domingo, 27 de mayo de 2012

Emético


            Hoy se habló de Bolaño, en clase.
         Nos ocurrió, como al protagonista de La náusea, que contemplaba, qué sé yo, un objeto, un árbol: y le entraban arcadas… pues nosotros, a medida que avanzaba la explicación de la profesora, ante los volúmenes de las novelas de Bolaño, nos atravesó una larga flema de asco. Inexplicable.
Se repartieron palanganas.
Los alumnos vomitamos, al fin, a gusto.
Eran textos eméticos, los textos que leía la profesora. Tuvo que detenerse a vomitar, también.
Hacía calor, la temperatura aumentaba dentro del aula, recocidos entre el pestazo a vómito y bilis. Las lecturas, las palabras de El gaucho insufrible rezumándonos de los labios, apegotonadas en los párpados como una mala legaña.
Y el sonido de las vomitonas repicaban sobre las palanganas de acero inoxidable y la hiel se apimentaba en nuestras narices.
Entre arcada y arcada, sí, se pudo extraer la Gran Conclusión Literaria:
El mérito del autor –dijo la profesora- recae en su habilidad para haberse muerto, acertadamente, y a tiempo.
Es muy duro eso, dijo un alumno chino.
Lo es, le repuso nuestra profesora, lo es… duro, pero tan cierto…
La clase prosiguió un rato explotando la veta vomitiva.
Al final, el bedel nos gritó, se llevó las manos a la cabeza cuando dejamos libre la clase: lodazal encharcado de moco.
Tendrían que prohibir la enseñanza de ciertos escritores, estamos siempre igual… dijo.
Con una desgana que lo atravesaba como un pararrayos, sembraba serrín para tratar de disimular, acallar las reacciones fisiológicas de nuestros cuerpos, acicateados ante el estudio de la Gran Literatura.

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