Insomnio. Insomnio absoluto.
Me levanté de la cama. A oscuras,
fumaba un Café Créme, asomado por la ventana. La pavesa de la punta del
cigarrillo un punto de fuga o un punto de faro en medio del patio ennegrecido.
Entonces: recordé a mi hermano. Cuando yo era pequeño, de noche, entraba en su
habitación y lo sorprendía fumando, en silencio, con un Ducados, asomado por la
ventana. La pavesa de la punta del cigarrillo un punto de fuga o un punto de
faro en medio del patio ennegrecido. La figura del fracaso. Y la figura de la
derrota. Eso, tan terrible, acudía a mi cabeza: la figura del fracaso. Y la
figura de la derrota. Y me prometí que yo jamás compondría esa figura del
fracaso, de la derrota. Y mírame ahora: fumando, a oscuras, la pavesa de la
punta del cigarrillo...
Me preguntaba como era posible que
mi hermano, en aquella oscuridad, no tuviera miedo: de Frankestein, de Drácula,
de la Momia, del Hombre Lobo. Ahora, comprendo que cuando compones la figura
del fracaso, de la derrota, ya no debes temer a Frankestein, a Drácula, a la
Momia, al Hombre Lobo. Tú eres todos ellos y debes temerte a ti: lo que
representas. Eres un Frankestein de retazos compuesto por la insincera vez en
que ella te tomó de la mano, por aquella sonrisa hipócrita que te dedicó, por
los insensibles besos que han curtido, a costurones, tu anatomía de monstruo. Y
eres Drácula, porque ávido bebiste de todas ellas creyendo... creyendo en no sé
qué redención que hallarías en sus fluidos, tan amargos. Y eres la Momia, con un corazón vendado de
recuerdos que te oprimen como una faja y apenas te permiten dar una calada más
sin ahogarte. Y el Hombre Lobo, claro, lo eres también, porque te transformas
con cada luna llena, pero también con cada eclipse, y nunca, nunca, ellas
permanecen a tu lado para verificar que, con esa metamorfosis, quizás te
aproximes a un hombre que abandona su animalidad. Quizás.
Escucho 3 AM de Matchbox
20, las tres de la mañana y tan solo y escucho 3 AM de Matchbox 20 y son
las tres de la mañana y tan solo y entiendo que no debo temer a la oscuridad,
con el cigarrillo como un puntero de fracaso en la noche, mi hermano lo sabía
bien hasta que se canceló su vida, sí, puntero de fracaso, y no temer, porque
me doy la vuelta y ni Frankestein, ni Drácula, ni la Momia, ni el Hombre Lobo
están ahí, porque yo soy Frankestein, Drácula, la Momia y el Hombre Lobo y
necesito decirlo, deciros que yo no soy ni Frankestein, ni Drácula, ni la
Momia, ni Hombre Lobo aunque la literatura me cuaje de retales, los libros se
beban mi sangre, la poesía me vende el alma y escribiendo en El-Odradek aúlle a
la luna para escapar de la figura de la derrota y del fracaso.
Tal vez, y sólo tal vez, mis
textos sean baba. Y mierda. Y vómito. Y alguno se asuste ante mis palabras
incómodas y mis terrores nocturnos (esos de Frankestein, de Drácula, de la
Momia, del Hombre Lobo), y decida salir corriendo y borrarse de El-Odradek
porque a veces ya hastían las amarguras, sobre todo si son de Gin-Tonic de
madrugada, cuando con el cigarrillo se compone la figura del fracaso y la
derrota, con la oscuridad derramada por las espaldas como un chorro de aceite,
muy bien lo sabía mi hermano antes de cancelarse su vida, y la canción 3 AM
de Matchbox 20 termina, el cigarrillo se apaga y corro a encender las luces, a
escribiros en El-Odradek.
Estoy aquí, tan vivo, con
Frankestein, con Drácula, con la Momia, con el Hombre Lobo y componiendo la
figura de la derrota y del fracaso. Con todos ellos.
Y mañana, dentro de un rato,
cuando el insomnio me rinda y no pueda trabajar, y lamente haber escrito esto
tan tarde, entonces, sentiré que todavía puedo vomitar sin miedo a manchar mis
vendas, a estropear el terciopelo del ataúd, a mellarme los colmillos, a
salpicarme el pelaje lobuno: sin miedo, sí: porque soy un escritor.
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