Nightswimming a las 5.50 de la madrugada: cuando trabajaba de disck-jockey debía poner canciones lentas para que se vaciara el local agotado de cerveza pisoteada, orines, alcohol, esperma reseco en pantalones, whiskys derramados en la barra, ojeras tapizadas con maquillaje de última hora, borrachos violentos, chulitos recalentados, macarras del tres al cuarto y calientapollas de minifalda de terciopelo y medias con carreras enormes.
Nightswimming a las 5.50 de la madrugada: la canción de R.E.M. que tan poco pegaba con el local donde había sonado la chundarata y los bajos eléctricos, las baterías programadas, hasta la exasperación. El piano, cristalino y frío como la superficie aprusiada de una piscina, un piano cuyas notas retumbaban en el dolor de mi cabeza, agotada de trasnochar y copas, de bullicio y estupideces: sí, un piano acerado como un cuchillo que sonaba en el eco del local, que se iba vaciando de mala gana con el tintineo de las llaves de los coches y de las cajas de refrescos arrastradas a última hora para adelantar trabajo.
Nightswimming: sí, también aquellas Navidades: las últimas Navidades. Tus últimas Navidades. Yo había descubierto un concierto de R.E.M en Internet: en AOL Music: era su Special Christmas Session: No hacía más que repetirlo una y otra vez: Electrolite, E-bow the Letter, At my most Beautiful y, como no: Nightswimming. Tú estabas en la otra habitación, con la puerta abierta, y escuchabas aquellas canciones, todas aquellas canciones, y aparecías a mi lado en cuanto sonaban los acordes puros e hirientes del piano, de ese mismo piano con el que yo vaciaba el local de indeseables a las tantas de la madrugada.
Nightswimming: en las últimas Navidades. Después, ya no pude contarle a nadie que vaciaba el local de indeseables a las tantas de la madrugada, ni que había mezclado a Nirvana con los Ramones con gran éxito y excitación de la gente, ni que una idiota a la que había invitado a la cabina me había tirado una copa sobre el ampli y que mi rápida reacción evitó un completo desastre, o que un tipo completamente borracho me había pedido una canción que en ese momento sonaba y ni era capaz de reconocerla… o que la gente, en lugar de vaciar el local, ante la música lenta tan estupenda que ponía, acudía en masa la última hora, y escuchaban Nightswimming y aplaudían, me aplaudían a mí al terminar, fíjate a mí: que odiaba a la humanidad, que deseaba reventar contra el adoquinado repleto de serrín y meados, que me zumbaban las sienes de alcohol y sexo fácil, que me rechinaban los dientes de cocaína, que me bailaba la pasta ganada a espuertas en los bolsillos, que era el puto rey del mundo hasta que salía el sol y me arrastraba a dormir mi agotamiento de jornada de trabajo y borrachera hasta la noche siguiente.
No, ya no pude contárselo a nadie: a nadie ya… tu cabeza reventó, el cerebro anegado de sangre poco después de esas malditas últimas Navidades. Agujeros, sondas, coma irreversible.
Nightswimming: sí, debió ser eso: Nightswimming: aquél día que te ocurrió el derrame: el piano, con sus notas heladas, cuando asomaste la cabeza por el marco de mi puerta, ese piano, te segó las venas: tan frío, tan inhumano, tan terrible, tan dañino, tan irremediable. Fue ese piano de Nightswimming el culpable de lo mucho que te echo de menos, el causante del abandono tan oscuro en el que me sumiste por culpa de tu sangre: no puedo decirte que no trabajo de pinchadiscos en esos antros, y que estarías a salvo: que casi ya no pongo Nightswimming a ninguna hora: y lo más terrible, hermano: no puedo decirte, con lágrimas en los ojos: que amo: que he conocido a la mujer de mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario