Todas las ciudades me recuerdan a ti. Londres, las rejas verdes de Wimbledon y tus besos bajo la llovizna. Y la estación de Paddintong, la tienda de discos Plastic Passion, Nothing Hill Gate, Bayswater, Marble Arch y tu sonrisa mientras esperábamos el metro en Edgware Road. Y Blur y los Pet Shop Boys. Y Rent.
Todas las ciudades me recuerdan. Berlín y el eco de tu risa mientras subíamos a la torre de televisión de la Alexanderplatz y el olor de tu pelo mojado por el chubasco frente al memorial de Treptower Park.
Todas las ciudades me. Sofía y ese merengue de arquitectura que es la catedral de San Alexander Nevsky, iluminada por tu sonrisa y mis manos en tu cintura sentados, muy juntos, en el teleférico que nos subía al monte Vitosha.
Todas las ciudades. Praga, la casa de Mozart en Bertramka y la música de tus caderas, las estatuas del Puente Carlos y el bronce de tu cuerpo.
Todas las. Varsovia, los dorados de tu pelo en las hojas del otoño del parque Lazienki, con el monumento de Chopin al fondo: y su corazón: y tu corazón. Al latir.
Todas. Brujas, en la bruma en la que te extravié, en el canal en el que me ahogué, las callejas y el cerco de la cerveza rubia en tus labios. Y el cerco de la cerveza amarga en mis labios.
Madrid: el insomnio de tu ausencia a tan escasas líneas de metro, a unas cuantas casas y paradas de autobús, en la lejanía de las placas con nombres de las calles que no reproducen el tuyo.
Ante el azul del televisor de una madrugada de insomnio descubro que, en efecto, todas las ciudades me recuerdan a ti porque en todas esas ciudades estuve sin ti y me dediqué, obstinado, empeñado, a recordarte: perdí el tiempo entre parques y jardines en recordarte, en imaginarte, en existirte. En respirarte en la ausencia.
Todas las ciudades me recuerdan. Berlín y el eco de tu risa mientras subíamos a la torre de televisión de la Alexanderplatz y el olor de tu pelo mojado por el chubasco frente al memorial de Treptower Park.
Todas las ciudades me. Sofía y ese merengue de arquitectura que es la catedral de San Alexander Nevsky, iluminada por tu sonrisa y mis manos en tu cintura sentados, muy juntos, en el teleférico que nos subía al monte Vitosha.
Todas las ciudades. Praga, la casa de Mozart en Bertramka y la música de tus caderas, las estatuas del Puente Carlos y el bronce de tu cuerpo.
Todas las. Varsovia, los dorados de tu pelo en las hojas del otoño del parque Lazienki, con el monumento de Chopin al fondo: y su corazón: y tu corazón. Al latir.
Todas. Brujas, en la bruma en la que te extravié, en el canal en el que me ahogué, las callejas y el cerco de la cerveza rubia en tus labios. Y el cerco de la cerveza amarga en mis labios.
Madrid: el insomnio de tu ausencia a tan escasas líneas de metro, a unas cuantas casas y paradas de autobús, en la lejanía de las placas con nombres de las calles que no reproducen el tuyo.
Ante el azul del televisor de una madrugada de insomnio descubro que, en efecto, todas las ciudades me recuerdan a ti porque en todas esas ciudades estuve sin ti y me dediqué, obstinado, empeñado, a recordarte: perdí el tiempo entre parques y jardines en recordarte, en imaginarte, en existirte. En respirarte en la ausencia.
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