin como Treplev, romperé todos mis escritos un segundo antes de salir a la niebla, cogido de la mano de Silva y Potocki, y como Treplev buscaré el fresco disparo... sí, como Treplev.
Y Kafka en lo alto que lo contempla todo: como rompo mis escritos, como me descerebro de un disparo, como sepulto la eternidad de esputos...
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jueves, 9 de diciembre de 2010
Desde mi torre de Amras
Desde mi torre de Amras contemplo una extraña manera del paso del tiempo. El tiempo son saetas de dolor, de punta envenenada, que infectan mi cerebro. Desde mi torre de Amras, recluido en el asco de la bestia, en la oscuridad de la vergüenza, en la ira de la derrota, en la incomprensión por no merecerlo, repaso, como un libro de claves, Amras, de Bernhard. Desde mi torre de Amras leo Amras. Y descubro que:
-"el mundo sólo actúa y comprende siempre a partir del mal"
-"tenemos que volver a existir otra vez, en contra de nuestra voluntad"
-"la tristeza gobierna la razón"
-"cada uno es de por sí el centro destructor de toda destrucción"
-"en torno a nosotros y dentro de nosotros y con nosotros se desmorona todo"
-"lo veo todo como una estación transformadora de todas las desesperaciones"
-"en el fondo sólo existe lo que nos ha atormentado y lo que nos atormenta"
-"sólo existe lo que nos atormenta siempre (para nosotros)"
Desde mi torre de Amras leo Amras.
Desde mi torre de Amras leo Amras y cada vez entiendo menos no haberlo merecido, cuando debería entenderlo más, cada vez más.
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El Abismo
Desde el borde de las páginas me precipito, un abismo, al borde de mi memoria. Desde el borde de mi memoria recuerdo las palabras pronunciadas sobre cómo merecerlo, sobre cómo obtenerlo, cómo conseguirlo, disfrutarlo... Son palabras, palabras, palabras... mentiras shakesperianas que se articularon como en una fantasía, cuando el mundo parecía detenerse y yo estaba tan cerca. La verdad, yo hice por merecerlo, pero no lo merecí. Y ahora, desde el abismo, soy un Silva que se desgarra de un disparo el corazón, un Potocki que lima y lima su bala de plata (especialmente acuñada para el suicidio) y con cada limadura acorta el tiempo que le conduce al abismo.
Sí, había que merecerlo, y yo no lo merecía. Esa fue la mentira de mi vida.
"Mi novela es el acantilado del que estoy suspendido, y no se nada de lo que sucede en el mundo", dijo Flaubert. La cita la anotó Kafka en sus diarios. La vida es mi novela, y mi novela se abisma en el acantilado de las mentiras, de las promesas pronunciadas sin su carcasa de verdad. Del desengaño y del dolor.
Ahora lo contemplo todo desde el abismo de mis páginas y entiendo aún menos por qué no me lo merecí.
jueves, 28 de octubre de 2010
Chico de la pipa (de maíz)
Ayer me enteré, chico de la pipa,de que ya no estás. A menudo te solía ver fumar en la puerta del Edificio E,al caer la tarde, mientras aguardabas a una de tus clases de literatura, los sueños de Shakespeare y Cervantes escritos en el humo de tu pipa. Tranquilo, sin meterte con nadie,la pipa entre los dientes con esa calma -la entiendo ahora- de los vencidos, de quienes no tienen ya nada que perder porque lo han extraviado todo...
Solía verte, chico de la pipa, allí sentado sobre el cemento, fuma que te fuma, con algún café también, hundido en tu pozo de penuria, en tu fondo de negros posos, en la turba de tu desgracia.
Encendías, a ratos, la pipa, pero esa llama, la llama del mechero, apenas sí podía alumbrar tu corazón apagado, apagado y sin rescoldo porque, chico de la pipa, tú sabías que nadie era capaz de quererte, pero eso no te eximía de tu derecho a enamorarte.
Chico de la pipa, ayer me enteré de que te dejaste ir por el sumidero de la sangre, las cuchillas y los recuerdos tan duros, en un apartamento sucio y desolado te abandonaste a la muerte como una forma de resistir a la vida.
Chico de la pipa de maíz, la gente pasaba a tu lado y te miraban de reojo. No sabían que hoy ya no estarías allí, fuma que te fuma. Sufre que te sufre.
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domingo, 24 de octubre de 2010
En la estación de las horas
RODEADO DE TANTOS ESTÚPIDOS
en la estación de las horas,espero a que parta un tren, entre tanta y tanta gente que no tiene nada que hacer, ni nada que decir, solo en medio de esta multitud, cuando los sentimientos arrecian fuerte y el aguacero de trenes azota el panel informativo, cuando los sentimientos arrecian tan fuerte, vivo en peligro, vuelve a ser lo mismo, lo de siempre, no veo el final al final, el tiempo pasa, el horario del tren se acerca, en el mar de dudas y gente me pregunto como afrontaré esta nueva etapa, ¿a donde voy?, ese momento maldito, esa ocasión de rehacerme entre la inmundicia, ave Fénix de basurero, esta oportunidad, tal vez ya perdida de antemano, esta nueva sensación tan desagradable como otras veces, tan devastadora como siempre, tan animal, el momento de sustituir en mi corazón un recuerdo por otro recuerdo congelado, el momento de quemar toda la desesperación amontonada y gritar -tan solo- en esta abarrotada estación de las horas, los recuerdos se acumulan con odio, la megafonía brama y el panel da vueltas, el odio se amontona tras de mí, con ganas de herir, los ríos de gente y las mareas desesperadas, los mares del dolor, de la ignorancia, del desprecio, todo continúa igual que siempre: los sentimientos se carcomen, aquí, en la estación de las horas, los raíles nunca se juntan, la espera en una estación, la soledad del viajero, la incomprensión, la gota que colmó el vaso, cuando se extinga la eternidad... soy un espíritu del odio, un ángel caído, una condena, hasta ese punto me he destruido, anegadas, siempre, una y otra vez -una y otra vez, así hasta el infinito-, todas mis esperanzas de sobrevivir, de mejorarme, de prosperar, de avanzar, es duro, es difícil vivir mientras desespero en esta estación donde espero y espero que mi tren aleje mi obsesión, me debato en una lucha perdida, pero seguiré en el intento, por mucho que cueste, seguiré aquí, en la estación de las horas, donde ahora intento olvidar, en la estación de las horas intento olvidar, olvidar, lo intento, intento olvidar... pensar y recordar, así se mata bien la espera en una estación, y lamentarme, esto no hace transcurrir veloces ni los segundos, todo se hace eterno y a la par inútil, a la par extremadamente difícil y doloroso, sobre todo doloroso, eso por encima de todo, ya perdí mi cercanías, lo perdí, tomé el largo recorrido del dolor, sé que estoy solo, eso ya es mucho saber, demasiado, un saber enciclopédico, quiero que vengas conmigo en cada viaje que voy a realizar en solitario, colgada del tope de mi memoria, aunque tan sólo dure, transcurra, un interminable segundo de travesía, un segundo es eterno, miro, busco a mi lado, es lo mismo de siempre, como siempre, igual, igual, en la estación de las horas, solo, igual que siempre, igual que siempre.
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sábado, 16 de octubre de 2010
Mientras montas en bicicleta
Mientras tu montas en bicicleta, las calles mojadas y los adoquines en donde chirría la goma de las ruedas son ajenas a mis sentimientos. No, nunca tendré esa casa en Amsterdam con sus cristaleras que dan a la calle, tras la cortina de agua comparto la calidez del salón con ella, descalza y en mallas. No, nunca tendré ese apartamento sin persianas en Copenhague, al fondo de la nevada se nos ve juntos, mientras en el televisor retransmiten el concierto de Año Nuevo. No, nunca se me verá compartir la casa baja, con su escalinata a la entrada, en Londres, cuando ella me envuelve en aromas. No, nunca. Nunca en una coqueta casita en Gdansk, ni en Cracovia, con un cuadro de Matejko al fondo mientras me sujetas la mano... nunca.
¿Para qué irme tan lejos? Nunca, en Madrid, me verás en un piso, juntos, mientras blindamos con la felicidad la aridez de nuestras vidas.
domingo, 10 de octubre de 2010
Geografía (del desengaño)
Le he pedido pocas cosas a la vida... pero ni eso, tan escaso, me ha concedido. Lo único que me ha regalado, a manos llenas, es mi incapacidad, mi imposibilidad, una gran mordaza con la que taparme la boca y enmudecerme, impedirme confesar lo que me avergüenza. Una mordaza que me impide gritar lo que siento por encima de los parques y los jardines, más allá de las fuentes y de las ciudades, sobre todo el mapa de Europa que disfruta con las llagas de mis heridas.
Es una cuestión de geografía, de negar la geografía, la geografía del desengaño. Es una cuestión de apoderarse de ciudades, de apropiarse de mapas y planos de metro, de recorridos urbanos, de autopistas de circunvalación que terminan, desembocando, una y otra vez, en bancos de parques solitarios, en extraños reflejos en las cristaleras de los edificios, en sentimientos arrastrados por la brisa, en distancias que refulgen con el dolor del plomo y en monumentos de un mármol que duele a la vista y al corazón.
Se trata de eso, sólo de eso, de una estúpida geografía del desengaño.
domingo, 3 de octubre de 2010
Lost in the Supermarket
"I got so lost in the supermarket", la maravillosa y demoledora canción de los Clash suena en mi cabeza y resuena en mi corazón: pero es así. Estoy perdido y solo en este supermercado, realizando una maldita compra. Nunca pensé que acercarme al lineal de los congelados me pudiera producir tanta tristeza, que una bandeja de hamburguesas me diera ganas de llorar, que esas botellas de Jack Daniel´s que elijo (y que me beberé sin ti) sean como certeros disparos al centro de mi angustia.
Estoy solo y perdido en el supermercado. Las cajeras aguardan mi salida derrotado, los yogures que compraré serán, en algún momento, yogures caducados. Alimentos envasados al vacío preservados de mi tristeza. Muevo el carro entre lágrimas, disimulo mi dolor al lado de los quesos, la gran superficie es tan gran superficie, tan enorme, pero incapaz de albergar todo mi sufrimiento.
Sería el momento de morirse ya: de que me colocaran en un expositor en el centro del supermercado con el letrero "Oferta: despojos".
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viernes, 10 de septiembre de 2010
Solo en Gdansk, el miedo
Solo en Gdansk, el miedo alcanza la magnitud de los más de 14 pisos del hotel Hevelius. Solo en Gdansk, el pánico vuela con las gaviotas y los patos. Solo en Gdansk, aterrado frente al monumento a Solidaridad. Solo en Gdansk, el terror es una olla a presión, enorme, que no te deja respirar. El vapor se posa sobre el Báltico, el miedo se posa sobre el corazón. Solo en Gdansk, el horror inunda la basílica de María, las cervezas tomadas en un mirador sobre la desembocadura del Vístula saben más amargas. Solo en Gdansk, el miedo no sabe por donde escapar.
Solo en Gdansk, el miedo alcanza los 14 pisos del hotel Hevelius. Y yo abajo. Tan solo. Con tanto miedo.
miércoles, 1 de septiembre de 2010
Soy Eugene Tooms
Pues sí, soy Eugene Tooms. Hoy lo verifiqué. Hace unas semanas vomité y vomité, vomité hasta arrojar el corazón al fondo de un cubo de acero y descubrí que tenía el corazón negro como el carbón y con lapas adheridas. Allí se quedó, flotando en bilis y sangre. Y ahora, cuando hoy me disponía a regresar a mi escondite en el fondo de una pared, en donde habita la bestia, el Minotauro de la calle 52, entonces, me dí cuenta de que yo era Tooms, el mismo Tooms. Han pasado 30 años y he intentado salir afuera. Me han vapuleado de semejante manera que no me queda más remedio que regresar a mi cubículo de bilis y frustración.
Volveré a salir a la luz cuando ya no moleste a nadie. Cuando no tenga a nadie que me acerque las gafas de ver de cerca y, entonces, sea inofensivo y no despierte vergüenzas.
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martes, 31 de agosto de 2010
El espectro en la calle 52
Es duro acostumbrarse, pero llega un momento en el que uno acepta que los demás se avergüencen de ti. Es difícil entender que cuanto más haces, más te esfuerzas por parecer amigable, amable y bondadoso, más se avergüencen de ti. Lo podría bautizar con el nombre del síndrome de Frankestein, el pobre, que a cada cosa que intentaba con su buena voluntad, la fastidiaba más y más. Pero me agrada más calificarlo como el fenómeno del Espectro en la Calle 52. A veces me siento como en una película americana de serie B, de las de Troma de toda la vida. Soy un espectro, un aparecido o un ser de otros mundos que ha llegado a la tierra y aterrizó en la calle 52 de cualquier ciudad Norteamericana: Kansas City, Akron, Minneapolis, por ejemplo. Allí, solo, abandonado por todos, intenta ganarse a la gente y lo único que consigue es fomentar el pánico y destapar y desatar la vergüenza de los que le rodean...
