viernes, 6 de julio de 2012

Bufonada histórico-política en 4 actos


Acto I:

¡Defenderemos a Italia de los italianos! -11 de febrero de 1941-

-La situación en el Mediterráneo es crítica, Galeazzo, necesitamos cerrarlo con la conquista de Gibraltar, para así anular los convoyes aliados que tanto nos fastidian- le dijo Mussolini a su yerno y, por extensión, Ministro de Asuntos Exteriores, el conde Ciano.

-Debemos reconocer, Duce, que los éxitos británicos en África, al mando de ese Wavell, nos han puesto en una posición incómoda, aunque Rommel parece un hombre de talento. Desde luego, Hitler no le ha dado a usted la espalda tras el fracaso de Graziani... –Mussolini interrumpió violentamente a Ciano al escuchar ese nombre:

-¡No pronuncies a ese bastardo de Rodolfo!

-Calma Duce, calma- intentó apaciguarlo Ciano.

-¡Ni calma ni nada! Ese hombre es la vergüenza del ejército italiano, ¿qué digo del ejército? ¡Es la vergüenza de Italia!

-En verdad, parece que nos equivocamos al otorgarle el puesto del mariscal Italo Barbo- el Duce, al oír el nombre de Barbo volvió a explotar con furia:

-¡Ese era un gran militar! ¡Querido Galeazzo, ya no quedan hombres así en Italia, al mando del ejército Italiano! Ahora tan sólo quedamos tú y yo... –Mussolini efectuó aquí una dramática pausa, como si con ella recordara otros momentos pasados, tal vez mejores, felices para Italia y para el denostado ejército italiano, que se dejaban entrever en las muecas reflexivas y en los gestos, seguidos de un insistente cabeceo resignado y a la par inconformista, esculpidos en el rostro del Duce. Un Duce que se empezaba a ver algo avejentado, de una incipiente obesidad y cuyo corte de pelo casi al cero confería a sus facciones unos rasgos de dureza que lindaban con la brutalidad. Por el contrario, Ciano se mostraba acicalado, elegante y bien vestido con su uniforme de aviador, cuidado incluso en el último y apolíneo detalle.

-Mira, yo todavía, pese a las conclusiones de la comisión y de su asqueroso informe, no estoy convencido de que a Balbo no se lo cargaran con una conspiración –prosiguió Mussolini.

-¡Pero Duce, si las pruebas demostraron que su avión fue derribado por error, un lamentable error mientras sobrevolaba Tobruk! –Ciano se negaba a admitir los argumentos de una conspiración en el seno del propio ejército italiano.

-¡Abatido por nuestra propia artillería antiaérea! –tras un nuevo silencio, Mussolini cerró la discusión-. Ese Graziani ha demostrado ser tan incompetente que no dudo en que lo organizara todo para eliminar a Balbo y alcanzar así un escalafón al que jamás podría aspirar de otra manera... Pero que idioteces digo, ¡Graziani sería incapaz de organizar una operación tan complicada! ¡Pero no me obligues a creer en el informe de esos chupatintas! ¡Otro, bien podría llevar a cabo todo el plan para beneficiar a Graziani!

-Bueno, ese asunto ya está olvidado, con el cambio de Graziani por Gariboldi al menos defendemos algunas de nuestras posiciones más delicadas en África –resumió Ciano con afán conciliatorio.

-Sí, pero a qué precio... –murmuró Mussolini-, ¡defendernos!, esa fue la desastrosa aportación de Graziani, que se convirtió en el coronel más joven de Italia en la Gran Guerra, unos dudosos méritos por los que nos dejamos impresionar, ¡qué estúpidos fuimos! ¡El Nuevo Escipión, le llegaron a apodar! La estupidez humana y la del pueblo italiano no conocen límites, Galeazzo.

Ciano se limitó a asentir, pero el Duce aún murmuraba acerca de Graziani y de la destitución fulminante con la que lo castigó. Al respecto, añadió en alto, para que Ciano tomara nota de sus palabras… por si acaso:

-No, no queda ni una pizca de honor en Italia. Si Graziani fuera un hombre honor, tras su fracaso africano, que nos obliga a lo que ahora nos obliga, se suicidaría de buen grado antes que aceptar la humillación de la destitución... ¡Y yo lo enterraría, pese a toda su incompetencia, con honores de mariscal, como un héroe de la patria! Sin embargo... ¡Míralo ahí, en el Lazio, patéticamente refugiado con su familia, acobardado junto a su mujer y sus hijos, retirado de todo!

-Parece que Rommel invertirá el curso de las cosas por allá abajo –Ciano se mostraba optimista ante los refuerzos enviados al Norte de África, comandados por Rommel, a la par orgulloso de que el Reich, el país más poderoso del mundo, ayudara así a Italia con que tan sólo se lo pidiera.

-No te engañes Galeazzo –el Duce adoptó un tono casi paternal con el marido de su hija, por el que, ciertamente, sentía una debilidad casi paternofilial-, Hitler nos ayuda en África a cambio de conseguir lo que tendré que lograr yo personalmente en mi cita en Bordighera.

-¿Qué España entre en la guerra?

-Desde luego... y ese Franco es un hueso duro de roer, tan cerril y cabezota. ¿Sabes lo que me confesó el Führer tras su entrevista con él en Hendaya? –Ciano negó con la cabeza, no sabía-. ¡Pues que prefería dejarse sacar las muelas antes que volver a entrevistarse con Franco!- ambos personajes rieron francamente, a gusto, la ocurrencia. Se carcajearon desde sus tarimas de poder.

-¡Por eso nos tocará a nosotros ahora hablar con él!- exclamó Ciano.

-Por eso- y Mussolini esbozó una sonrisa de complicidad que fue recibida con otra carcajada, ahora más tenue, por parte de Ciano -: Mira, Franco es un hombre de corazón valeroso, pero en este asunto yo opino como Hitler, se ha convertido en jefe por una carambola y carece de talla, tanto de político como de organizador. Si España no entra en guerra de nuestro lado, inminentemente, el Führer asegura que Franco cometería el error más grande de toda su vida. Y además, ¡qué diantres!, ese hombre es un desagradecido, ya lo sabes tú bien, Galeazzo, la ayuda que tanto el propio Hitler como yo le prestamos cuando se encontraba en apuros... Ese desagradecimiento apena mucho al Führer, pero a mí, que me tomo las cosas de diferente manera, me enciende.

Ciano trató de que Mussolini no montara de nuevo en cólera, ahora que parecía más calmado, así que desvió el asunto del “desagradecido Caudillo español” por los derroteros estratégicos que deberían abordar en la conferencia:

-Resumamos, Duce, que Franco nos debe permitir cerrar el Mediterráneo con su entrada en la guerra del lado del Eje, permitirnos la conquista de Gibraltar y la expulsión de los ingleses del Peñón, pues para ello envió Hitler las divisiones de Rommel al África del Norte en nuestro socorro.

-Exacto... Si Franco es un hombre inteligente, circunstancia que ya comienzo a poner en duda, nos permitirá el libre acceso a la península ibérica para que demos un golpe de mano que cambie el curso de la guerra en el Mediterráneo –los ojos de Mussolini brillaban de satisfacción al recrearse en el estratégico cierre del mar por el Estrecho, con todo lo que eso significaría de aumento de su prestigio ante Hitler, al que idolatraba, si le llevaba en bandeja las concesiones que el propio Führer en persona no fue capaz de arrancarle a Franco.

-Mis contactos con Serrano Suñer no son malos, los españoles están receptivos a tal efecto, diríase que hasta ansiosos de escuchar nuestras propuestas –Ciano intentaba agradar a Mussolini.

-¡Eso espero Galeazzo, eso espero! Ya lo decían los marinos británicos: “quién domina el Mediterráneo domina el mundo” y, como dice Churchill, “el Mediterráneo es el bajo vientre de Europa” -Ciano guardó un respetuoso silencio ante las citas del Duce. Este, tras una leve pausa, continuó-: Inglaterra será batida. Inexorablemente batida; ¡ésta es una verdad que les vendrá bien a todos metérsela en la cabeza! -llamaron con los nudillos a la puerta del despacho. Ciano exclamó alborozado:

-¡Bueno Duce, debo marcharme ya! Bien siento no poder permanecer a su lado en la conferencia, pero ya sabe que soy un piloto destinado al frente griego... ¡y se debe predicar con el ejemplo!

Mussolini sentía mucho que su fiel  Galeazzo, tan válido, no lo ayudase en su reunión con Franco, pero no podía privarlo de asistir al frente griego rogándole que se quedara, sobre todo tras darle toda esa charla sobre el honor...

-¡Ve tranquilo, yo me basto y me sobro para acabar con las tonterías y los delirios de ese charlatán de Franco! Además, el frente es el destino y el lugar de un valiente aviador de la Regia Aeronáutica, en la defensa de este país, que debería de empezar por protegerse de sus propios habitantes. No, no voy a impedirte que vayas.

Ambos hombres se miraron fijamente, Ciano iba a pronunciar unas frases de agradecimiento que comenzó con un balbuciente “Duce...”, pero que Mussolini cortó de raíz con un “ya está aquí tu coche”. Se levantaron de las butacas del Salón del Mapamundi en el Palazzo Venecia de Roma, absolutamente convencidos de que tras la cita en Bordighera, España, la testaruda España, entraría en la guerra del lado del Eje, sin reservas. Las horas de Gran Bretaña en la contienda, tras esa circunstancia, parecían contadas, al menos así lo pensaba Ciano: “Gran Bretaña está perdida, Franco será incapaz de resistirse al influjo y la personalidad del carismático Duce”, se repetía mientras en el coche oficial se dirigía al aeródromo, con más miedo en el cuerpo que un perrillo apaleado que huye de los soportales…

Acto II:

Cita en Bordighera -12 de febrero de 1941-

Bordighera es una recoleta localidad italiana, en la Liguria, cercana a la frontera francesa. Francisco Franco se desplazó allí para verse cara a cara con Benito Mussolini, el Duce que, según parecía, se encontraba inmerso en una situación delicada en África a causa de la incompetencia de sus mariscales. Por supuesto, Franco no pensaba pronunciar una sola palabra acerca de eso, como Mussolini no pensaba, ni remotamente, arrojar con orgullo reproches acerca del agradecimiento que España, la “España nacional de Franco”, estaba obligada a demostrar por Italia, por la ayuda prestada en la Guerra Civil.

-Estoy convencido, Caudillo –le expresaba Mussolini en un buen español que relajó mucho a Franco al poderse liberar de la presencia de los incómodos traductores de rigor en las entrevistas- de que el Eje alcanzará una victoria total en la “cruzada”.

El Duce no era tonto, salpicaba su discurso con términos afines a Franco, tales como “Caudillo”. Al dictador español le causaba una inmensa alegría escucharse así nombrado de boca de un poderoso personaje y “cruzada” era palabra con la que parecía identificarse por completo el destino de Franco, de Hitler e, incluso, del mismo Mussolini. Sí, la conjunción de guerras, una tras otra, no era sino una cruzada emprendida contra los bolcheviques.

-Mire, Caudillo, es absolutamente imposible que España permanezca al margen de la guerra, ¡no puede permanecer por más tiempo al margen de la guerra! –aunque alzaba el tono de voz, no por ello se mostraba amenazante, ni mucho menos, era un recurso que Mussolini utilizaba a veces para recalcar la importancia de unas palabras insertadas en la totalidad del discurso-. Obviamente, en esto tanto el Führer como yo queremos ser exquisitamente claros, las fechas de entrada de España en el conflicto tan sólo dependen, exclusivamente, de sus decisiones, Caudillo.

-Mire, Duce –Franco iniciaba su réplica-, España, yo mismo y mi gobierno, no nos negamos a entrar en el conflicto, del lado del Eje, obvio es decirlo, pero como ya le transmití al Führer en Hendaya, una colaboración militar con el Eje de la categoría que ustedes desean nos llevaría a una situación crítica que no deseo para el país. España necesita suministros de trigo y gasolina que ahora recibimos de ultramar y que, inevitablemente, se nos cortarían de raíz en cuanto nos alineáramos militarmente con el Eje; venimos de una cruel guerra, derrotar al demonio rojo nos ha debilitado. Hoy por hoy no puedo permitirme ni permitir a los españoles la supresión de esos suministros.

Hitler ya le advirtió de que Franco era testarudo, pero no importaba, él, el Duce, lo conseguiría, lograría que entrara en razón, ¡vaya que sí, entraría en razón!

Acto III:

Despedida en Bordhigera -12 de febrero de 1941-

-Muy bien, entonces tomo nota de sus dos condiciones para entrar de nuestro lado en el conflicto -pasaron las horas y todo el esfuerzo de Mussolini fue en vano, la posibilidad de cerrar el Mediterráneo se esfumaba-: Yo se las haré llegar al Führer, aunque no le son en absoluto desconocidas ya que vienen a ser las mismas que en Hendaya -¡pero cómo podía presentarse ante Hitler con tal fracaso y decirle “lo siento Führer, estaba usted en lo cierto, Franco no accede a entrar en razón!”.
-Que me satisfagan de inmediato, tanto Alemania como Italia, las necesidades de trigo, armamento y carburante –repitió Franco, antes de que Mussolini añadiera:
-Y que se revisen las concesiones territoriales que España recibiría del Eje en el norte de África, una vez terminada la guerra y obtenida la victoria.
-Eso es- sentenció Franco- pero no se olvide, Duce, que mi corazón está con ustedes, que deseo la victoria del Eje. Es algo que va en interés mío y en el de mi país.
-Pues así se lo comunicaré al Führer... ¡ya veremos lo que se pueda obtener!
Quince minutos después, ambos líderes posaban ante la foto oficial del encuentro. El rostro de Benito Mussolini, debajo de una monumental gorra de plato, se mostraba taciturno, sin cesar de repetirse:
-¡Si mi fiel Galeazzo se encontrase aquí!

Acto IV:

 España expulsada de la Nueva Cancillería -12 de febrero de 1941-

Mussolini se apresuró en la elaboración de un memorándum de la entrevista de Bordighera, que acompañó de una carta personal dirigida a Hitler:

“Führer:

Franco, con su actitud de imposibilitar la operación contra Gibraltar, le hace un flaco favor al Eje. Con esto no solo demuestra su ingratitud hacia usted Führer y para conmigo, sino que además evidencia que carece de una auténtica visión política. Es dudoso ya que el Eje colabore con los españoles. Además, siempre queda en el aire el riesgo de que los españoles puedan volver sus armas contra el Eje. La historia muestra con ejemplos lo encarnizada que puede ser la resistencia española. Los españoles son hábiles y muy buenos soldados, especialmente capacitados para la defensa. Lamento que Franco se muestre tan desagradecido con Alemania e Italia, siento mucho que no pude conseguir que cambiara de opinión”.

Ribbentrop terminó de leer en voz alta la misiva y Hitler se puso bruscamente en pie. Abandonó su puesto tras la mesa de su despacho en la Nueva Cancillería mientras el eco de sus zapatos sobre el rico mármol parecía acompasar sus pensamientos. Tras dar un par de pasos cortos en derredor de Ribbentrop, que permanecía serio y de pie, resolvió con calma, sin un ápice de contrariedad, como resignado -o tal vez albergaba otros ocultos motivos que le hacían no tomarse a mal la actitud de Franco-:

-Ocupar España sin obtener antes el consentimiento de los españoles es algo irrealizable, ya que los españoles son el único pueblo latino duro y se dedicarían a una guerrilla en nuestra retaguardia. No quiero ni oír hablar ya más de este asunto.

El asunto español ya no se volvió a mencionar, jamás, entre los muros de la Nueva Cancillería.
 

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