Acto I:
¡Defenderemos
a Italia de los italianos! -11 de
febrero de 1941-
-La
situación en el Mediterráneo es crítica, Galeazzo, necesitamos cerrarlo con la
conquista de Gibraltar, para así anular los convoyes aliados que tanto nos
fastidian- le dijo Mussolini a su yerno y, por extensión, Ministro de Asuntos
Exteriores, el conde Ciano.
-Debemos
reconocer, Duce, que los éxitos británicos en África, al mando de ese Wavell,
nos han puesto en una posición incómoda, aunque Rommel parece un hombre de
talento. Desde luego, Hitler no le ha dado a usted la espalda tras el fracaso
de Graziani... –Mussolini interrumpió violentamente a Ciano al escuchar ese
nombre:
-¡No
pronuncies a ese bastardo de Rodolfo!
-Calma Duce,
calma- intentó apaciguarlo Ciano.
-¡Ni calma
ni nada! Ese hombre es la vergüenza del ejército italiano, ¿qué digo del
ejército? ¡Es la vergüenza de Italia!
-En verdad,
parece que nos equivocamos al otorgarle el puesto del mariscal Italo Barbo- el
Duce, al oír el nombre de Barbo volvió a explotar con furia:
-¡Ese era un
gran militar! ¡Querido Galeazzo, ya no quedan hombres así en Italia, al mando
del ejército Italiano! Ahora tan sólo quedamos tú y yo... –Mussolini efectuó
aquí una dramática pausa, como si con ella recordara otros momentos pasados,
tal vez mejores, felices para Italia y para el denostado ejército italiano, que
se dejaban entrever en las muecas reflexivas y en los gestos, seguidos de un
insistente cabeceo resignado y a la par inconformista, esculpidos en el rostro
del Duce. Un Duce que se empezaba a ver algo avejentado, de una incipiente
obesidad y cuyo corte de pelo casi al cero confería a sus facciones unos rasgos
de dureza que lindaban con la brutalidad. Por el contrario, Ciano se mostraba acicalado,
elegante y bien vestido con su uniforme de aviador, cuidado incluso en el
último y apolíneo detalle.
-Mira, yo
todavía, pese a las conclusiones de la comisión y de su asqueroso informe, no
estoy convencido de que a Balbo no se lo cargaran con una conspiración
–prosiguió Mussolini.
-¡Pero Duce,
si las pruebas demostraron que su avión fue derribado por error, un lamentable
error mientras sobrevolaba Tobruk! –Ciano se negaba a admitir los argumentos de
una conspiración en el seno del propio ejército italiano.
-¡Abatido
por nuestra propia artillería antiaérea! –tras un nuevo silencio, Mussolini
cerró la discusión-. Ese Graziani ha demostrado ser tan incompetente que no
dudo en que lo organizara todo para eliminar a Balbo y alcanzar así un
escalafón al que jamás podría aspirar de otra manera... Pero que idioteces
digo, ¡Graziani sería incapaz de organizar una operación tan complicada! ¡Pero
no me obligues a creer en el informe de esos chupatintas! ¡Otro, bien podría
llevar a cabo todo el plan para beneficiar a Graziani!
-Bueno, ese
asunto ya está olvidado, con el cambio de Graziani por Gariboldi al menos
defendemos algunas de nuestras posiciones más delicadas en África –resumió
Ciano con afán conciliatorio.
-Sí, pero a
qué precio... –murmuró Mussolini-, ¡defendernos!, esa fue la desastrosa
aportación de Graziani, que se convirtió en el coronel más joven de Italia en
la Gran Guerra, unos dudosos méritos por los que nos dejamos impresionar, ¡qué
estúpidos fuimos! ¡El Nuevo Escipión, le llegaron a apodar! La estupidez humana
y la del pueblo italiano no conocen límites, Galeazzo.
