Y al fin: te leí.
Leí cada frase, cada palabra y cada silencio, cada verbo que no decías y cada poema arrastrado por el dolor y arrasado de dolor.
Leí: las páginas en blanco de tus muslos, por las que subí.
Leí: conocí un nuevo lenguaje articulado por lenguas y besos, por sonidos y manos.
Leí: en todos los tomos, uno a uno, de tus bibliotecas: en el interior de tus ojos, que almacenaban un nido de páginas de Dante y Petrarca.
Leí tu nombre: y se pronunciaba como Laura, se articulaba como Beatriz.
Leí en ti: te aprendí de memoria para poder convocarte en la medianoche: gritándote Milena.
Te apareciste, sabiéndote Dora, y entendí, entonces, lo bien que te había leído.
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