lunes, 28 de agosto de 2017
Astronauta
El astronauta contempló la tierra desde el módulo espacial: pupila azul clavada en unas fauces oscuras y espumantes de estrellas y horrores.
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sábado, 26 de agosto de 2017
El marciano que aterrizó en Woking
*Esta reseña apareció en minuevaedad.com:
https://www.minuevaedad.com/actualidad/2017/8/16/el-disco-del-mes-stanley-road-de-paul-weller/
Interprete: Paul Weller
Título: Stanley Road
Discográfica: Go! Discs
Género: Rock
Duración: 52m: 10s.
Número canciones: 12
Fecha de publicación: 7 de junio de 1995
Título: Stanley Road
Discográfica: Go! Discs
Género: Rock
Duración: 52m: 10s.
Número canciones: 12
Fecha de publicación: 7 de junio de 1995
El
marciano que aterrizó en Woking
El
próximo 15 de septiembre, el artista británico Paul Weller tocará en Madrid, y un día antes lo hará en Barcelona.
Con motivo de su visita, que garantiza un puñado de canciones, sencillamente,
excepcionales, recomiendo como disco del mes uno de sus trabajos maestros
pertenecientes a su época en solitario: Stanley
Road.
En
efecto, Paul Weller, uno de los mejores y más valorados compositores de música
rock, junto a los tándems de Lennon/McCartney y Jagger/Richards, ha sido capaz
de firmar una cantidad prodigiosa de canciones inolvidables. Weller, nacido en Woking —a unos 40 kilómetros de
Londres, localidad célebre por encontrarse allí la factoría del equipo McLaren de
Fórmula 1, y por ser el lugar en donde aterrizaron los marcianos al principio
de la novela de H. G. Wells, La guerra de los mundos— ha pasado
por tres etapas musicales. En primer lugar, con el grupo surgido en el punk y
que lo encumbró: The Jam. Después,
con una de las formaciones de mayor clase en la historia del pop, The Style Council. Y por último, tras
disolver estas exitosas agrupaciones, se embarcó en una prolífica carrera en
solitario.
Stanley Road,
por tanto, fue el tercer disco de su carrera como solista, y recibe el nombre
de la calle de Woking en donde
Weller se crio. El disco es un ejemplo de la demoledora capacidad del autor
para crear canciones rotundas y perfectas. Weller, que contaba con diferentes números
uno de sus etapas anteriores, llevó este trabajo a lo más alto de las listas
británicas. Sin duda, alberga algunas de las mejores composiciones que haya
escrito en su vida, y eso es mucho decir de alguien que ha firmado A Town Called Malice, Shout To The Top… y un larguísimo
etcétera.
Stanley Road
es un santuario de canciones, de brillantes canciones. Desde el principio, con The Changing Man, una de sus
composiciones más eléctricas, se nos asegura que estamos ante un disco
trepidante: le siguen Porcelain Gods
y I Walk On Gilded Splinters —versión
de una canción de Dr. John
popularizada, entre otros, por los Allman
Brothers— y que conforman un terceto excepcional para arrancar.
Y
después, una de las canciones más inolvidables que haya compuesto Paul Weller: You Do Something To Me. Solamente por
esta delicada pieza ya merecería la pena el disco. Pero por si todo ello fuera
poco, y junto a otro grupo de temas realmente excepcionales, Stanley Road aún alberga varias obras
maestras: Time Passes, Out Of The Sinking, Broken Stones (donde Weller alcanza una de sus más elevadas cotas
de lirismo) y Wings Of Speed, una balada
que pone los pelos de punta gracias al dúo realizado con Carleen Anderson, cantante
de algunos grupos de Acid Jazz, como Incognito.
Porque
este es un aspecto decisivo en Stanley
Road: la enorme calidad de los músicos que colaboran con Paul Weller.
Además de la citada Carleen Anderson, encontramos a Steve Winwood, Noel
Gallagher de Oasis, Dr. Robert (que
fuera líder de los Blow Monkeys),
Mick Talbot y Steve White (que junto a Weller formaban The Style Council) y el guitarrista Steve Cradock (de Ocean Colour Scene).
El
talento se acumula en este trabajo y se desborda incontrolable. Es Stanley Road una serie de canciones con
una garra desencadenada, que saben convivir junto a momentos estelares de gran
sensibilidad. La suma de todo ello, coloca a Stanley Road en un lugar de honor: ese al que solo acceden los
discos verdaderamente grandes.
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El catador
Tras una cata demasiado intensa, el catador
percibió que había extraviado su gusto por el vino. Durante años saboreó
acíbares y amarguras para ser, al final de la vida, perito en nubarrones y
maestro en oscuridades. Hasta que le alcanzó la noche.
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viernes, 25 de agosto de 2017
Apnea
El
buzo llevaba horas en apnea. De pronto, quiso abrazar los cielos del mar y
volar entre las medusas mientras sus pulmones se adornaban con las gotitas
esmeraldas de lo infinito.
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En el principio del éxito como grupo de masas
*Esta reseña apareció, originalmente, en el sitio minuevaaedad.com:
https://www.minuevaedad.com/actualidad/2017/7/19/el-disco-del-mes-genesis/
Interprete: Genesis
Título: Genesis
Discográfica: Charisma Records
Género: Rock Sinfónico
Duración: 45m: 58s.