Ciano se
limitó a asentir, pero el Duce aún murmuraba acerca de Graziani y de la
destitución fulminante con la que lo castigó. Al respecto, añadió en alto, para
que Ciano tomara nota de sus palabras… por si acaso:
-No, no
queda ni una pizca de honor en Italia. Si Graziani fuera un hombre honor, tras
su fracaso africano, que nos obliga a lo que ahora nos obliga, se suicidaría de
buen grado antes que aceptar la humillación de la destitución... ¡Y yo lo
enterraría, pese a toda su incompetencia, con honores de mariscal, como un
héroe de la patria! Sin embargo... ¡Míralo ahí, en el Lazio, patéticamente
refugiado con su familia, acobardado junto a su mujer y sus hijos, retirado de
todo!
-Parece que
Rommel invertirá el curso de las cosas por allá abajo –Ciano se mostraba
optimista ante los refuerzos enviados al Norte de África, comandados por
Rommel, a la par orgulloso de que el Reich, el país más poderoso del mundo,
ayudara así a Italia con que tan sólo se lo pidiera.
-No te
engañes Galeazzo –el Duce adoptó un tono casi paternal con el marido de su
hija, por el que, ciertamente, sentía una debilidad casi paternofilial-, Hitler
nos ayuda en África a cambio de conseguir lo que tendré que lograr yo
personalmente en mi cita en Bordighera.
-¿Qué España
entre en la guerra?
-Desde
luego... y ese Franco es un hueso duro de roer, tan cerril y cabezota. ¿Sabes
lo que me confesó el Führer tras su entrevista con él en Hendaya? –Ciano negó
con la cabeza, no sabía-. ¡Pues que prefería dejarse sacar las muelas antes que
volver a entrevistarse con Franco!- ambos personajes rieron francamente, a
gusto, la ocurrencia. Se carcajearon desde sus tarimas de poder.
-¡Por eso
nos tocará a nosotros ahora hablar con él!- exclamó Ciano.
-Por eso- y
Mussolini esbozó una sonrisa de complicidad que fue recibida con otra
carcajada, ahora más tenue, por parte de Ciano -: Mira, Franco es un hombre de
corazón valeroso, pero en este asunto yo opino como Hitler, se ha convertido en
jefe por una carambola y carece de talla, tanto de político como de
organizador. Si España no entra en guerra de nuestro lado, inminentemente, el
Führer asegura que Franco cometería el error más grande de toda su vida. Y
además, ¡qué diantres!, ese hombre es un desagradecido, ya lo sabes tú bien,
Galeazzo, la ayuda que tanto el propio Hitler como yo le prestamos cuando se
encontraba en apuros... Ese desagradecimiento apena mucho al Führer, pero a mí,
que me tomo las cosas de diferente manera, me enciende.
Ciano trató
de que Mussolini no montara de nuevo en cólera, ahora que parecía más calmado,
así que desvió el asunto del “desagradecido Caudillo español” por los
derroteros estratégicos que deberían abordar en la conferencia:
-Resumamos,
Duce, que Franco nos debe permitir cerrar el Mediterráneo con su entrada en la
guerra del lado del Eje, permitirnos la conquista de Gibraltar y la expulsión
de los ingleses del Peñón, pues para ello envió Hitler las divisiones de Rommel
al África del Norte en nuestro socorro.
-Exacto...
Si Franco es un hombre inteligente, circunstancia que ya comienzo a poner en
duda, nos permitirá el libre acceso a la península ibérica para que demos un
golpe de mano que cambie el curso de la guerra en el Mediterráneo –los ojos de
Mussolini brillaban de satisfacción al recrearse en el estratégico cierre del
mar por el Estrecho, con todo lo que eso significaría de aumento de su
prestigio ante Hitler, al que idolatraba, si le llevaba en bandeja las
concesiones que el propio Führer en persona no fue capaz de arrancarle a
Franco.
-Mis
contactos con Serrano Suñer no son malos, los españoles están receptivos a tal
efecto, diríase que hasta ansiosos de escuchar nuestras propuestas –Ciano
intentaba agradar a Mussolini.
-¡Eso espero
Galeazzo, eso espero! Ya lo decían los marinos británicos: “quién domina el
Mediterráneo domina el mundo” y, como dice Churchill, “el Mediterráneo es el
bajo vientre de Europa” -Ciano guardó un respetuoso silencio ante las citas del
Duce. Este, tras una leve pausa, continuó-: Inglaterra será batida.
Inexorablemente batida; ¡ésta es una verdad que les vendrá bien a todos
metérsela en la cabeza! -llamaron con los nudillos a la puerta del despacho.
Ciano exclamó alborozado:
-¡Bueno
Duce, debo marcharme ya! Bien siento no poder permanecer a su lado en la
conferencia, pero ya sabe que soy un piloto destinado al frente griego... ¡y se
debe predicar con el ejemplo!
Mussolini
sentía mucho que su fiel Galeazzo, tan
válido, no lo ayudase en su reunión con Franco, pero no podía privarlo de
asistir al frente griego rogándole que se quedara, sobre todo tras darle toda
esa charla sobre el honor...
-¡Ve
tranquilo, yo me basto y me sobro para acabar con las tonterías y los delirios
de ese charlatán de Franco! Además, el frente es el destino y el lugar de un
valiente aviador de la Regia Aeronáutica, en la defensa de este país, que
debería de empezar por protegerse de sus propios habitantes. No, no voy a
impedirte que vayas.
Ambos
hombres se miraron fijamente, Ciano iba a pronunciar unas frases de
agradecimiento que comenzó con un balbuciente “Duce...”, pero que Mussolini
cortó de raíz con un “ya está aquí tu coche”. Se levantaron de las butacas del
Salón del Mapamundi en el Palazzo Venecia de Roma, absolutamente convencidos de
que tras la cita en Bordighera, España, la testaruda España, entraría en la
guerra del lado del Eje, sin reservas. Las horas de Gran Bretaña en la
contienda, tras esa circunstancia, parecían contadas, al menos así lo pensaba
Ciano: “Gran Bretaña está perdida, Franco será incapaz de resistirse al influjo
y la personalidad del carismático Duce”, se repetía mientras en el coche
oficial se dirigía al aeródromo, con más miedo en el cuerpo que un perrillo
apaleado que huye de los soportales…
Acto II:
Cita en
Bordighera -12 de
febrero de 1941-
Bordighera
es una recoleta localidad italiana, en la Liguria, cercana a la frontera
francesa. Francisco Franco se desplazó allí para verse cara a cara con Benito
Mussolini, el Duce que, según parecía, se encontraba inmerso en una situación
delicada en África a causa de la incompetencia de sus mariscales. Por supuesto,
Franco no pensaba pronunciar una sola palabra acerca de eso, como Mussolini no
pensaba, ni remotamente, arrojar con orgullo reproches acerca del agradecimiento
que España, la “España nacional de Franco”, estaba obligada a demostrar por
Italia, por la ayuda prestada en la Guerra Civil.
-Estoy
convencido, Caudillo –le expresaba Mussolini en un buen español que relajó
mucho a Franco al poderse liberar de la presencia de los incómodos traductores
de rigor en las entrevistas- de que el Eje alcanzará una victoria total en la
“cruzada”.
El Duce no
era tonto, salpicaba su discurso con términos afines a Franco, tales como
“Caudillo”. Al dictador español le causaba una inmensa alegría escucharse así
nombrado de boca de un poderoso personaje y “cruzada” era palabra con la que
parecía identificarse por completo el destino de Franco, de Hitler e, incluso,
del mismo Mussolini. Sí, la conjunción de guerras, una tras otra, no era sino
una cruzada emprendida contra los bolcheviques.
-Mire,
Caudillo, es absolutamente imposible que España permanezca al margen de la
guerra, ¡no puede permanecer por más tiempo al margen de la guerra! –aunque
alzaba el tono de voz, no por ello se mostraba amenazante, ni mucho menos, era
un recurso que Mussolini utilizaba a veces para recalcar la importancia de unas
palabras insertadas en la totalidad del discurso-. Obviamente, en esto tanto el
Führer como yo queremos ser exquisitamente claros, las fechas de entrada de
España en el conflicto tan sólo dependen, exclusivamente, de sus decisiones,
Caudillo.
