miércoles, 30 de mayo de 2012

Monster


Insomnio. Insomnio absoluto.

Me levanté de la cama. A oscuras, fumaba un Café Créme, asomado por la ventana. La pavesa de la punta del cigarrillo un punto de fuga o un punto de faro en medio del patio ennegrecido. Entonces: recordé a mi hermano. Cuando yo era pequeño, de noche, entraba en su habitación y lo sorprendía fumando, en silencio, con un Ducados, asomado por la ventana. La pavesa de la punta del cigarrillo un punto de fuga o un punto de faro en medio del patio ennegrecido. La figura del fracaso. Y la figura de la derrota. Eso, tan terrible, acudía a mi cabeza: la figura del fracaso. Y la figura de la derrota. Y me prometí que yo jamás compondría esa figura del fracaso, de la derrota. Y mírame ahora: fumando, a oscuras, la pavesa de la punta del cigarrillo...

Me preguntaba como era posible que mi hermano, en aquella oscuridad, no tuviera miedo: de Frankestein, de Drácula, de la Momia, del Hombre Lobo. Ahora, comprendo que cuando compones la figura del fracaso, de la derrota, ya no debes temer a Frankestein, a Drácula, a la Momia, al Hombre Lobo. Tú eres todos ellos y debes temerte a ti: lo que representas. Eres un Frankestein de retazos compuesto por la insincera vez en que ella te tomó de la mano, por aquella sonrisa hipócrita que te dedicó, por los insensibles besos que han curtido, a costurones, tu anatomía de monstruo. Y eres Drácula, porque ávido bebiste de todas ellas creyendo... creyendo en no sé qué redención que hallarías en sus fluidos, tan amargos. Y eres  la Momia, con un corazón vendado de recuerdos que te oprimen como una faja y apenas te permiten dar una calada más sin ahogarte. Y el Hombre Lobo, claro, lo eres también, porque te transformas con cada luna llena, pero también con cada eclipse, y nunca, nunca, ellas permanecen a tu lado para verificar que, con esa metamorfosis, quizás te aproximes a un hombre que abandona su animalidad. Quizás.

Escucho 3 AM de Matchbox 20, las tres de la mañana y tan solo y escucho 3 AM de Matchbox 20 y son las tres de la mañana y tan solo y entiendo que no debo temer a la oscuridad, con el cigarrillo como un puntero de fracaso en la noche, mi hermano lo sabía bien hasta que se canceló su vida, sí, puntero de fracaso, y no temer, porque me doy la vuelta y ni Frankestein, ni Drácula, ni la Momia, ni el Hombre Lobo están ahí, porque yo soy Frankestein, Drácula, la Momia y el Hombre Lobo y necesito decirlo, deciros que yo no soy ni Frankestein, ni Drácula, ni la Momia, ni Hombre Lobo aunque la literatura me cuaje de retales, los libros se beban mi sangre, la poesía me vende el alma y escribiendo en El-Odradek aúlle a la luna para escapar de la figura de la derrota y del fracaso.

Tal vez, y sólo tal vez, mis textos sean baba. Y mierda. Y vómito. Y alguno se asuste ante mis palabras incómodas y mis terrores nocturnos (esos de Frankestein, de Drácula, de la Momia, del Hombre Lobo), y decida salir corriendo y borrarse de El-Odradek porque a veces ya hastían las amarguras, sobre todo si son de Gin-Tonic de madrugada, cuando con el cigarrillo se compone la figura del fracaso y la derrota, con la oscuridad derramada por las espaldas como un chorro de aceite, muy bien lo sabía mi hermano antes de cancelarse su vida, y la canción 3 AM de Matchbox 20 termina, el cigarrillo se apaga y corro a encender las luces, a escribiros en El-Odradek.

Estoy aquí, tan vivo, con Frankestein, con Drácula, con la Momia, con el Hombre Lobo y componiendo la figura de la derrota y del fracaso. Con todos ellos.

Y mañana, dentro de un rato, cuando el insomnio me rinda y no pueda trabajar, y lamente haber escrito esto tan tarde, entonces, sentiré que todavía puedo vomitar sin miedo a manchar mis vendas, a estropear el terciopelo del ataúd, a mellarme los colmillos, a salpicarme el pelaje lobuno: sin miedo, sí: porque soy un escritor.

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