Sí, es duro acostumbrarse a que los demás se avergüencen de ti, admitir que en absoluto formas parte de sus vidas Y QUE NUNCA FORMARAS PARTE DE ELLAS. Pero una vez que lo asimilas puedes regresar a encerrarte en tu agujero construido a base de bilis y pasta de papel a medio digerir, como Eugene Tooms en Expediente X, que aparece cada 30 años para devorar el hígado de cinco personas y regresar a su nido.
Quizás haya pasado mi tiempo, llegado el momento en el que, como el viejo Eugene, deba retirarme a mi agujero, con mi bilis y con mi vergüenza, esa que me sobra y que todos vosotros me habéis regalado pródigamente.
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lunes, 23 de agosto de 2010
Todo tiene su final
Todo tiene su final, le dijo el psiquiatra, incluso su insomnio. Todo tiene un final, le dijo un amigo, incluso tu sufrimiento. Evidentemente, ninguno de ellos sabía de lo que estaban hablando. Todo tiene su final, en efecto, se puede amar y amar menos, pero nunca dejar de querer. Todo tiene su final, pero esto no, se dijo con rabia. Tomó el teléfono para realizar la llamada y ya era consciente de haber quemado todas y cada una de las líneas eléctricas de su corazón.
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sábado, 21 de agosto de 2010
Insomnio
No dormir es más doloroso que vivir. Las horas se clavan en la carne de los párpados y taladran las articulaciones de las rodillas. Las horas ennegrecen de ojeras el corazón y aplastan los pulmones con el peso de sus silencios. Las horas son las enemigas en las noches en vela, cuando podría aprovechar para imaginar paraísos y felicidades compartidas en ese fino instante antes de caer dormido, cuando podría aprovechar para soñar con eso, en ese momento en el que todo, absolutamente todo, es posible (hasta eso que imagino, sí, eso también, sobre todo eso), pues el insomnio me trae pesadillas y angustias con sabor a noche, con sabor a estrellas descascarilladas, a luna roja de sangre de odio, a bóveda celeste apagada por el eclipse de mi voluntad. El insomnio es más doloroso que la vida porque, en él, con él, descubres lo solo que estás, que no tienes a nadie al lado con quién compartir esas horas que se te encarnan en la yugular.Y dejas que el fino vidrio del tiempo te desgarre hasta desangrarte al llegar la madrugada.
De fondo suena
De fondo suena una canción de Van Morrison: Vanlose Stairway. Van se la escribió a su novia danesa que vivía en la calle Vanlose, de Copenhague, inmortalizó, hizo eterna a esa mujer y a la calle convirtiendo un apartamentucho en un lugar que ascendía a la leyenda.
De fondo suena Vanlose Stairway. Me pregunto que errores he cometido, que pecados, qué crímenes perpetré en otras vidas para no merecerme inmortalizar a nadie, para ser incapaz de poder dedicar una página, una línea, una palabra, una letra y, junto a ella, hacernos inmortales.
De fondo suena Vanlose Stairway. Sus notas tocan los arpegios más amargos del corazón. Sí, sonará de fondo todas estas noches, como ha sonado todas las noches de la semana pasada. Suena y suena y sonará. Con cada compás, con cada golpe de saxofón entiendo la enorme distancia que se abisma, la lección de la impotencia, la implacable realidad de la realidad. Lo duro que es entender la verdad.
De fondo empieza a sonar The Healing Has Begun... pero eso es otra historia que aún me resta por escribir...
