En las cercanías de Görz: Cuartel General de la División de Voluntarios Austriacos; retaguardia del Frente Alpino del río Isonzo –Estafeta Postal-, 15 de septiembre de 1915.
El aspecto del capitán de correos Palotay siempre era el mismo: aturdido. Aturdido por la gran cantidad de cartas que el Estado necesitaba censurar, embotado por la enorme pila de pliegos que cada día leía con ojos escrutadores, con la mayor de las atenciones posibles, pendiente de un detalle aquí, de un desliz acá, de una indiscreción más allá que, con pulso firme y trazos gruesos, eliminaba para dejar ilegibles. Tal era el proceso del censor Palotay: abría los sobres (que alcanzarían su destino violentados por el bien de la seguridad nacional), extraía y leía con atención las cartas y reprobaba sin miramientos.
Con enorme cansancio, sujetó entre sus manos una nueva misiva que recogió del infinito montón apilado junto a su escritorio. Contempló el remitente y se dijo: Otra vez ese Oskar Pollak del demonio, que no para de enviar cartas. Rasgó el sobre, extendió el papel en la mesa e inició la lectura. El encabezamiento databa, con pelos y señales, el lugar de estacionamiento de la división de Cazadores Austrohúngaros.
-¡Sólo le falta indicar las cotas métricas y el número de baterías que defienden nuestras posiciones! -exclamó indignado Palotay para preguntarse, después, mientras encendía una pipa de espuma de mar con la magnífica cabeza de un dogo esculpida en la cazoleta-: ¿No será un espía? –las dudas eran razonables, a otros, por mucho menos, les formaban Consejo de Guerra.
Con gran celo tachó la información prohibida para, a continuación, desmenuzar con tiento el resto del contenido:
‹‹En el Frente XXXXXXXXXXXXXXXX
‹‹Estimado y querido Franz:
‹‹Espero que la palabra “Frente”, escrita en el encabezamiento de la carta, no te cause miedo ni intranquilidad. Queda sin preocupaciones por tu amigo que, pese a encontrarse, en efecto, en el Frente, también se encuentra a salvo. Hacen falta más que unas divisiones italianas para terminar conmigo y, por ende, con el ejército austriaco desplegado por la zona.
A continuación, Palotay aplicó una nueva censura: consideró que resultaba demasiado peligroso citar el lugar de nacimiento del río porque eso proporcionaba pistas de la ubicación de las tropas en ese instante. Mientras, el humo de su pipa se elevaba al compás de unas detonaciones lejanas, quizás de baterías italianas, tal vez austriacas. ¿Quién podría saberlo desde allí, tan lejos? Prosiguió con la lectura:
‹‹Casi me parece mentira que el plácido curso del río que nace en XXXXXXXXXX, con sus apacibles recodos, pueda concentrar el espíritu bélico de dos naciones. A ti, querido Franz, te gustaría ver el paraje, te ayudaría a disipar la nubosa y gris languidez que te rodea en Praga, esa Praga que amas y odias por igual y que, ¡ojala me equivoque!, un día terminará por consumirte anegado y ahogado en tu tristeza.
‹‹¡Basta ya de melancolías! ¡Miremos al futuro con optimismo creciente! A continuación paso a exponerte una muestra de mis proyectos, ambiciones que conformarán el futuro, ese futuro que será nuestro por entero, futuro en el que nos comeremos el mundo. Dejé en Praga, ya casi listo para su edición, un manuscrito titulado La Actividad Artística Bajo el Papa Urbano VIII que, a buen seguro, deberá ser publicado en dos tomos. Te ruego que, si dispones de tiempo, te dirijas a casa de mis padres y se lo pidas; ellos esperan ansiosos tu visita. Me encantaría que sometieras el trabajo a un vistazo crítico de los tuyos. Y digo crítico, por supuesto, que ya sabes que de buen grado aceptaré todos y cada uno de tus reproches.
‹‹Por otro lado, Franz, amigo, mantengo aquí, a mi lado y en el cuartel, los manuscritos de los trabajos que he realizado acerca de los pontificados de Inocencio II y de Alejandro VII. Tal vez no sea el lugar más adecuado para ellos, ¡estoy seguro de que no lo es!, pero debo reconocer que mis papelotes me han abierto la franca amistad de un capitán amante del arte y de la historia que se ha mostrado muy interesado en mi proyecto de elaboración de una bibliografía sobre las guías artísticas romanas. Al enterarse el capitán Tadeusz, que así se llama mi superior, de que he viajado por Viena y Roma, en calidad de crítico de arte, de que me ocupo del periodo barroco y de la historia arquitectónica de Praga, casi se desmaya, de lo gran amante del arte que es. Así que ya lo ves, gracias a mi pasión por la belleza incluso aquí he conseguido a un buen amigo.
Palotay no sabía cómo actuar. ¿Qué partes de ese párrafo eran inconvenientes? ¿Quién era ese Franz? ¿Debería conocer ese tal Franz que la Oficialidad, en lugar de pensar en la batalla, se entretenía con los soldados, enzarzada en charlas artísticas? ¿Qué imagen daba así el Ejército Imperial?
‹‹En cuanto todo esto acabe pienso iniciar una biografía de Pietro de la Cortona y, por supuesto, continuaré abundando en el arte italiano, no muy bien visto por aquí, en mitad del conflicto, continuamente encañonados por rifles de esa nacionalidad. Ya sabes, las guerras tan sólo son un mero accidente que enfrenta a los hombres; después, italianos y austriacos volveremos a ser los camaradas de siempre.
¡Eso ya era intolerable! Enardecía la cultura enemiga, instaba a la reconciliación, a la tregua, a la paz con los países hostiles. No, Palotay no pensaba pasar eso por alto y con un furioso golpe de su muñeca tachó el párrafo entero. Menos mal que el soldado se despedía con un cierto ensalmo patriótico. Eso lo salvaba, de momento, de que elevara un informe y se le abriera un expediente por derrotismo que podría culminar en juicio sumarísimo:
‹‹En fin, amigo Franz, ¡toda mi admiración por Durero! He comenzado las primeras líneas de su biografía, pero me temo que será un trabajo muy largo.
‹‹Suerte, pronto volveremos a vernos:
‹‹Tu Oskar Pollak, voluntario austriaco.
‹‹Post Data:
‹‹Aprovecho para saludar a tu inseparable amigo Max Brod, ¿le va todo tan bien?
Palotay sonrió con malicia y decidió eliminar todos los párrafos inconvenientes, incluido en el cual Pollak se refería a su amistad con el superior y al gusto del capitán por el arte. La carta quedaba insulsa, reducida en sus tres cuartas partes, pero los soldados ya sabían a lo que se exponían. Arrojó el sobre al interior de una saca que rebosaba de misivas ya censuradas y avisó a su ordenanza para que la despachara. El secretario, de mala gana -maldecía rezongando entre dientes-, se llevó el fardo de allí no sin antes colocar en su lugar uno vacío, que se iría engrosando poco a poco con el goteo de nuevas cartas inspeccionadas.
Satisfecho con su actividad, Palotay cargó y encendió una nueva pipa y se recostó en la silla. El aroma del tabaco, las vaharadas del humo, lo sumieron en un sueño agradable y cálido en donde un enorme caldero de goulash expandía sus aromas a carnes y especias al arrullo de las detonaciones que se sucedían en el Frente, cada vez más cercano.
Un estampido brutal despertó a Palotay. Tal fue el susto que la pipa de espuma de mar se le cayó al suelo.
-¡Mierda! -exclamó con disgusto, puesto que el material era muy frágil y con cualquier golpe podía quebrarse, además de ser un recuerdo familiar muy apreciado. Cuando su bisabuelo se reunió con otros criadores del Dogo Alemán, allá por el mil ochocientos ochenta y siete, con la intención de crear la normativa y los estándares del animal, decidió encargar a un gran artesano la elaboración de una pipa cuya cazoleta reflejara lo más fielmente posible las enhiestas orejas del que se consideraría el Apolo de los Perros. Con buen criterio, el artista eligió la espuma de mar, material que proporcionaba las mejores características para esculpir…
Se agachó para recogerla y se congratuló de su buena suerte: parecía que no sufría desperfectos. Alargó la mano, ya la alcanzaba…, entonces, un estruendo terrible agitó la Estafeta Postal. La pared, que lindaba con uno de los taludes de la trinchera, se desmoronó producto del fuego de tambor de las baterías italianas y un violento chorro de agua embarrada penetró con furia y arrastró la pipa un poco más allá.
Palotay juraba a gritos. Con el agua a media pierna chapoteaba desesperado entre el limo. El ordenanza abrió la puerta alarmado y chilló:
-¡Italianos!, ¡son los italianos que ya vienen! –Palotay no prestó mucha atención a la advertencia. Agitaba los brazos entre cartas, enseres y artilugios de escritorio que flotaban a su alrededor. Creyó que si disponía de unos minutos más, tal vez uno solo, sería capaz de recuperar su amada pipa.
El aspecto del capitán de correos Palotay siempre era el mismo: aturdido. Aturdido por la gran cantidad de cartas que el Estado necesitaba censurar, embotado por la enorme pila de pliegos que cada día leía con ojos escrutadores, con la mayor de las atenciones posibles, pendiente de un detalle aquí, de un desliz acá, de una indiscreción más allá que, con pulso firme y trazos gruesos, eliminaba para dejar ilegibles. Tal era el proceso del censor Palotay: abría los sobres (que alcanzarían su destino violentados por el bien de la seguridad nacional), extraía y leía con atención las cartas y reprobaba sin miramientos.
Con enorme cansancio, sujetó entre sus manos una nueva misiva que recogió del infinito montón apilado junto a su escritorio. Contempló el remitente y se dijo: Otra vez ese Oskar Pollak del demonio, que no para de enviar cartas. Rasgó el sobre, extendió el papel en la mesa e inició la lectura. El encabezamiento databa, con pelos y señales, el lugar de estacionamiento de la división de Cazadores Austrohúngaros.
-¡Sólo le falta indicar las cotas métricas y el número de baterías que defienden nuestras posiciones! -exclamó indignado Palotay para preguntarse, después, mientras encendía una pipa de espuma de mar con la magnífica cabeza de un dogo esculpida en la cazoleta-: ¿No será un espía? –las dudas eran razonables, a otros, por mucho menos, les formaban Consejo de Guerra.
Con gran celo tachó la información prohibida para, a continuación, desmenuzar con tiento el resto del contenido:
‹‹En el Frente XXXXXXXXXXXXXXXX
‹‹Estimado y querido Franz:
‹‹Espero que la palabra “Frente”, escrita en el encabezamiento de la carta, no te cause miedo ni intranquilidad. Queda sin preocupaciones por tu amigo que, pese a encontrarse, en efecto, en el Frente, también se encuentra a salvo. Hacen falta más que unas divisiones italianas para terminar conmigo y, por ende, con el ejército austriaco desplegado por la zona.
A continuación, Palotay aplicó una nueva censura: consideró que resultaba demasiado peligroso citar el lugar de nacimiento del río porque eso proporcionaba pistas de la ubicación de las tropas en ese instante. Mientras, el humo de su pipa se elevaba al compás de unas detonaciones lejanas, quizás de baterías italianas, tal vez austriacas. ¿Quién podría saberlo desde allí, tan lejos? Prosiguió con la lectura:
‹‹Casi me parece mentira que el plácido curso del río que nace en XXXXXXXXXX, con sus apacibles recodos, pueda concentrar el espíritu bélico de dos naciones. A ti, querido Franz, te gustaría ver el paraje, te ayudaría a disipar la nubosa y gris languidez que te rodea en Praga, esa Praga que amas y odias por igual y que, ¡ojala me equivoque!, un día terminará por consumirte anegado y ahogado en tu tristeza.
‹‹¡Basta ya de melancolías! ¡Miremos al futuro con optimismo creciente! A continuación paso a exponerte una muestra de mis proyectos, ambiciones que conformarán el futuro, ese futuro que será nuestro por entero, futuro en el que nos comeremos el mundo. Dejé en Praga, ya casi listo para su edición, un manuscrito titulado La Actividad Artística Bajo el Papa Urbano VIII que, a buen seguro, deberá ser publicado en dos tomos. Te ruego que, si dispones de tiempo, te dirijas a casa de mis padres y se lo pidas; ellos esperan ansiosos tu visita. Me encantaría que sometieras el trabajo a un vistazo crítico de los tuyos. Y digo crítico, por supuesto, que ya sabes que de buen grado aceptaré todos y cada uno de tus reproches.
‹‹Por otro lado, Franz, amigo, mantengo aquí, a mi lado y en el cuartel, los manuscritos de los trabajos que he realizado acerca de los pontificados de Inocencio II y de Alejandro VII. Tal vez no sea el lugar más adecuado para ellos, ¡estoy seguro de que no lo es!, pero debo reconocer que mis papelotes me han abierto la franca amistad de un capitán amante del arte y de la historia que se ha mostrado muy interesado en mi proyecto de elaboración de una bibliografía sobre las guías artísticas romanas. Al enterarse el capitán Tadeusz, que así se llama mi superior, de que he viajado por Viena y Roma, en calidad de crítico de arte, de que me ocupo del periodo barroco y de la historia arquitectónica de Praga, casi se desmaya, de lo gran amante del arte que es. Así que ya lo ves, gracias a mi pasión por la belleza incluso aquí he conseguido a un buen amigo.
