y definitivamente, ya puedo afirmar, y firmar también, en la despedida
de mis cartas, que he vuelto a mi Vida Antigua al igual que antes, como Dante,
experimentaba una Vida Nueva, y me despedía citando y aludiendo a mi Vida Nueva,
como Dante, y puedo retornar, también, a mi oscurecido rincón, rincón
oscurecido en donde puedo quitar, de un manotazo seco y despótico, también
amargo, las pequeñas telarañas que allí apenas habían empezado a nacer, en el
rincón oscurecido, y verificar que mi cuerpo sólo sabe de acuclillarse y
llorar, en el rincón oscurecido, moldeada como está mi desgracia a esa esquina
del rincón oscurecido, y torneadas como se encuentran sus aristas, las aristas
de la esquina del rincón oscurecido, piezas de un puzle del rincón oscurecido
que encajan a la perfección con las vértebras de mi espalda, mi espalda apoyada
en las aristas del rincón oscurecido, del que he quitado las telas de araña de
un manotazo seco y despótico, también amargo, unas aristas, todas ellas,
acostumbradas a mis formas: a las formas o a la eterna forma de mi desgarro
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