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domingo, 15 de agosto de 2010
Vomitar
Vomitar, tengo ganas de vomitar. De sacarlo todo, expulsarlo, verlo sangriento en el fondo de un cubo y descansar. Tengo ganas de vomitar, de que empiece la curación, el exorcismo que nunca se puede realizar con palabras,la maldita sanación que nunca llega. El vómito redentor, echarlo todo, incluso, en ese esfuerzo, expulsar el corazón.
martes, 10 de agosto de 2010
Con tu brillante luz
Derramaste tu brillante luz sobre mí y con ella renací a la vida. Me regalaste tu brillante luz y me sentí a mi mismo de nuevo, como un Faraón renacido de las tinieblas que arranca la vida del crepúsculo de su cámara piramidal. Fuiste la ayuda para encontrarme entre la oscuridad de mi corazón ennegrecido que avanzaba a tientas. Llenaste mis días, los llenaste de sol, repletos de vida con tu amistad. Contigo he aprendido, he crecido y la represa de mi ira se ha calmado, ya no es un torbellino, ya no desborda; ahora mi mar es un mar en calma, sosegados los nervios por tu toque mágico. Con tu brillante luz supiste aplacarme, rescatarme y presentarme, de nuevo, al mundo. Tu luz brillante descendió del cielo sobre mí como, ahora, volando, se marcha: de momento me has sumido en tu eclipse de luna.
Con tu brillante luz.
lunes, 9 de agosto de 2010
Una palabra
Yo, que trabajo con palabras, lo digo y lo lamento. Con eso, tan sólo con eso, con una palabra, hubiera bastado. Con una palabra, pronunciada a tiempo, se habría detenido el dolor, se habría congelado el sufrimiento y todos seguiríamos nuestro camino, aunque yo viajara agarrado a la desesperanza. Con una palabra, sólo con eso, con la cantidad de palabras que mal utilizo cuando relleno mis fracasos que tienen por nombre libros... una palabra, pronunciada por teléfono, o simplemente por chat, o ni eso, en un sms. Una palabra, a lo sumo, puestos a exigir, dos, quizás, si se me apura, hasta tres. Pero yo no soy merecedor de esas palabras, ni de que se articule una de ellas. No,parece que no me lo merezco, que no merezco lo que cualquiera puede ganarse en media hora. No merezco nada, ni esa palabra. Ni una sola palabra.
Relegado al desprecio y a la maldición ahora veo claramente la realidad de la que una vez creí haber salido y en la que estoy sumido, enfangado en el barrizal de la desgracia. De lo que no podrá ser ya. Porque no escucharé la palabra. Nunca. Esa que sería tan fácil pronunciar.
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viernes, 6 de agosto de 2010
No he sabido vivir...
No, no he sabido vivir, nunca he sabido vivir. Ecos de odio, frustración y fracaso me llegan desde la lejanía, también desde el otro lado de la línea del teléfono. No, definitivamente no he sabido vivir. He publicado cinco novelas, he fracasado con cada una de ellas. He escrito muchas más, que no verán la luz jamás, como piedras atadas a mi cuello, abalorios de gran peso que me hunden al fondo. He amado muchísimo y en todos esos amores he fallado, extraviado y perdido al fin. No he sabido vivir, escribir, amar, no... ni tan siquiera he sabido lamentarme, ni he sido capaz de dar pena ni lástima. Me veo en casa, dadas dos vueltas de llave en la cerradura, con la angustia que retrepa por el pecho, con las náuseas de las lágrimas y en los ojos la certeza de que la culpa es mía, solo mía, porque no he sabido vivir. Porque todo esto os pilla muy alejado, os resulta tremendamente ajeno, lo entiendo... por todo eso, porque no he sabido vivir, sin lugar a dudas, ahora merecería morir. He vuelto a escribir esto. He vuelto a merecerlo. He vuelto a hundir mi cuerpo en la mierda porque he renacido del engaño para darme cuenta de que las cosas son siempre como han sido, y no como quería que fueran. Qué iluso, pobre estúpido.
No, definitivamente no he sabido vivir.
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Toque a Rendición
Es tal el cansancio, es tan pesado y aburrido repetir uno por uno todos y cada uno de los errores. Es tan triste esforzarse para nada, para que siempre sucedan las mismas cosas, una y otra vez, de nuevo. El cansancio se apodera de las articulaciones, del cerebro, del pecho, e impide que lata el corazón. Es una noche de viernes, pero no como otra cualquiera. Es la noche. Tal vez fuera la noche en la que me arrastrara, saliendo de mi agujero, hasta la mesita de los medicamentos, me aferrara a los tranquilizantes, me sacudiera una botella de ron y me volviera de vuelta al agujero, para no salir ya jamás... y sería así, si no me faltara el valor y si no tuviera la maldita esperanza de que mañana iba a despertar ahogado en un nuevo dolor. Ya no se pueden dar explicaciones ni hablar de sentimientos, todos los caminos, intente lo que intente, desembocan en el mismo fracaso: en la misma rendición.