Número canciones: 9
Fecha de publicación: 3 de octubre de 1983
En
el principio del éxito como grupo de masas
El
pasado viernes 30 de junio fue un día muy especial para los amantes de la banda
de rock sinfónico Genesis. En Madrid,
dentro del festival de Las Noches del Jardín Botánico, el que fuera guitarrista
del grupo, Steve Hackett, regaló un
asombroso concierto en donde interpretó magistralmente algunos de los temas más
clásicos del grupo. Mientras, en Hyde Park, Londres, y al mismo tiempo, Phill Collins, alma de la banda desde
que la abandonara Peter Gabriel allá
por 1975, daba uno de los contadísimos shows de su gira de retorno Not Dead Yet, Era su vuelta a las tablas
tras haber permanecido alejado de los escenarios casi cinco años, aquejado de
diversos problemas de salud. En el parque londinense contó, además, con la
presencia como teloneros de Mike and The
Mechanics, la formación de otro guitarrista de Genesis, Mike Rutherford.
Esta
serie de coincidencias hacen necesaria una reivindicación de una de las bandas
de mayor éxito comercial dentro de esa difícil etiqueta que se denomina como
rock sinfónico. Y el álbum Genesis,
duodécimo trabajo del grupo, refleja muy bien la fusión entre el concepto
progresivo y las fórmulas del rock y del pop, esas que Phill Collins ha
estandarizado como nadie.
Es
este disco uno de los mejores de la historia de Genesis como trío. En él ya no
participa el mencionado Seteve Hackett, que había abandonado el grupo bastantes
años atrás, pero las composiciones de Collins, Rutherford y el teclista, Tony Banks, son, en palabras de ellos
mismos, parte de la mejor música que hayan grabado en su vida. El disco
representa el éxito absoluto de Genesis en el mercado, con canciones de gran
complejidad técnica y composiciones innovadoras que, además, fueron capaces de
conquistar las radio-fórmulas. Temas como That´s
All, se programaron sin descanso en las emisoras de medio mundo, repitiendo
un sonido que pronto se iba a convertir en una marca distintiva (y que había
comenzado a apuntarse con el disco anterior,
Abacab, para desencadenarse por completo en el trabajo posterior, Invisible Touch).
Pero
el disco alcanza mucho más allá de ser meramente un pelotazo comercial y
presenta una serie de aspectos que lo convierten en una obra maestra. En primer
lugar, la tacada de canciones más inspirada del grupo, que alinea nueve temas
de un talento desbordante. Después, está el asunto de las baterías. Phill
Collins, cantante y showman, siempre ha sido, por encima de todo, uno de los
baterías más grandes del mundo del rock. Y eso lo demuestra en las
composiciones rítmicas del disco, sin olvidar las cajas de ritmos y las programaciones
innovadoras en Silver Rainbow o en It´s Gonna Get Better —aunque la más
significativa, la que introduce la canción Mama,
fue ideada por Mike Rutherford, lo que habla de la enorme versatilidad de los
músicos del trío—.
Por
si esto fuera poco, Home by the Sea,
seguida del instrumental Second Home by the
Sea, quizás sean de lo mejor que Genesis haya construido durante su época
más pop-rock, por denominarla de alguna manera. El instrumental, con nominación
al Grammy incluida, se sostiene con una batería electrónica demoledora y un
fondo de sintetizadores que crean un épico ambiente claustrofóbico.
Genesis,
por tanto, es un disco que abarca muchos estilos: desde el instrumental hasta
la balada rock, pasando por el progresivo con toques de industrial, el art-rock
y el pop más sencillo. Todo ello hace de este trabajo uno de los más
divertidos, pegadizos, confortables y reconocibles de la banda, y es una
perfecta oportunidad para reencontrarse con un sonido propio que ha marcado una
época en la música de los años ochenta y parte de los noventa.
jueves, 24 de agosto de 2017
Chocolate amargo
El
equilibrista, desde aquellos monótonos días de su infancia en que subió al
tejado, nunca volvió a pisar el suelo. Ahora, tras la muerte de su madre, sus
zapatos fueron chocolate amargo con la tierra del cementerio y por las piernas
le subió la certeza del vértigo.
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Steve Hackett en el Jardín Botánico y el talento de la guitarra cuántica
*Esta crónica apareció en el sitio achtungmag:
http://www.achtungmag.com/steve-hackett-jardin-botanico-talento-la-guitarra-cuantica/
Steve Hackett en el Jardín Botánico y el talento de la guitarra cuántica
La
ciudad de Madrid despidió el mes de
junio con el grandísimo concierto del guitarrista británico Steve Hackett, Un concierto tan
perfecto como épico, parte del Festival
de las Noches del Botánico. El despliegue de virtuosismo, maestría y saber
hacer de Hackett y toda su banda, no
merecía menos que el recinto del Real
Jardín Botánico de Alfonso XIII: un lugar que parece concebido
especialmente para que músicos con el marchamo de genios derramen las cataratas
de su talento.
La
música que brota de la guitarra de Steve
Hackett es como una catedral gótica. Las notas ascienden puras y claras
hasta los techos altos, se deslizan juguetonas por las arquivoltas y conforman
una arquitectura sonora, luminosa y colorista como las vidrieras de la catedral
de León. Durante casi dos horas y media —un ejercicio de generosidad porque
¿quién toca hoy en día dos horas y media en directo?— el guitarrista nos regaló
un show perfectamente equilibrado en dos partes.
La
primera parte del espectáculo, Hackett Old & New, reunía
algunas de sus composiciones más emblemáticas en solitario, es decir, las
acometidas tras abandonar la banda de rock progresivo Genesis, junto algunos temas de su último disco: The Night Siren. Este nuevo trabajo es un álbum brillante y repleto
de buena música, donde la hibridación de
música e instrumentos conforman una coalición que cristaliza en una obra
emocionante: sonidos de la India, Perú, Israel y Palestina, entre otros, en un
esfuerzo para que el arte aúne aquello que política y gobiernos se obstinan en
alejar.
Steve Hackett
se complementa, se empasta como una de esas piezas de Tetris con los cinco miembros de la banda. A los teclados, un
sobrio Roger King, un músico de
estudio de dilatada carrera. En la batería, realmente notable, Gary O´Toole, impartiendo una clase de
ritmos. En el saxo, la flauta, la percusión, y a los vientos en general, Rob Townsed, el fiel escudero de Hackett durante todo el concierto, un
multi instrumentista que remataba con sus filigranas las piezas de orfebrería
rock. Y al bajo, con un carisma hipnótico a medio camino entre un luchador de wrestling, Conan el Bárbaro y un chamán indio, Nick Beggs, poniendo el contrapunto espectacular ante la tranquilidad
del resto de la banda. Mención aparte merece el vocalista encargado de
interpretar las canciones de Genesis,
el californiano Nad Sylvian, con una
puesta en escena a lo Peter Gabriel,
embutido en el carácter de baladista barroco y recargado, perfecto para
mimetizarse con muchas de las historias que narran esas canciones.
Desde
el inicio de la primera parte del concierto,
Steve Hackett ya dejaba muy clara cuál sería su propuesta: música a
raudales inmersa en unas composiciones para guitarra demoledoras. Buen ejemplo
de ello fue el tema con el que se abría el show, Every Day, de su tercer álbum Spectral
Mornings, publicado allá por el año 1979. Es una de sus composiciones en
solitario que más recuerda a Genesis pero,
sobre todo, destaca con un relieve especial en directo gracias al apoyo de los
teclados que recibe la guitarra.
Muy
pronto, ya en la segunda canción, apareció un tema del último disco, de ese The Night Siren prodigioso. Se trataba
de El Niño, para, después, recordar The Steppes, una canción del año 1980 e incluida
en Defector. La composición, repleta
de arabescos, parece reivindicar el espíritu de pura sangre de la guitarra.
Algo de vital importancia si tocas en España, país que el propio Hackett calificó como “Home of guitar”. Después, en una de las
muchas charlas que intercambió con el público, intercalando palabras en
español, recordó algunos de nuestros guitarristas más importantes: Andrés Segovia, Joaquín Rodrigo y Paco de
Lucía. Siempre cercano a la audiencia, rendía así su reconocimiento a
algunas de sus mayores influencias.
Dos
nuevas canciones de su último disco llevarían el setlist a uno de los primeros momentos estelares de la noche.
Después de In the Skeleton Gallery,
interpretaron Behind the Smoke, uno
de los mejores cortes de The Night Siren.
La canción, inmersa en ese espíritu de maridaje
con otras culturas, refiere una historia de emigración. Una canción sobre los emigrantes que el propio Hackett presentó como una historia
también propia, en referencia a una parte de su familia que abandonó Polonia huyendo de los pogromos, pasó temporalmente por
Portugal, y terminó recabando en Inglaterra, donde echó, finalmente, raíces.
La
primera parte del espectáculo se cerró con Rise
Again —del disco de 1999, Darktown—
y otro momento inolvidable: la interpretación de la emblemática Shadow of Hierophant, uno de los cortes
más sobresalientes de esa obra de arte que es el primer disco en solitaro de Hackett, Voyage Of The Acolyte, alumbrado en 1975. De entre el ritmo
nervioso, casi neurótico, emergía una interpretación cavernaria de Nick Beggs, sentado en el suelo y
aporreando con los puños los pedales del bajo como esos simios golpeaban los
huesos al principio de la película 2001:
Una Odisea del Espacio. Como resultado, una ejecución contenida en un crescendo que al final se disparó en un
estallido que dejó anonadado al público ante lo que acababa de escuchar y ver.
Y sin un momento de resuello, Hackett
atacó la segunda parte del concierto: Genesis Revisited.
La
parte dedicada a Genesis bebe,
fundamentalmente, del disco Wind &
Wuthering de 1976. Hackett confesó,
al presentarlo, que es uno de sus trabajos favoritos, en sintonía con la
opinión de muchos de los fans del grupo y del propio Tony Banks, teclista de Genesis,
aunque las discrepancias durante la grabación llevaron, poco después, a que Hackett abandonara el grupo
definitivamente. El disco se divide en dos partes: Wind (tomado del título de una de las canciones del disco que se
llamaría The House Of The Four Winds,
luego renombrada como Eleventh Earl Of
Mar) y Wuthering, en alusión a
una de las fuentes de inspiración del trabajo: la novela Cumbres Borrascosas de Emily
Brontë.
Así
que el repertorio clásico se inició con Eleventh
Earl Of Mar, primer corte del Wind
& Wuthering. Aquí apareció Nad
Sylvian, el vocalista, metido en su papel de Undécimo Conde de Mar, tal y como reza el título de la composición.
Fumando de una larga pipa y con ademanes rococós, demostró que acometería con
solvencia el difícil trabajo de suplantar la voz de Phill Collins, como después lo haría con las de Peter Gabriel.
La
segunda canción de Wind & Wuthering
también fue la segunda canción de esta parte: One From The Vine, la obra maestra del disco, que terminó con todo
el público puesto en pie agradeciendo la interpretación de esta delicada suite.
Otra canción de este disco vino a continuación, Blood On The Rooftops, con su introducción de guitarra clásica y el
batería, Gary O´Toole, enfrascado en
la dificultosa tarea de cantar
mientras tocaba, misión resuelta con sobresaliente.
Después
llegó el instrumental …In That Quiet
Earth —cuyo título hace referencia directa a la última línea de la novela
de Emiliy Brontë—, una pieza de
ritmos muy distintos, con cambios y parones que demostraron la buena conjunción
de la banda, para rematar el recorrido por Wind
& Wuthering con el lirismo de la balada más grande de la era Genesis: Afterglow.
La
combinación machacona de batería y teclados anunció la ejecución de Dance On A Volcano, del disco A Trick Of The Tail, de 1976. Después
del abandono de Peter Gabriel aquella
fue la primera grabación de Genesis
como cuarteto. Collins, Banks, Rutherford y Hackett se
encontraron ante el desafío de continuar con una banda que la crítica y los
fans daban por muerta. Sin embargo, la respuesta fue un disco tan exitoso como
apabullante. La interpretación de Dance
On A Volcano por parte de Hackett y
su banda fue de los mejores momentos de la noche, gracias, en parte, a un Nad Sylvian en un estado de gracia
histriónica.
Hackett
siguió desgranando grandes clásicos de la era Genesis, en una especie de retroceso cuántico en el tiempo que manaba de su guitarra heisenbergiana. Con cada acorde situaba a la audiencia en
una década pasada. Cada nota era un escalón en el emocionante descenso al
pasado. De esa forma, le llegó el turno a Inside
And Out, una joya oculta de la discografía de la banda, un descarte de Wind & Wuthering y que apareció en
un extraño EP del año 1977 bajo el curioso título de Spot The Pigeon. La canción, que narra en su primera parte (Inside) el lamento de un hombre tras ser
puesto en libertad tras un largo periodo de encarcelamiento, culmina con una
segunda parte instrumental (An Out)
donde la guitarra y el sintetizador emprenden un diálogo emocionante.
La
introducción de piano anunció Firth of
Fifth, primera de las canciones de la época de Peter Gabriel, correspondiente a Selling England By The Pound, de 1973. Una introducción tan
compleja que Tony Banks dejó de
interpretarla en directo con Genesis
después de cometer algunos errores. Un regalo más que Steve Hackett nos ofrendaba, y que el público supo agradecer,
junto con el solo de guitarra de esta canción, uno de los mejores que haya
interpretado.
Con
ese cuento de hadas que es la pieza The
Musical Box, llegó el final del concierto y se alcanzó el clímax del
público, que coreó enfervorecido la sección de cierre de este corte del disco Nursery Crime, de 1971. Después, Hackett ofreció todavía un bis: Los Endos, el instrumental que culmina
el disco A Trick of The Tail, y que
mezcló con uno de sus temas en solitario, Slogans,
del ya mencionado disco Defector.
El
público abandonó sus asientos con la satisfacción pintada en sus rostros, y en
muchos casos con amplias sonrisas de felicidad que reconocían lo valioso del
enorme concierto que acababa de entregarnos Steve Hackett. El músico supo, desde el mástil de sus guitarras,
detener el tiempo, moldearlo a su antojo, llevarlo de adelante hacia atrás, y
enseñarnos el embrujo de una época en donde el rock era un jardín botánico
repleto de flores líricas, de dragones épicos, de gigantes que tocaban el
corazón de la gente con la delicadeza de sus canciones y la rapidez de sus
dedos, volando sobre las cuerdas de los instrumentos como pájaros de fuego.
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miércoles, 23 de agosto de 2017
Artista del Llanto
Y llegó un día en el que el Artista del Hambre no pudo soportar
su hambre y mordisqueó un mendrugo. Cancelaba, así, años de ayuno. Desde el
estómago le retrepó una sensación de calor y derrota. Entonces, por varias
décadas más, solo fue un Artista del Llanto.
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El lirismo pavoroso de David Lynch
*Esta reseña se publicó, originalmente, en el sitio minuevaedad.com:
https://www.minuevaedad.com/actualidad/2017/6/14/el-disco-del-mes-floating-night/
Interprete: Julee Cruise
Título: Floating into the Night
Discográfica: Warner Bros
Género: Ambiental, Dream Pop
Duración: 47m: 56s.
Número canciones: 10
Fecha de publicación: 12 de septiembre de 1989
El lirismo pavoroso de David Lynch
El regreso de
la serie televisiva Twin Peaks, una
segunda parte rodada algo más de veinticinco años después de su emisión
original, ha provocado todo un revival de
los fanáticos de los mundos oníricos y esotéricos de David Lynch. Dentro de
todo el universo mágico y espiritual que se desplegaba en la serie, uno de los
elementos fundamentales era su banda sonora. Una banda sonora que estaba
interpretada por la cantante Julee Cruise, y que se concretó en un disco que es
una rara joya de pop ambiental: Floating into the Night.
El disco,
aparte de la archiconocida Falling,
por ser la sintonía de la serie, esconde un repertorio de una calidad
sorprendente, con un cuidado trabajo de composición y producción, en donde
sobresale la tarea de un tándem de lujo: el compositor Angelo Baladamenti —que
precisamente ganó el premio Grammy
por el instrumental Twin Peaks Theme,
es decir, el instrumental de Falling—
y el propio David Lynch. Entre estos dos genios, cuya colaboración ya se
remontaba a la aclamada película Blue
Velvet, se repartieron los aspectos decisivos de la elaboración del disco.
Toda la música está compuesta por Baladamenti, que además toca los
sintetizadores y el piano (en un disco cuyo principal soporte son los
sintetizadores, es decir, es el creador de la impresionante atmósfera de Floating
into the Night), y se encarga de los certeros arreglos de orquesta.
La
participación de David Lynch es clave: suyas son las letras, melancólicas,
oscuras, atormentadas, que muchos críticos interpretan como confesiones, o retazos
de confesiones, de la propia Laura Palmer, que así daría una versión o imagen
de su mundo angustioso en continua batalla entre el amor y la maldad
representada por Bob, ese espíritu demoniaco que la acecha. Además de como
letrista, el director de cine se pone a la producción, mano a mano con
Baladamenti, y es autor de la dirección artística del álbum, así como de la
fotografía, convirtiendo este debut de la cantante de Iowa en una extensión
dramática y asfixiante de la serie televisiva.
Por entre la
atmósfera opresiva y claustrofóbica aparece la voz de Julee Cruise, modulada
con la técnica de la reverberación digital para acentuar lo onírico y
ambiental, que se rasga con unos arreglos de jazz poderosos. Así, varias piezas
delicadas erizan el vello cuando las escuchamos. Se tratan de Mysteries of love, que ya formaba parte
de la banda sonora de Blue Velvet, y The Nightingale, de un lirismo decadente
e inquietante. Rockin´Back Inside My
Heart es el tema estrella del disco, un tiempo acelerado que se complementa
a la perfección con las composiciones más ambientales, como son I Remember, Into the Night o The World
Spins.
Con motivo
del regreso del agente Cooper a la televisión, es muy recomendable dejarse
atrapar en la telaraña vocal de esta cantante de agudos inquietantes, capaz de
levantar una arquitectura del misterio que evoca un mundo extraño, tal y como
son las películas de David Lynch que, en Floating into the Night, encuentra
la definición musical perfecta, como una prótesis de poesía triste y pavorosa a
su cine y a Twin Peaks.
martes, 22 de agosto de 2017
Réquiem electrónico por un mundo que se ahoga
*Esta reseña apareció, originalmente, en el sitio minuevaedad.com:
https://www.minuevaedad.com/actualidad/2017/5/17/el-disco-del-mes-oxygene-de-jean-michel-jarre/
Interprete: Jean-Michel Jarre.
Título:
Oxygène.
Discográfica:
Dreyfus/Polydor.
Género:
Música Electrónica.
Duración:
39m; 38seg.
Número
canciones: 6.
Fecha
de publicación: Diciembre de 1976.
RÉQUIEM ELECTRÓNICO POR UN MUNDO
QUE SE AHOGA
El pasado 29 de abril, algunos
afortunados pudimos asistir a uno de esos acontecimientos únicos e históricos
que contaremos a nuestros nietos: con motivo de la celebración del Año Jubilar
Lebaniego, el músico francés Jean-Michel
Jarre ofreció un inolvidable espectáculo de luz y sonido en la explanada
del Monasterio de Santo Toribio de Liébana, muy cerca de Potes, en Cantabria.
Jarre aprovechó para mezclar en su repertorio temas de sus últimos trabajos, junto
a los grandes clásicos que lo han llevado a ser calificado como el padre de la
música electrónica. Y entre ellos, no pudo faltar la interpretación de alguna
pieza de Oxygène.
Han transcurrido
cuarenta años desde la publicación de Oxygène,
y el disco está más fresco y más vivo que nunca. Sigue en vigor con la fuerza
de aquello que nació moderno y adelantado a su tiempo, y así se conserva. Como
si el músico lionés supiera de la vigencia de su trabajo, lo ha completado con
la edición, en 1997, de una segunda parte, y en el 2016, con una tercera
entrega.
Buena
culpa de lo que hace que Oxygène sea un
disco único, más allá de la notable contundencia de sus sintetizadores helados,
o de su mensaje ecologista que abarca desde una portada impactante —que utiliza
una pintura del artista Michael Granger en donde aparece el planeta tierra como
una calavera descarnada—, pasando por su título, toda una denuncia ecológica de
ese oxígeno que nos falta, de esa falta de oxígeno que está acabando con el
planeta, es la peculiar circunstancia de su composición, el producto de un
genio de los teclados.
Oxygène es un disco elaborado en un
estudio casero (concretamente con un grabador de 8 pistas instalado en la
cocina) por un músico que, a la edad de 28 años, ya tocó todos los instrumentos
de la obra y controló las mezclas y el proceso de producción. El resultado
fueron doce millones de copias vendidas, y algunas partes de la suite, como la
cuarta, se han incorporado al imaginario colectivo y han conformado las señas
de identidad de lo que podría denominarse como el sonido Jarre.
Oxygène revolucionó la música de
teclados, llevó a las composiciones electrónicas un paso más allá e influyó en
lo que posteriormente se denominaría música Synth.
Y, curiosamente, lo hizo en el comienzo de la desgarradora vorágine del punk.
Quizás, por eso, sea un réquiem apocalíptico por el planeta Tierra, en donde
los sintetizadores imitan a los vientos siberianos y el pespunte del órgano Farfisa emula a las burbujas de lava de
los volcanes: es un paseo por el frío y por el infierno, una banda sonora para
un mundo en descomposición que deja un páramo de hermosa belleza tras cada
escucha.
lunes, 21 de agosto de 2017
Jean-Michel Jarre en Liébana: Una conexión de trece siglos
Esta reseña se publicó, originalmente, en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/jean-michel-jarre-liebana-una-conexion-trece-siglos/
Jean-Michel Jarre en Liébana: Una conexión de trece siglos
Sobre el Monasterio se
proyectaban imágenes de los dibujos del libro del Beato de Liébana, escrito en
el siglo VIII, mientras en el escenario Jean-Michel Jarre, un músico del siglo
XXI, daba un repaso a sus últimos trabajos, Electronica
y Oxigene 3, sin olvidarse de
algunos de los clásicos que lo han convertido en el padre de la música
electrónica. El show, pleno de fuerza y con un espectáculo visual inigualable,
celebraba el Año Jubilar Lebaniego, y dejó la sensación entre los asistentes de
que acababan de asistir a un momento histórico bajo el cielo de Cantabria.
The
Connection Concert, así había bautizado Jarre el concierto. En
efecto, el asunto se trataba de una conexión mediante la música: un enlace con
el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, una comunión con el misticismo
religioso que emana el libro del Beato de Liébana —un comentario al Apocalipsis de San Juan pródigo en
dibujos y que contiene uno de los mapamundis más importantes de la Edad Media—
y un enganche con la naturaleza. La naturaleza, principal preocupación de cara
al concierto, que al final se portó bien. Un taxista comentó, esa misma mañana,
que había entrado un viento del sur, y que cuando ocurría eso nunca llovía.
Podíamos estar tranquilos.
Tranquilidad, se respiraba un
misterioso reposo a pesar de las seis mil personas que abarrotaban el recinto
del aparcamiento junto al Monasterio, lugar elegido para montar el escenario.
Era como si, embutidos entre las montañas y bajo aquella cúpula de estrellas,
se estuviera cocinando una poción mágica que entró en ebullición con los
primeros sonidos de Ethnicolor. En
escena, un trio de músicos parapetados tras la espectacular cortina de leds que emitía incansables
efectos luminosos. Junto a Jean-Michel
Jarre, en el centro y rodeado de teclados, contribuían en la percusión, las
voces, y los sintetizadores, Claude Samard y Stephane Gervais, como dos bolas
de demolición en la interpretación de cada tema, que en directo suenan más
graves que en estudio, con unos bajos estremecedores y unas baterías de ritmos
hipnóticos.
Muy pronto, en la tercera canción
del setlist, ya apareció uno de los
grandes clásicos, Oxigène 2, y quedó
demostrado que las transiciones entre las canciones nuevas y las antiguas, y
las sorprendentes remezclas, se iban a complementar a la perfección durante las
dos horas de espectáculo. Después de la notable Circus, el concierto llegó a una de sus cotas con la impactante Exit, en donde se escucharon las
palabras de Eduard Snowden, el ex
agente de la CIA, advirtiendo de los peligros de la cultura global y del
espionaje de masas; pudo verse en las pantallas su rostro, dirigiéndose al
público, mientras el tema elevaba a un Jarre
en estado de gracia, tanto en lo compositivo como en lo interpretativo.
“Para mí la música es como la
paella”, explicó el músico de Lyon, quizás refiriéndose a la multitud de
elementos que conforman sus creaciones. Sin embargo esta afirmación ya la
habíamos podido encontrar en el encarte del disco del año 1992, Nerve Net, de otro genio de los teclados
y la electrónica, Brian Eno, cuando
aseguraba que ese disco era “como paella”. Tras la confesión culinaria, los
láseres iluminaron los montes lebaniegos y los suaves sintetizadores de Èquinoxe 7 y Oxigène 8 —interpretada con una micro cámara montada en las gafas
del músico y que permitía ver al detalle todos los movimientos de sus veloces
dedos sobre los teclados— dejaron paso a la pieza más potente de la noche, Zero Gravity, el tema en donde colaboran
los veteranos del space rock Tangerine Dream: un remix aplastante que convirtió la explanada en una rave trance
nerviosa y efervescente.
En consonancia con ese engarce entre
los temas nuevos y antiguos, a la locura de Zero
Gravity le siguió una pieza muy querida por Jarre, tal y como la presentó, la delicada Souvenir of China. Y tras esta, la colaboración estrella con los Pet Shop Boys en la canción Brick England. Desde ese instante, el
concierto atacó su parte final, discurriendo por un puñado de canciones
clásicas que sonaban revitalizadas en las potentes remezclas, junto a esa
interpretación, ya legendaria, del músico a los mandos del arpa láser, que
culminó con una proyección de luces sobre el cielo y las montañas de Liébana.
La mezcla de Zoolookologie con Stardust, cerró un espectáculo tan
impecable como emocionante.
Para la memoria, y para la historia
de quienes acudimos al concierto, quedará un buen puñado de imágenes. Además de
la plasticidad del arpa láser, también el instante en que Jarre tocó la
guitarra como cierre a Conquistador,
con un feedback sostenido que invocó
a grupos como los Who, maestros en
eso del acople (curiosamente, Pete Townshed
ha colaborado en el álbum Electronica),
o las luces de los teléfonos móviles del público encendidas y oscilantes mientras
sonaba Oxigène 4, tal vez como una
forma de conectar con los tres cientos mil espectadores de la audiencia
televisiva y del streaming.
El
puente musical entre el Beato del siglo VIII y la música del siglo XXI había
sido construido a golpe de sintetizador y bajo las estrellas de Cantabria.
Ahora, ya podía ponerse a llover porque, como dijo Borges en uno de sus poemas, eso de la lluvia “es una cosa que sin
duda sucede en el pasado”.
domingo, 20 de agosto de 2017
El don del error
El malabarista consiguió hacer girar los platillos en sus palos para siempre. Era un espectáculo sensacional... ¡Lo nunca visto! Entonces, el malabarista perdió el don del riesgo y del error, cayó en desgracia, y sin trabajo, hizo equilibrios con una vida de fracaso proyectada por su éxito.
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Necromagia
El mago brotaba los animales desde la nada: palomas, conejos... Siempre muertos. Siempre animales muertos. Consciente de su don, abandonó la magia. Desde entonces, puedes verlo en hospitales, deambulando por residencias de ancianos y cambios de rasante.
sábado, 19 de agosto de 2017
García Lorca, Delmira Agustini, Pushkin, Lérmontov, Bruno Schulz: el asesinato de la literatura
*Este articulo fue publicado orignalmente en achtungmagazine. com:
http://www.achtungmag.com/garcia-lorca-delmira-agustini-pushkin-lermontov-bruno-schulz-asesinato-la-literatura/
El
próximo 18 de agosto se cumplirán 81 años del fusilamiento de Federico García Lorca. Dejando a un
lado espinosos asuntos políticos, reflexiones sobre la Memoria Histórica e indagaciones de tumbas ocultas en cunetas, el terrible
asesinato del poeta —de 38 años— me
sirve para recordar una serie de nombres que también murieron en circunstancias
violentas y que, quizás, sean menos conocidos para el gran público.
Uno
de los casos que siempre me ha dolido más es el de la poeta uruguaya Delmira Agustini. Una parte de su
poesía, a pesar de encontrarse a caballo entre el colorista modernismo y el
complejo vanguardismo, es una mezcla de erotismo con tintes trágicos. La
tremenda carga sexual de sus composiciones parecía anunciar el funesto
desenlace que le aguardaba.
Delmira
fue asesinada por su marido, al que
abandonó después de tan solo un mes y medio de casados. Su relación fue un
romance clandestino, porque la madre de la poeta se oponía, condimentado con
una historia de amor y odio que, sin duda, se trataba de un asunto de maltrato
por parte del hombre. Algo que sorprende, visto el carácter femenino (y
feminista) de los poemas. Enrique Job
Reyes, este era el nombre del asesino, incluso estaba decidido a que, en
cuanto se casaran, Delmira
abandonara la poesía, algo que consideraba un capricho de solterita.
Lo
turbulento de la relación, con demanda de separación y jueces de por medio,
siguió por el derrotero habitual en estos casos. Job Reyes empezó a acosar a la poeta: la amenazaba, furioso por
haber perdido el control sobre la mujer. Además, Delmira acababa de inaugurar la ley de divorcio en Uruguay, en un caso que fue ampliamente
aireado por la prensa sensacionalista y que terminó por sublimar el odio del ex
marido. Delmira, de 27 años, fue asesinada por Job Reyes de dos disparos en la cabeza. Acto seguido, el hombre se suicidó. Sin embargo,
esos disparos no pudieron terminar con la poesía de Delmira Agustini, que se hizo eterna. Muy recomendable es la
edición de sus Poesías Competas editada por Cátedra.
Retrocedamos
siglos en el tiempo para hablar de Christopher
Marlowe, poeta y dramaturgo inglés cuyo asesinato permanece oculto en las
brumas del misterio de la historia. Marlowe,
que frecuentaba lugares y compañías bastante poco recomendables, perdió la
vida, aparentemente, en una miserable reyerta
de taberna.
Marlowe
siempre estuvo en el ojo del huracán debido a que llevaba una vida disoluta y
plagada de escándalos, con duelos, acusaciones de un posible crimen, rumores de
homosexualidad, de espionaje, de haberse convertido al catolicismo y de escribir
unos panfletos muy comprometedores sobre religión en una época, la isabelina, en donde todos estos asuntos
eran poco menos que una sentencia capital. Por ese motivo, se ha especulado con
que su muerte no fue tal, que aprovechó el fingimiento para ocultarse y…
¡hacerse pasar por Shakespeare!
Al
parecer, en aquella taberna, a una hora muy tardía, estalló una reyerta sobre
el dinero que debían pagar por la bebida y la comida que habían consumido el
propio Marlowe y sus tres
acompañantes, que eran de lo más granado en el mundo de los chantajes, de las
extorsiones y de los bajos fondos. Al parecer, el dramaturgo inglés se atravesó un ojo con la daga que empuñaba, producto del
forcejeo con uno de sus acompañantes. Ingram
Frizer, que así se llamaba el asesino, fue indultado al considerarse que el
crimen se había cometido en legítima defensa. Sin embargo, estos hechos no
quedaron claros, y los partidarios de la teoría conspirativa bautizada como Teoría
Marlowe, argumentan que el autor siguió escribiendo desde las sombras,
tal vez en Francia, obras que firmaba Shakespeare,
un cómico mediocre que vio la posibilidad, así, de ganar un dinero fácil.
Lo
que sí sabemos a ciencia cierta, es que El Doctor Fausto o El
judío de Malta, cuya edición de la editorial Cátedra recomiendo, son dos de las mejores obras de Marlowe, precursor del teatro inglés.
El Marlowe oficial murió en aquella
taberna, con 29 años, pero… ¿existió
otro Marlowe más allá de su
asesinato?
Uno
de los casos más celebres es el de Alexandr
Pushkin, asesinado tras sostener un duelo
a pistola con el militar francés Georges
d`Anthès, a la sazón amante del embajador holandés en Rusia. Así que el
duelo que emprendió el poeta romántico
no tenía ninguna posibilidad de éxito a causa de la entidad del rival: manipularon
la pistola del escritor y recibió un disparo
en el pecho, mientras él apenas sí pudo rozar al francés.
La
cuestión de honor que se intentaba satisfacer en un campo de las afueras de San Petersburgo, eran ciertos
comentarios vejatorios que el militar había pronunciado contra Natalia Goncharova, mujer de Pushkin. Sobre la nevada de enero en
la ciudad imperial no solo quedó arrojada la sangre del poeta de 37 años, sino toda una obra magnífica
compuesta por piezas como la novela en verso Eugenio Oneguín, Boris
Godunov o La hija del capitán, esta última editada en Alianza Editorial.
Por
su parte, otro literato ruso, Mijaíl Lérmontov,
muy afectado por el suceso, se apresuró a componer un poema para llorar la
muerte de Pushkin, ignorando que su
destino sería el mismo. Por culpa de unos comentarios que profirió,
ridiculizando la forma de vestir de Nikolai
Martynov —camarada suyo en el Ejército
y oficial—, ambos se enfrentaron a
pistola en la localidad de Piatigorsk,
en el Cáucaso. Por respeto al
escalafón militar, Lérmontov disparó
al aire, pero su infame contrincante lo atravesó con un disparo en pleno corazón.
Tenía 26 años. Un miserable final
para el autor de la memorable novela Un héroe de nuestro tiempo (en Nórdica).
Me
he referido antes al asesinato de Federico
García Lorca por parte de las autoridades golpistas de Franco, y no quiero dejar de mencionar aquí a una víctima ejecutada
por el otro bando. Se trata del genial dramaturgo Pedro Muñoz Seca, el padre de la astracanada, que murió fusilado
en Paracuellos del Jarama. Detenido
por las milicias anarquistas en Barcelona,
el dramaturgo, acusado de católico y monárquico, fue llevado a Madrid e ingresado en prisión. Después,
integraría una de las sacas de presos
que fueron asesinados sumariamente en Paracuellos.
Tenía 57 años. Autor de una ingente
obra, entre sus mejores piezas destacan las celebradas Los extremeños se tocan y,
como no, la famosísima y divertida La venganza de Don Mendo (en Galaxia Gutenberg).
Esta
relación muestra una exigua lista de autores que murieron asesinados. Podría
añadir los casos del poeta modernista
peruano José Santos Chocano, muerto de una puñalada por la espalda mientras
viajaba en un tranvía. Su asesino, un esquizofrénico llamado Martín Bruce Padilla, estaba convencido
de que se había asociado con el poeta en la empresa de búsqueda de tesoros
ocultos y extraviados, y que Chocano
no estaba compartiendo los beneficios con él. A los 59 años, el poeta murió pobre.
Tampoco
puedo olvidarme de los escritores que fueron represaliados en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Al caso más
famoso, el de la ucraniana Irène
Némirovsky, de 39 años y gaseada
en Auschwitz, se le suman los de Milena Jesenská —que mantuvo una
relación amorosa epistolar con Kafka—
fallecida en el campo de Ravensbrück a
los 47 años de edad, o el del
extraordinario autor húngaro Antal Szerb,
de 40 años, y asesinado de una
paliza en el campo de concentración de Balf.
Entre su obra teórica dedicada a la literatura, nos dejó una novela preciosa, El
viajero bajo el resplandor de la luna (Ediciones del Bronce).
En
otra columna de esta bitácora ya me he referido al crimen del escritor polaco Bruno Schulz, muerto a manos de la
Gestapo en el gueto de Drohobycz.
Contaba con 50 años. Y por último,
para cerrar este artículo, convocaré aquí al padre de la Oratoria, el autor de las Filípicas y las Catilinarias, que tanto
estudiamos quienes tuvimos la suerte de coquetear con el latín. Su oposición a Marco Antonio le hizo ser decapitado y Fulvia, la esposa del
Triunviro, vejó la cabeza del escritor romano arrancándole la lengua con
sus manos. Cicerón, en el momento de
su muerte, tenía 63 años.
He
querido tener una especial atención a las edades de los escritores en el
momento de su muerte (desde Lorca a Cicerón) para mostrar que, la mayoría
de ellos, se encontraban todavía con tiempo de sobra para acometer grandes
trabajos. Por supuesto, lamento profundamente todos estos crímenes, pero como
amante de la literatura no puedo dejar de pensar en las numerosas obras maestras que nos privaron las infames acciones de
los asesinos, derramadas por los sumideros de la historia junto a los regueros
de sangre y vergüenza.
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