En Budapest: una noche fría de enero: en un restaurante lujoso: me sirvieron una sopa de paprika con pedazos de lucioperca del lago Balatón: estaba deliciosa, la sopa, pero de repente recordé que la lucioperca del Balatón tenía un papel simbólico fundamental en Tala, de Bernhard: representaba lo impostado: lo que era mentira: la falsedad: representaba al ser humano.
Acabé mi cena: la sopa de lucioperca era exquisita, pero ahora, ni con las copas de palinka, conseguía quitarme los retrogustos: a limo y a barro, al cieno de la mentira, al lodo de la literatura, que acudían una y otra vez, una y otra vez, una y otra, y otra, hasta que tuve que vomitar en una esquina: nada más salir del restaurante.
Tomé el metro en Vörösmarty: y mientras me dirigía al hotel: seguía degustando ese fondo limoso, como si las anguilas de Winkler y de Grass serpentearan por mi garganta.
Esa noche no pude dormir: a cada rato en el baño: sin parar de vomitar.
Y a Bernhard, esta historia de la lucioperca del lago Balatón, le habría parecido hermosa porque: en Trastorno, afirma: “es hermoso porque es verdad”.
Pues bien: esto era hermoso, entonces, porque era: verdad.
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