Estabas en cuclillas: en una mano las briznas de tabaco con el
chocolate: en la otra el papelillo: mientras tarareabas Taxman: la
última canción que habíamos escuchado en el último garito que ya
habíamos cerrado. Nuestra vida era una portada barroca de borracheras y
cubatas, de vasos de tubo labrados junto a botellas de whisky y el
gilipollas del astronauta a un lado.
Después: te dejaste caer de golpe sobre la arena del parque de la
plaza del Dos de Mayo. Ese culazo en vaqueros sucios y desgastados y
cacheteado sobre el piso recalentado de un amanecer de junio demasiado
venenoso. Nuestra vida es como un Pórtico de Gloria destrozado por el
terremoto y quedan las muelas cariadas y puntiagudas y la fetidez de la
podredumbre.
Elevaste tu mirada y se encontró con la mía. Me sonreíste, con una sonrisa que decía: estoy ya muy lejos, tan lejos, de ti.
De todo lo tuyo.
Aspirabas el porro y te abalanzabas para adelante: los pechos
parecían salírsete de la camiseta de tirantes, apenas aferrados a tu
eterno sujetador negro. Me mirabas: me sonreías: me decías: nunca más:
nunca: jamás.
Desde una ventana: algún vecino nos gritaba que dejáramos de armar
escándalo: era tu risa: como a mí: se le clavaba en la nuca/corazón sin
permitirle dormir/sin permitirme vivir.
Desde allí abajo buscabas mis ojos como antes buscabas mi boca. Y
decías nunca nunca como antes decías siempre siempre o yo creía que
decías siempre siempre cuando sólo decías ahora ahora sólo ahora: y yo
no lo entendí.
Querías desayunar algo: el hambre de las copas y los canutos: el hambre de toda la noche en vela. Era el momento más amargo de mi vida: y tú querías desayunar algo bien grasiento y tomar el metro camino de casa.
Entonces supe que mi móvil ya no encendería, repentino, su pantalla fosforescente en la noche.
Con la desolación del sol perforando el edificio de la Telefónica: caminé por la Gran Vía con la certeza y la seguridad:
Es una gruesa línea de tristeza y desesperación la que te separa de la pornografía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario