miércoles, 10 de agosto de 2011

Bartleby Lancaster, el de la Aseguradora


¿Pero es que no se da cuenta de quién es?, le pregunté a mi jefe, más atolondrado que de costumbre, o eso me parecía. Le hablé de Bartleby, de Bartleby Lancaster, el nuevo empleado, y de la novelita de Melville, de que era aquel tipo, exactamente ese que a todo nos respondería con un preferiría no hacerlo absurdo e irritante, en cuanto le ordenásemos algo. Trae inmejorables referencias: ha trabajado de escribiente, con notable éxito, así que como usted parece conocerlo tan bien, se lo quedará en su negociado: me había tocado aquel idiota a mí. Pero no pensaba que me pillara por sorpresa, estaba seguro que tarde o temprano pronunciaría la frasecita: el preferiría no hacerlo maldito que estaba inherente a su personalidad de vago; conmigo estaba apañado, no le pasaría ni una. Lo puse a prueba: tráigame un café. Ya me preparaba para oír su reproche, su preferiría no hacerlo, sin embargo repuso: ¿con leche o solo? Umm, el pollo parecía bien dispuesto, a ver cuanto le duraba esa actitud. Hay que ir a buscar pólizas al estanco, de las de un euro: y allí que acudía, solícito. Hágame estas fotocopias, suba a la tercera planta, atienda el teléfono, prepáreme el cartapacio… y nunca, nunca, de su boca brotaban esas palabras, ese: preferiría no hacerlo.

Su comportamiento ejemplar nos ha decidido por ascenderlo, le dijo mi jefe en aquella reunión, y Bartleby Lancaster tan contento, claro. Y como lo ascendían, ahora sobraba una persona de nuestro negociado, y había que despedir a alguien. Y como Bartleby era el nuevo jefe, pues esa era obligación suya. Muy bien, le dijo nuestro director, ahora le toca su primera decisión de jefatura: ¿a quién despide? Nos miró a todos una y otra vez, sus ojos iban de un lado a otro buscando refugio y, al fin, se dirigió a nuestro director que le metía prisas: vamos, Bartleby, decídase, ¿a quién despide? Y, entonces, Bartleby, con un apenas un hilillo de voz, pronuncio la frase, aquella frase que yo llevaba meses esperando, ansioso, escuchar. Dijo: preferiría no hacerlo. ¡Aja!, estallé, señalándolo con el dedo y dirigiéndome a gritos a mi director, escupiendo pequeñas partículas de saliva con mi vociferío: ¡lo ve, lo ve, ya se lo dije! ¡ha tardado, pero al final lo ha dicho, ahí lo tiene! ¡lo ha dicho! Entonces, Bartleby Lancaster me miró fijamente y sonrió.

Esta mañana me he arrojado al Sena. Iba a tirarme desde lo alto de la Torre Eiffel, pero desde que el indeseable de Phileas Fogg lo hizo el otro día el lugar está lleno de curiosos, como si alguien tuviera que suicidarse allí todos los días. Preferiría no hacerlo me dijo Bartleby Lancaster mientras me señalaba como su elegido para el despido. Jajaja, preferiría no hacerlo, ¡pero lo hizo, vaya que si lo hizo! Sin embargo, me queda la satisfacción de que al final me dio la razón. Reveló su auténtica personalidad, su calaña melvillesca.

Pues eso, que miré a un lado, a otro, y le dije a un gendarme que corría asustado para impedir que saltara desde el Pont Neuf a las aguas del río: ¿sabe usted, agente? ¡preferiría no hacerlo! El policía no llegó a tiempo.

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