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the jam
miércoles, 4 de agosto de 2010
El Dolor
El dolor asciende desde el estómago, se agarra al pecho y estalla en el cielo, como un castillo arcoíris de fuegos artificiales. Porque todo fue un sueño que sucedió una noche, un sueño que soñé, sólo eso, un sueño que tuve. El dolor se encarga de recordarme que fue eso, un sueño, mientras revienta contra el cielo azul o el cielo estrellado de una noche de agosto. El dolor provoca fugas de lágrimas en los ojos incluso cuando ya te faltan las lágrimas por la angustia. Podría atiborrarme a pastillas y alcohol, pero el dolor seguiría allí, ardiendo, en un punto bien localizado, como un agujero negro, una caries en el corazón. Porque con ese dolor debes viajar toda la semana, ida y vuelta, a El Escorial, por carreteras que conoces tan bien (de otro antiguo dolor) y debes trabajar y velar el fin de semana mientras tu mundo se desmorona y tu fracaso se apuntala en tu dolor. Qué poco se puede decir cuando estallan los fuegos artificiales del dolor. El dolor que se aferra al vientre... no se, tal vez sea que haya cenado demasiado... Tal vez sea eso. Un sueño. Una cena demasiado copiosa que provoca pesadillas, una mala digestión. Un final. RIP.
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Van Morrison
lunes, 26 de julio de 2010
Anexo a de como construir una catedral gótica (en el aire)
NOTA:
Es muy importante, repito, muy importante a la hora de construir una catedral gótica en el aire, creer en un conjunto de gilipolleces que han nacido sin ningún tipo de asidero o justificación aparente, y que se esfumaran, como una humareda de estiercol, con tan sólo chasquear los dedos.
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De como construir una catedral gótica (en el aire)
Para construir una catedral gótica en el aire se necesitan toneladas de ilusión y varias pizcas de inocencia. También carretillas de incoherencia, capachos de ingenuidad y una fuerza sobrehumana al desaliento, al tropezar de nuevo, al equivocarse, al errar por enésima vez como si fuera, apenas, la primera.
Para construir una catedral gótica en el aire se deben levantar, primero, las paredes, conformadas de sueños y ambiciones, y colocarlas levitando al menos a un palmo del suelo. Sobre las paredes se insertaran la vidrieras de la esperanza y arriba, las arquivoltas, las bóvedas del orgullo y la confianza. En el techo, la seguridad. Y toda la construcción flotará en el aire emitiendo un pequeño susurro como el de las hojas azotadas en el otoño de su caída.
Para construir una catedral gótica en el aire hay que asegurarse muy bien de colocar en todo lo alto sus pináculos pinchudos, precedidos de las gárgolas, porque es importante saber que caras se deben componer cuando la catedral se venga abajo. La nave puede asemejarse así a la de San Vito de Praga, por ejemplo, a la de San Esteban en Viena, y puede que tras su derrumbe recuerde a las ladrillosas ruinas de las demolidas cámaras de gas de Birkenau. Por qué no.
Porque una catedral gótica en el aire es de fácil asedio y derrumbe: tan sólo basta una llamada de teléfono, o que no se produzca, una espera demasiado dolorosa, unas excusas mal dadas, su gotita de egoísmo, para que las paredes se conviertan en barro, los ventanales en cera goteante, los pináculos en goterones de arena mojada y, sin estruendo, quede en el suelo un charco, el barrizal de la decepción donde sobrevive la gárgola de rostro burlón con su lengua de cemento y sus colmillos de piedra.
Pero la catedral gótica construida en el aire posee una cualidad que la asemeja al ave fénix: y es que tan pronto se ha venido abajo, su constructor ya planea erectarla de nuevo, renacida de sus cenizas, aferrada a nuevas y tan estúpidas creencias y excusas como las que la llevaron a elevarse por vez primera.
Y su nuevo derrumbe es tan sólo una cuestión, no ya de arquitectura, no de leyes y fluidos, es una cuestión de tiempo y traición.
Una cuestión tuya.
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