Palotay no sabía cómo actuar. ¿Qué partes de ese párrafo eran inconvenientes? ¿Quién era ese Franz? ¿Debería conocer ese tal Franz que la Oficialidad, en lugar de pensar en la batalla, se entretenía con los soldados, enzarzada en charlas artísticas? ¿Qué imagen daba así el Ejército Imperial?
‹‹En cuanto todo esto acabe pienso iniciar una biografía de Pietro de la Cortona y, por supuesto, continuaré abundando en el arte italiano, no muy bien visto por aquí, en mitad del conflicto, continuamente encañonados por rifles de esa nacionalidad. Ya sabes, las guerras tan sólo son un mero accidente que enfrenta a los hombres; después, italianos y austriacos volveremos a ser los camaradas de siempre.
¡Eso ya era intolerable! Enardecía la cultura enemiga, instaba a la reconciliación, a la tregua, a la paz con los países hostiles. No, Palotay no pensaba pasar eso por alto y con un furioso golpe de su muñeca tachó el párrafo entero. Menos mal que el soldado se despedía con un cierto ensalmo patriótico. Eso lo salvaba, de momento, de que elevara un informe y se le abriera un expediente por derrotismo que podría culminar en juicio sumarísimo:
‹‹En fin, amigo Franz, ¡toda mi admiración por Durero! He comenzado las primeras líneas de su biografía, pero me temo que será un trabajo muy largo.
‹‹Suerte, pronto volveremos a vernos:
‹‹Tu Oskar Pollak, voluntario austriaco.
‹‹Post Data:
‹‹Aprovecho para saludar a tu inseparable amigo Max Brod, ¿le va todo tan bien?
Palotay sonrió con malicia y decidió eliminar todos los párrafos inconvenientes, incluido en el cual Pollak se refería a su amistad con el superior y al gusto del capitán por el arte. La carta quedaba insulsa, reducida en sus tres cuartas partes, pero los soldados ya sabían a lo que se exponían. Arrojó el sobre al interior de una saca que rebosaba de misivas ya censuradas y avisó a su ordenanza para que la despachara. El secretario, de mala gana -maldecía rezongando entre dientes-, se llevó el fardo de allí no sin antes colocar en su lugar uno vacío, que se iría engrosando poco a poco con el goteo de nuevas cartas inspeccionadas.
Satisfecho con su actividad, Palotay cargó y encendió una nueva pipa y se recostó en la silla. El aroma del tabaco, las vaharadas del humo, lo sumieron en un sueño agradable y cálido en donde un enorme caldero de goulash expandía sus aromas a carnes y especias al arrullo de las detonaciones que se sucedían en el Frente, cada vez más cercano.
***
Un estampido brutal despertó a Palotay. Tal fue el susto que la pipa de espuma de mar se le cayó al suelo.
-¡Mierda! -exclamó con disgusto, puesto que el material era muy frágil y con cualquier golpe podía quebrarse, además de ser un recuerdo familiar muy apreciado. Cuando su bisabuelo se reunió con otros criadores del Dogo Alemán, allá por el mil ochocientos ochenta y siete, con la intención de crear la normativa y los estándares del animal, decidió encargar a un gran artesano la elaboración de una pipa cuya cazoleta reflejara lo más fielmente posible las enhiestas orejas del que se consideraría el Apolo de los Perros. Con buen criterio, el artista eligió la espuma de mar, material que proporcionaba las mejores características para esculpir…
Se agachó para recogerla y se congratuló de su buena suerte: parecía que no sufría desperfectos. Alargó la mano, ya la alcanzaba…, entonces, un estruendo terrible agitó la Estafeta Postal. La pared, que lindaba con uno de los taludes de la trinchera, se desmoronó producto del fuego de tambor de las baterías italianas y un violento chorro de agua embarrada penetró con furia y arrastró la pipa un poco más allá.
Palotay juraba a gritos. Con el agua a media pierna chapoteaba desesperado entre el limo. El ordenanza abrió la puerta alarmado y chilló:
-¡Italianos!, ¡son los italianos que ya vienen! –Palotay no prestó mucha atención a la advertencia. Agitaba los brazos entre cartas, enseres y artilugios de escritorio que flotaban a su alrededor. Creyó que si disponía de unos minutos más, tal vez uno solo, sería capaz de recuperar su amada pipa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario