martes, 31 de mayo de 2011
Constructo
Eres una construcción mental. Eres inaprensible, inalcanzable, inalterable. Eres una construcción mental: esa es la enorme dimensión de mi dolor y de mi derrota.
Piedra de Rosetta
Encontré la piedra de Rosetta de tu corazón. Me sudaban las manos: se me resbaló: se hizo añicos contra el suelo.
Deseo de ser Joseph Roth
Me gustaría ser Joseph Roth: escribir por los poros novelas y novelas de un talento anegado en brandy; vivir de forma itinerante e inestable, en los hoteles, en todos los hoteles y sólo en los hoteles; charlar, perorar, pontificar en los cafés, en todos los cafés y sólo en los cafés; ser amigo de Zweig y sólo de Zweig; morir, borracho, embotado de coñac, desplomarme en las sucias losas de un bar, entre las mesas de mármol, avance del sepulcro, y que Dios me de tan liviana y hermosa muerte.
Puesta en abismo
Soy un personaje de novela barata, de quiosco o de aeropuerto, de best-seller, un personaje de ficción con DNI y número de pasaporte.
Como un músico de Terezín
Anclado en el no-tiempo de este Infierno: creando, interpretando, pensando, escribiendo de forma inútil, sin sentido. Es un Infierno inútil, no conduce a nada, a un no-lugar: si acaso, conduce a la desesperación.
Como un músico de Terezín: escribiendo por Terezín, respirando por Terezín, sufriendo por Terezín, agonizando en Terezín. Sin futuro en Terezín.
Como un músico de Terezín, que hoy toca el violín y sabe que, mañana, a lo sumo pasado, será viento y ceniza por gas y crematorio, colgado de las líneas del pentagrama: más allá de la lejanía de la partitura.
Tan lejos de mis páginas en blanco.
jueves, 26 de mayo de 2011
Francisco Franco, alias bocachancla, vendedor ambulante
Francisco Franco, alias bocachancla, vendedor ambulante, recorría la Península de norte a sur y de sur a norte, pregonando sus delicados y preciosos productos: cintas de colores, estilográficas, tónicos depuradores, papelillos de confeti, serpentinas, abrelatas y navajas suizas... Una tarde de 1936 se despistó, y acabó en un camino vecinal, terroso y polvoriento, bajo un sol de justicia, y se topó con una pareja de guardias que venían, en ese mismo momento, de beberse una docena de ginebras con limón para celebrar que acababan de matar de un tiro en el culo a un poeta local: por subversivo y maricón.
Estos guardias tenía muy mal beber. Primero rompieron toda la mercancía de Francisco Franco, alias bocachancla, vendedor ambulante, que la compraba a precio de saldo en Perpiñán, y después le dieron una paliza de muerte con la que lo mandaron al otro mundo y él, Francisco Franco, alias bocachancla, vendedor ambulante, pasó el tránsito sin decir ni pío, con el verbo florido y bonito que tenía cuando se trataba de colocar a unos ilusos su mercancía.
Carlitos Marx, recitador en verso de la Biblia
Carlitos Marx dedicó los mejores años de su vida, toda su juventud, a poner en verso la Biblia, aprenderla de memoria y luego inició un viaje por todo el mundo recitándola. Daba gusto oírlo. Se subía al púlpito de la iglesia abarrotada de fieles, porque su fama ya trascendía los pueblos, las ciudades y los continentes, y se entregaba a sus ripios que encendían el Apocalipsis, que era lo más pedido y lo que más gustaba, en las imaginaciones de los presentes. Dicen que había estado en Tierra Santa, otras habladurías afirmaban que acompañó la Cruzada de los Niños con sus versos para darles fuerza en la fe mientras sufrían una infame degollina a manos del sarraceno...
Una tarde de invierno, en el Duomo de Florencia, Carlitos Marx recitaba ante un auditorio embobado. Afuera, la ciudad sufría la peor epidemia de peste de su historia, y eso había llevado a la gente a escuchar a Carlitos y sus rimas del Apocalipsis porque, en épocas de desgracia y gran tribulación, parece que escuchar ese tipo de historias reconforta el corazón. Si uno se fijaba bien, y se encontraba lo suficientemente cerca, podía ver en el fondo de la pupila de Carlitos Marx, mientras recitaba fragmentos rimados apocalípticos, las figuras del Infierno, de penitentes arrastrándose por páramos infectos y cenagosos y hasta a Satán, sus peludas piernas atrapadas en bloques de hielo y su rostro con las tres caras de la traición pintadas. Algunos aseguran que Dante Alighieri pudo verlo, y rápidamente se fue a escribir un disparate alucinado que resultó ser una obra maestra de la humanidad.
Esa tarde, en Florencia, en el Duomo, entre el público, dos personas se habían acercado curiosas de ver quién era ese marrano de barbas luengas y erizadas y túnica de pordiosero, que extendía un tufo a mierda a la par que derramaba sus ripios encadenados. Esa tarde, Giovanni Boccaccio y Geoffrey Chaucer coincidieron en el Duomo, escucharon a Carlitos, se hicieron amigos, lo celebraron con buen vino esa noche y luego corrieron a sus respectivos aposentos para escribir sus obras maestras, también, como Dante, mientras Carlitos había agarrado la peste y se moría retorcido entre enormes dolores y vomitonas verdes.
Bueno, eso dicen, que sobre Carlitos Marx, recitador en verso de la Biblia, muy pocas cosas son seguras, y ni mucho menos, veraces.
miércoles, 25 de mayo de 2011
Adolfo Hitler, traductor de Madame Bovary
Adolfo Hitler, traductor de Madame Bovary, trabajó incansablemente, día y noche, noche a la luz de una vela (una vela porque había que ahorrar que lo de la traducción no daba dinero y, por eso, cenaba una lata de sardinas, en tomate, eso sí) en noches inacabables de signos y dicciones, en noches de frío y calor, sobre todo de frío, en su buhardilla de Ingolstadt.
Adolfo Hitler, traductor de Madame Bovary, había aprendido francés leyendo el Cándido de Voltaire y puso en florido Bühnendeutsch de Ingolstadt las palabras hipoclorhídricas de Flaubert.
Adolfo Hitler, traductor de Madame Bovary, cuando acabó de traducir Madame Bovary, su trabajosa traducción, se agarró una borrachera de cuidado, allá por 1933, y fue atropellado, en plena plaza mayor de Ingolstadt, en plena curda, por el primer camión de basura que había comprado el ayuntamiento de Ingolstadt, cuando cruzaba, haciendo eses, la plaza mayor del ayuntamiento de Ingolstadt.
Todos tus discos (Segunda)
Cariño:
Lascia ch´io pianga mia cruda sorte, la voz de Izzy Cooper parece poder ser capaz de congelar el fuego de la chimenea. Déjame llorar mi mala suerte... Por aquí las cosas siguen igual, es decir, sin novedades: quizás fumo algo menos, pero por el contrario bebo algo más. Por otro lado, el atardecer sigue siendo un momento extraordinariamente peligroso, en especial cuando se levanta ese viento frío y desapacible que golpea las cristaleras... a veces pienso que ese vendaval traerá a Paolo y Francesca, ya sabes, condenados porque su amor se desbocó al leer juntos el Lanzarote. Eso me hace reflexionar sobre lo mucho que te he querido y lo poco que he recibido a cambio... o sobre lo escasamente poco que le he pedido a la vida, con lo poquísimo que me habría contentado, y que ni eso me ha sido dado, concedido. Pero bueno, ya sabes, ¿en qué momento se jodió el Perú? Tú ya me entiendes...
Espero que seas feliz, al menos tan feliz como deseo que seas, que es mucho. Estoy oyendo otro de tus discos, en este caso a los Byrds. Suena Turn, Turn, Turn! y es cierto, hay un momento para amar y otro para odiar... el problema es que no sé en cual de ellos me encuentro. En cualquier caso, este momento no es mi momento.
Ojalá las cosas marchen fantásticas en tu pequeño mundo.
Saludos, desde este lado, el otro lado, del corazón.
martes, 24 de mayo de 2011
Herida
Siempre pensé que te encontraría en las colas de los cines. Todos estos años -más de veinte- estirando el cuello y fijándome con esperanza y el corazón alborotado cada vez que pasaba por delante de un cine.
Todos estos años.
Siempre pensé que te encontraría en las colas de los cines, pero te encontré en la mesa de un restaurante. Yo, comía sólo y apartado en una esquina, cuando entraste tú, rodeada de tus cinco hijos: Goebbels te habría condecorado.
Te habría condecorado.
Siempre pensé que te encontraría en las colas de los cines, pero apareciste entre la sopa de cebolla y el tártar de salmón. Rodeada de hijos: recia y contundente matrona paleolítica.
Paleolítica.
Después de la charla de aquella sobremesa llegué a una conclusión: tras todos estos años con tu recuerdo prendido de mis solapas, justo al lado del corazón, tú te habías dedicado, afanosamente, amorosamente, a construir.
Yo: me había consagrado a destruir.
Esa era la inmensa magnitud de la herida.
Todos tus discos
Cariño:
¿Cómo van las cosas en tu pequeño mundo?
He querido empezar esta carta con una frase sacada de Burning Sky, la canción de los Jam que tanto te gustaba, que tanto nos gustaba. Porque sí, en efecto, oigo tus discos, todos tus discos, todos esos discos que una vez, alguna vez, significaron algo.
Aquí el tiempo pasa despacio: fumo mucho -no, no he podido dejarlo-, veo a veces la televisión (fíjate, yo viendo la tele), también leo, leo hasta que me escuecen los ojos: Valéry. Eliot, Joyce, Kafka, Bernhard... No hay libro en cuyo fondo no encuentre una lágrima.
Pues sí, oigo todos tus discos. Al atardecer el tiempo se pone de tormenta, se levanta un aire frío desagradable. Frente a la chimenea, hipnotizado con el chisporroteo del fuego, casi puedo vislumbrar las notas de cada canción de Immaculate Fools o de los Silencers... entonces, cierro el libro que tengo entre las manos, de golpe, me abalanzo sobre el papel, con un ahogo escribo:
Cariño...
viernes, 20 de mayo de 2011
Nada ocurre por casualidad
Cuando ya nadie te escucha
Cuando ya nadie te escucha, en la oscuridad, todo puede suceder. Cuando todo este río es sólo arena, en la oscuridad, todo puede suceder. Cuando ya nadie te escucha puedes oír tus estertores, tus gorgoteos de cansancio, de asfixia, tus lamentos y tus angustias, que estaban ahí, como unos amigos fieles, amarrados al pecho, desde siempre.
Cuando ya nadie te escucha los sollozos atronan, los lamentos ya cansan, el miedo se imanta en los huesos y, entonces, ni la oscuridad es demasiado oscura y densa para ocultarte, y las fuerzas son demasiado escasas para maldecir, y la vida es demasiado corta para haber temido tanto.
Cuando ya nadie te escucha todo se convierte en un ejercicio de impotencia.
En la aritmética de la desgracia.
jueves, 19 de mayo de 2011
Bin Laden
Tus sollozos, al pie de la cama, me despertaron aturdido. Han matado a Bin Laden, me dijiste. Al escuchar ese nombre, ¡zas!, de golpe, la imagen del segundo avión. ¿Y lloras por que han matado a ese hijoputa?, estuve tentado de responderte. Pero me callé: me callé porque entendía: no llorabas por el tipo aquel, abatido como un conejo en algún cubículo donde, en palabras de Houellebecq, "se rehogaba en su propia mierda". Llorabas por otra causa: tus lágrimas se iluminaban del azul eléctrico que penetraba por la puerta del dormitorio, entreabierta. Eran las cinco y media de la madrugada y tú llorabas, llorabas porque aquella noche (después de muchas noches de insomnio y llantos, rumiando el cómo), habías decidido terminar con lo nuestro.
Lo nuestro: después me dirías que no existía eso que yo denominaba "lo nuestro". Qué era eso de "lo nuestro". Nunca había existido. De qué estaba hablando. Pero lo cierto era que aquello (llámalo "lo nuestro" o llámalo fracaso) empezó tan sólo unos días después de que se hundieran las Torres, como si nuestro amor se pudiera injertar en los escombros, abonados con restos humanos, y pudiera germinar ante la devastación de Occidente.
Y, claro, no se podía injertar. Mucho menos, germinar.
Una vez lo hice en el mar -me confesaste-. Yo, perdí la virginidad con una turista, un verano en la playa -te contestaba, pero no era verdad, que va, toda mi relación contigo, toda mi vida asentada en la mentira. La verdadera historia era una prostituta de un motel de la carretera camino de Valencia, con un rótulo de latón de Estrella de Levante y, aún así, ni siquiera toda esa historia era cierta.
Te levantaste y saliste en dirección al saloncito de la televisión, a irradiarte con sus rayos azules. Entonces, lo supe: era como Bin Laden. Y me parapetaba en aquella habitación a la espera de que tus comandos entraran y yo, como una gallina asustada, fuera abatido en mi refugio de cobardía y me quedara sin corazón.
Entonces, cuando giraste el pomo de la puerta, dispuesta a entrar de nuevo y liquidarme, un verso me vino a la memoria:
Te mostraré el miedo en un puñado de polvo.
Y fui: hierros que revientan, ventanas que se desgajan, vidrios que se rompen, ladrillos y cemento que se colapsan: un barbudo temeroso y una llamarada de fuego.
Sin posibilidad de resurrección:
Una bocanada de mierda.
Autor bélico
Soy un autor bélico: sostengo mi basura contra viento y marea; mis desmanes dan gritos en el campo de batalla y he resultado herido de muerte, sacrificado, acribillado y enterrado en la fosa común, como festejo y cierre de la Feria del Libro, para mayor mofa y befa, y escarnio públicos. Uno de barbitas que había escrito un libro sobre gatos se reía de mí, señalaba mi cadáver con la mano; otro, que hizo una novela negra compostelana (es decir con crímenes y templarios y misterios de chancleta y pandereta en el Camino de Santiago) se reía hasta llorar y se sujetaba la tripa mientras me cubría de improperios.
Mire usted: creyó que podía venir aquí a vomitar su mierda. Que le era lícito el pensar que podía escribir. Que va hombre, que va.
Estábamos nosotros antes.
Y tras una paletada de estiércol, me bajaron a la fosa.
miércoles, 18 de mayo de 2011
Día de la Infamia
Son días de la Feria del Libro en Madrid: son días de vergüenza, de infamia, de desprecio, de derrota.
martes, 17 de mayo de 2011
Modern Love
Te gustaba Bowie: lo sé: ayer lo escuché y me acordé de ti: después de todos estos años: de tantos años: Life on Mars y Heroes: pero sobre todo Modern Love: esa canción te volvía loca: recuerdo la sonrisa que ponías con los acordes de la guitarra del principio: la inmensa alegría que te recorría el cuerpo: y mis miradas: también te gustaban los dos discos de World Party: solías oírlos antes de irte a dormir: y los Psychedelic Furs: esos también: y a mi me encantaban los Jam: y esa canción: Thick as Thieves: parecía expresamente para nosotros: después llegó la época del vómito: ya sabes: esa época: y ni Modern Love ni ninguna otra: nos queda escuchar aquellas canciones y acordarnos: como yo hoy, al oír a Bowie: tal vez tú: algún día: cuando escuches Thick as Thieves y seas consciente de que me fastidiaste esa canción para el resto de mi vida: no he podido volver a ella: volver a oírla.
The first cut is the deepest
Era increíble: era increíble lo que podríamos haber llegado a hacer juntos: los dos: tú y yo: es increíble hasta donde habríamos podido llegar: hasta donde.
Argel: las manos entrelazadas mientras dormíamos la siesta: el rumor del aire acondicionado y, afuera, tras el ventanal con la guillotina de la persiana, las calles y la costa herían su media tarde.
Cuando desperté: puse un disco: Cat Stevens con su voz nasal: levanté la persiana con fuerza, del tirón la luz desveló que sobre la cama ya no existías.
"Es increíble hasta donde podríamos haber llegado": me dije mientras me inyectaba de mar el fondo de las retinas: estúpido Mersault de saldillo: sal ahora a matar a alguien para, así, sentirte realizado.
Y Cat Stevens insistía: el primer corte es el más profundo:
Baby, I know.
viernes, 13 de mayo de 2011
Sabatina (de nuevo, ¡la de ayer me la borró blogger!)
Y después de 99 años insistiendo, enseñándome cómo era La Resistencia, viejo, amigo, maestro, te has marchado y me has dejado indefenso. Ya no sé como voy a resistir. Te conocí en la playa de piedras de Villajoyosa mientras pensaba que yo era como una piedra de esas de la orilla, me hablaste de Uno y el Universo. Luego llegaron los Héroes y las Tumbas (qué curioso, en otra playa, años después, serían las Tumbas de los Poetas, donde bajo arena y barro enterré mis expectativas de ser amado, del Ser Amado). Me ayudaste a descubrir que yo también sufrí a una Alejandra, en este caso un amor palíndromo, como amargo y desagradecido.
A los 99 te has marchado, has dejado de resistir, y ya no sabré la forma de hacerlo: en el peor momento: cuando todo este río es sólo arena.
jueves, 12 de mayo de 2011
Sabatina
Y después de 99 años insistiendo, enseñándome cómo era La Resistencia, viejo, amigo, maestro, te has marchado y me has dejado indefenso. Ya no sé como voy a resistir.
Te conocí en la playa de piedras de Villajoyosa, me hablaste de Uno y el Universo, luego llegaron los Héroes y las Tumbas y comprendí que yo había sufrido a mi propia Alejandra en un cruel palíndromo de tres letras.
¿Como voy a resistir ahora que todo este río es sólo arena?
martes, 10 de mayo de 2011
La aparición pánica de los objetos
Un hombre en un avión: antes de que se estrellara: antes de morir: tuvo tiempo de escribir una nota (fue en un desastre en Japón (tierra de desastres) (tierra de Haikús también) (tierra, por ende, de terribles fracasos)). "Os quiero: he tenido una vida infinitamente feliz, plena". Eso pasó, eso escribió, eso confesó, alegre por alegrar con su alegría la desdicha de los suyos.
¿Y yo? ¿Yo qué podría escribir, afirmar, confesar? Papel en blanco: y sin destinatarios, ni plenitud, ni felicidad, ni infinitud.
Sin duda en el desastre incluso, aún, sin desastre aéreo.
viernes, 6 de mayo de 2011
Antinovela
Algún día (porque a Dios pongo por testigo...) escribiré, ya que soy un Antiautor, una Antinovela. Sí, escribiré una Antinovela y la titularé así: Antinovela. Y la firmaré como Antiautor. Y tendré miles de Antilectores. Y de Anticríticas. Y de Antiventas. E iré a las Antipromociones para hablar de mi Antiliteratura, y ganaré algunos Antipremios y me convertiré en un Antiautor Antimediático que aparecerá en los mejores programas de Antiliteraura, de Anticultura, en los Antisuplementos y en las Antirevistas y, con mi Antimuerte, subiré a los altares de la Antiliteratura, seré Antienterrado como Antiautor Antiilustre y pasaré a los libros de Antihistoria y a los Antiprogramas Antieducativos de los Anticolegios en donde, con el paso de los Antiaños seré, definitivamnete, cristalizado, enmohecido, amojamado y, cruelmente: Antiolvidado.
