Flánklin Pís había acabado su enésimo libro sobre Hernán Cortés y decidió que se tenía bien ganada una Corona bien fría. Flánklin Pís, en el colmo de su fascinación por lo azteca, vivía, desde hacía años, en el DF, aunque era de Trujillo, nacido con el polvoriento nombre de Francisco Paz, hasta que le dio por estudiar, escribir y biografiar a su ilustre vecino Hernán Cortés.
No sabemos bien si fue el calor, la sed, el cansancio, la satisfacción de haber acabado su nueva obra, o los tequilazos que combinó con la Corona, pero a Flánklin Pís se le desató la lengua acodado en la barra del bar: y empezó a dar vítores a Cortés, elogiarlo y enaltecerlo.
Quizás no hubiera pasado nada nunca, y es posible que por dar vivas a Cortés, hoy en día, en el DF, tal vez no te ganes más que unos insultos. Pero allí, al lado, codo con codo, bebía mezcalito un mexicano aceitunado y de rostro herido a cicatrices, que recordaba al Machete tarantinesco.
A que me voy a cagar en tu madre, le dijo a Flánklin, que animado, más que animado en su borrachea, arremetió con mayor fuerza en su panegírico a Hernán Cortés y a los dioses que nacieron en Extremadura.
Aquel mexicanito, ahíto a mezcalito, que se parecía al Machetito, resultaba que era de la convicción de que un antepasado suyo había sido guisado en una olla, guisado vivo, y servido a un Cortés que se lo comió y, en su depravación, se relamió hasta los codos mientras la Malinche lo abanicaba con infinito amor.
Hastiado de los elogios a Cortés, pronunciados por Flánklin con farfallosa lengua y abundante surtidor de saliva, el mexicano desenfundó con rapidez su navaja y le propinó a Flánklin una mojá directamente en el centro del corazón.
Recibió la cuchillada como un soplido helado en el pecho, abrió los ojos atónito, tuvo tiempo de apurar su Corona y, mientras el mexicano se cagaba en España, en los virreinatos, en Sor Juana Inés de la Cruz y en el Inca Garcilaso, Flánklin Pís se derrumbó lentamente, al mismo ritmo caluroso, caliente y cansino en que la mancha de sangre empapaba su camisa.
No sabemos bien si fue el calor, la sed, el cansancio, la satisfacción de haber acabado su nueva obra, o los tequilazos que combinó con la Corona, pero a Flánklin Pís se le desató la lengua acodado en la barra del bar: y empezó a dar vítores a Cortés, elogiarlo y enaltecerlo.
Quizás no hubiera pasado nada nunca, y es posible que por dar vivas a Cortés, hoy en día, en el DF, tal vez no te ganes más que unos insultos. Pero allí, al lado, codo con codo, bebía mezcalito un mexicano aceitunado y de rostro herido a cicatrices, que recordaba al Machete tarantinesco.
A que me voy a cagar en tu madre, le dijo a Flánklin, que animado, más que animado en su borrachea, arremetió con mayor fuerza en su panegírico a Hernán Cortés y a los dioses que nacieron en Extremadura.
Aquel mexicanito, ahíto a mezcalito, que se parecía al Machetito, resultaba que era de la convicción de que un antepasado suyo había sido guisado en una olla, guisado vivo, y servido a un Cortés que se lo comió y, en su depravación, se relamió hasta los codos mientras la Malinche lo abanicaba con infinito amor.
Hastiado de los elogios a Cortés, pronunciados por Flánklin con farfallosa lengua y abundante surtidor de saliva, el mexicano desenfundó con rapidez su navaja y le propinó a Flánklin una mojá directamente en el centro del corazón.
Recibió la cuchillada como un soplido helado en el pecho, abrió los ojos atónito, tuvo tiempo de apurar su Corona y, mientras el mexicano se cagaba en España, en los virreinatos, en Sor Juana Inés de la Cruz y en el Inca Garcilaso, Flánklin Pís se derrumbó lentamente, al mismo ritmo caluroso, caliente y cansino en que la mancha de sangre empapaba su camisa.
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