-Mire, Duce
–Franco iniciaba su réplica-, España, yo mismo y mi gobierno, no nos negamos a
entrar en el conflicto, del lado del Eje, obvio es decirlo, pero como ya le
transmití al Führer en Hendaya, una colaboración militar con el Eje de la
categoría que ustedes desean nos llevaría a una situación crítica que no deseo
para el país. España necesita suministros de trigo y gasolina que ahora
recibimos de ultramar y que, inevitablemente, se nos cortarían de raíz en
cuanto nos alineáramos militarmente con el Eje; venimos de una cruel guerra,
derrotar al demonio rojo nos ha debilitado. Hoy por hoy no puedo permitirme ni
permitir a los españoles la supresión de esos suministros.
Hitler ya le
advirtió de que Franco era testarudo, pero no importaba, él, el Duce, lo
conseguiría, lograría que entrara en razón, ¡vaya que sí, entraría en razón!
Acto III:
Despedida en Bordhigera -12 de
febrero de 1941-
-Muy
bien, entonces tomo nota de sus dos condiciones para entrar de nuestro lado en
el conflicto -pasaron las horas y todo el esfuerzo de Mussolini fue en vano, la
posibilidad de cerrar el Mediterráneo se esfumaba-: Yo se las haré llegar al
Führer, aunque no le son en absoluto desconocidas ya que vienen a ser las
mismas que en Hendaya -¡pero cómo podía presentarse ante Hitler con tal fracaso
y decirle “lo siento Führer, estaba usted en lo cierto, Franco no accede a
entrar en razón!”.
-Que me satisfagan de inmediato, tanto Alemania como
Italia, las necesidades de trigo, armamento y carburante –repitió Franco, antes
de que Mussolini añadiera:
-Y que se revisen las concesiones territoriales que
España recibiría del Eje en el norte de África, una vez terminada la guerra y
obtenida la victoria.
-Eso es- sentenció Franco- pero no se olvide, Duce,
que mi corazón está con
ustedes, que deseo la victoria del Eje. Es algo que va en interés mío y en el
de mi país.
-Pues así se lo comunicaré al Führer... ¡ya veremos
lo que se pueda obtener!
Quince minutos después, ambos líderes posaban ante
la foto oficial del encuentro. El rostro de Benito Mussolini, debajo de una
monumental gorra de plato, se mostraba taciturno, sin cesar de repetirse:
-¡Si mi fiel Galeazzo se encontrase aquí!
Acto IV:
España
expulsada de la Nueva Cancillería -12 de febrero de 1941-
Mussolini se apresuró en la elaboración de un memorándum de
la entrevista de Bordighera, que acompañó de una carta personal dirigida a
Hitler:
“Führer:
Franco, con su actitud de imposibilitar la operación contra
Gibraltar, le hace un flaco favor al Eje. Con esto no solo demuestra su
ingratitud hacia usted Führer y para conmigo, sino que además evidencia que
carece de una auténtica visión política. Es dudoso ya que el Eje colabore con
los españoles. Además, siempre queda en el aire el riesgo de que los españoles
puedan volver sus armas contra el Eje. La historia muestra con ejemplos lo
encarnizada que puede ser la resistencia española. Los españoles son hábiles y
muy buenos soldados, especialmente capacitados para la defensa. Lamento que
Franco se muestre tan desagradecido con Alemania e Italia, siento mucho que no
pude conseguir que cambiara de opinión”.
Ribbentrop terminó de leer en voz alta la misiva y Hitler se
puso bruscamente en pie. Abandonó su puesto tras la mesa de su despacho en la
Nueva Cancillería mientras el eco de sus zapatos sobre el rico mármol parecía
acompasar sus pensamientos. Tras dar un par de pasos cortos en derredor de
Ribbentrop, que permanecía serio y de pie, resolvió con calma, sin un ápice de
contrariedad, como resignado -o tal vez albergaba otros ocultos motivos que le
hacían no tomarse a mal la actitud de Franco-:
-Ocupar España sin obtener antes el consentimiento de los
españoles es algo irrealizable, ya que los españoles son el único pueblo latino
duro y se dedicarían a una guerrilla en nuestra retaguardia. No quiero ni oír
hablar ya más de este asunto.
El asunto español ya no se volvió a
mencionar, jamás, entre los muros de la Nueva Cancillería.
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