jueves, 5 de mayo de 2011
Entomología I
Tú: que escribiste un libro sobre espías en Marruecos aprovechando el tirón de un rancio serial de televisión; tú, que este verano paseabas tu embarazo por congresos y meneabas con soberbia y sonrisilla de desprecio la cucharilla en la taza de infusión como si fueras a parir al nuevo Prometeo literario que robaría el fuego de las letras; tú, que maltratas tu literatura convirtiéndola en una empresa de marketing; tú, que te crees que hacer novelas es como combinar formulas y agitas probetas en un laboratorio; tú, que diriges un programilla televisivo de libros y náuseas hasta la arcada; tú, que presumes de haber rechazado un premio Planeta; tú: eternamente acusada de plagio; tú: modernito con patillas y risa floja que bebes del compadreo y vives de lo obvio de la postmodernidad; tú: que confundes tu personaje, al escritor con una estrellita del rock.
Vosotros: OS CONOZCO BIEN. OS TENGO CALADOS.
Tenedlo bien en cuenta cuando, de nuevo, vengáis a venderme vuestra mierda de perro metida en una caja de zapatos como la Gran Novela que salvará al mundo.
El terror de la literatura
En 24 horas me he leído: Chump Change de Dan Fante y A la caza de la mujer de Ellroy. La sensación: aturdimiento, como resaca, como si me hubiera bebido una botella de Jack Daniels, no, dos botellas de Jack Daniels. En la boca un sabor acre: a whisky vomitado. En el corazón un puño, una garra, una certeza: tantas coincidencias, tantas similitudes con esos textos furiosos, destructivos, brillantes.
He leído a Dan Fante. He leído a Ellroy: he experimentado el pánico a la literatura. El pavor a la literatura. El terror a la literatura.
Pero de eso, tú que firmarás en la Feria del libro, rodeado de presentadores de televisión, famosillos, deportistas de elite y folclóricas, tú, que te pavonearas derramando tu ego por los bordes de la mesa de ponencias en algún curso de verano, tú, que dirás ser descendiente de una princesa para con ello arrogarte el derecho de haber escrito su biografía, tú, plagiador de bestsellers americanos que iniciaste una cruzada para demostrar en lo que no se parece tu libro al Gran Éxito, tú, vosotros, qué coño podéis entender de todo esto y ni mucho menos saber qué es eso del terror de la literatura.
Vamos, ni puta idea.
Pensando en ella
Uno no puede pasarse la vida pensando en ella: construyendo lo cotidiano en derredor de su recuerdo: imaginando existencias: planeando idioteces: soñando memeces.
No, uno no puede realizar una exégesis de la vida de ella al acostarse: ni plantearse nuevas hermenéuticas sobre su nombre al levantarse.
Uno no puede generar un sistema heliocéntrico-literario para ella, un tractatus por ella.
No, uno no pude, no.
Pero Dante lo hizo con Beatriz. Boccaccio con Fiammetta. Petrarca con Laura. Goethe con Charlotte. Von Kleist con Adolfine-Henriette. Larra con Dolores. Kafka con Milena.
Entonces... ¿por qué cojones no voy a poder hacerlo yo?
En el día de (mi) derrota
¿Qué hace un escritor en el día oficial del declive? Pues se acerca a una librería. En el día oficial de la derrota uno se llega a mirar libros por el mero placer de que la vista resbale por las portadas, por el encuerado de tanto dolor, por las patitas de las letras impresas, por los títulos tan dañinos como un matarratas para él. En el día oficial de mi fracaso me atreveré a pisar una librería. Es un día tan malo como otro cualquiera, me diré, pero me engañaré de nuevo. Me engañaré como cuando descolgaba el teléfono y no escuchaba a nadie diciéndome que tenía mucho amor para mí. Me engañaré como cuando creí que publicando novelas sería escritor. Me engañaré como cuando viajaba y miraba a un lado y nunca estaba ella y quería creerme que estaba ella y le hablaba a ella y me contestaba por ella. Me engañaré como cuando creí que con la segunda novela ahogaría la maldición de la Literatura clavada en el corazón, esa que a punto estuvo de matarme con la primera publicación. Me engañaré como cuando le daba las buenas noches y ella no estaba allí para responder y respondía yo en su lugar. Me engañaré como cuando con la tercera novela creí renacer y tan sólo encontré una muerte literaria lenta e ignorada. Me engañaré como cuando escribía y la sentía mirando por encima de mis hombros, con la vista clavada en el ordenador, y me volvía y no había nadie y reunía ánimos para lanzar una pregunta a la pared con un ¿te gusta lo que he escrito? Pero pobre idiota... nadie me responderá jamás, en el día de la derrota.
Me engañaré como cuando creía que por tener mis novelas tenía algo, y sólo tenía en el corazón una gran pena y en el alma un agujero de gran calibre, a la espalda la carga de esos libros con todos sus personajes y el odio a un puñado de lecturas, y a las editoriales, y a las librerías en donde nada más entrar me pongo enfermo.
Me engañaré como cuando fingía que todo iba bien con un Orfidal y un whisky antes de dormir, única forma de no naufragar en el insomnio que lleva a una vuelta a empezar con una declaración de hoy no es un mal día, que yo mismo me respondo (¿quién podría responderme?) con un claro, cariño, hoy será un día más de tu derrota, sólo eso.
Y sólo eso había sido, pobre imbécil: el día de mi derrota, el día en que Casillero del diablo no estaba por ningún sitio a la venta. El día del libro. Pero jamás el día de mi libro.
Alcantarillado
Fue el Día del libro
mientras tuerceletras pinchalibros ínclitos egregios advenedizos e in ponentes
vierten su vitriolo acerado en sus lenguas
avinagrado en sus plumas amargado de sus letras
(yo: como si trabajara inspeccionando alcantarillas)
Autoficción /Deoficción
He escrito todos los libros: El Quijote (pero de verdad, no como ese impostor de Pierre Menard), Fausto, la Comedia, el Ulises, la Odisea...
He escrito los libros: todos y cada uno de ellos. Todos.
Kafka se reencarnó en Pesoa y Pesoa en Kavafis y Kavafis en Sebald y Sebald.
Sí, ¡los he escrito todos! También la Biblia. Ese también.
Ese también, por supuesto.
Yo mismo lo dicté.
Sok pomarańczowy
Quisiera que fueras naranja: para exprimirte: beber tu zumo: padecer el habitual ardor de estómago del mediodía.
En la ciudad dormitorio
En la ciudad dormitorio nadie duerme: aman, odian, comen, beben, se ahogan, corren, pasean al perro, tienen sexo, pagan por sexo, lloran, chillan, discuten, se desengañan, cunde el desamor...
En la ciudad dormitorio de mi cerebro nadie duerme: sólo hay farolas apagadas, enormes parcelas a oscuras: lo tenebroso de las sombras: insomnio.
Insomnio en la ciudad dormitorio de mi cerebro.
A young spanish writer (al menos alguno de ellos)
En los ojos: insostenibles gafas de pasta.
En la cara: indomeñables patillas de hacha.
Por su boca: brota la estupidez. Maestro de lo obvio.
De su pluma: se garrapatea la memez con aires de lo genial.
Su risotada satisfecha es un eructo de egolatría.
En los vips: sus libros.
En la barra del bar: cócteles cool, en su defecto, whisky, del más caro, on the rocks, of course.
En sus libros: el insulto y varias ediciones.
En su banco: la pasta adelantada.
En su cabeza: el proyecto de alguna película gracias a algún amiguete, el ansia del famoseo, ligar, ligar mucho, porque "siendo escritor" se liga muchísimo.
En su vida: la mentira.
En mi blog: molestar.