martes, 28 de febrero de 2012

Camino al Infierno 2


Son las nueve: te levantas para disfrutar del sábado. Él aún duerme plácidamente. Sí, está ahí. Es tuyo. Continúa atrapado bajo las sábanas. Bajo el peso de tu sexo.

Llamo por teléfono desde la carretera: no contestas. No eres capaz de escuchar un S.O.S matinal proveniente de un desahuciado. De un desahuciado por ti que pide, clama e implora, ayuda. Socorro. He colgado tras oír tu voz en el mensaje del contestador.

Ni un automóvil camino de Madrid. Camino al infierno. El desayuno es mermelada en su boca y mantequilla en tus caderas. Es goma y llanta. Frío y barro para mí. Café y azúcar, sus músculos en una luminosa matinal. Pasas el día de compras, del brazo por el Retiro. Besos con calma. Das de comer a los patos y alimentas el olvido de mi recuerdo. Restaurante y carcajadas. Sonrisa contra sonrisa. Rosas, carreras bajo el gélido cielo de la capital, sesiones de cine y copas al atardecer.

La tarde se acogota en el crepúsculo: por encima de los tejados berrea en un vano intento de no extinguirse. Te preparas para disfrutar de esta noche de sábado. El telón nocturno cae como capa que cubre, vela, mi propio dolor. Tus labios brillan e introduces un preservativo en el bolso. La luna vuelve a ser una mierda esta noche... tan fría para mí...

El mensaje en el contestador: escucho tu voz y cuelgo. Comprendo la inutilidad del buscarte por donde da la vuelta el aire, por donde da la vuelta tu nombre. Has regresado pronto a casa. Ardías bajo la minifalda. Se incendiaban sus vaqueros. Os habéis devorado el uno a otro. Has gozado de esos momentos en los que tu pelvis ha ignorado el recuerdo del empuje de otras caderas. El pecho sube y baja excitado al compás de los latidos de mi corazón y del tono del teléfono que comunica. Lo has descolgado.

Un nuevo amanecer: la madrugada de un domingo siempre resulta tranquila. Una paz que inquieta a los corazones acurrucados bajo las sábanas, que ya no encuentran nada en absoluto que compartir. Un amanecer de tristeza, de penuria y miedo, de dolor... el viento sopla en las esquinas. La lluvia se clava en las costillas y en el alma. Desayuno a primera hora de la mañana con el ritmo del televisor como única compañía: cursos de inglés o la Santa Misa.

Caricias en la ducha. Tú ducha. Felicidad removida en la negra taza de café. Sexo pegajoso como la mermelada de melocotón sobre el croissant a la plancha. La gente acude a la iglesia o al parque. La amargura acude a mi cabeza.

Escampa y el sol se desprende de entre las nubes. Vuelvo a llamarte. Contesta una voz de hombre. Me habré equivocado. Marco de nuevo mientras te marchas con él a explotar de alegría, a insultar con tu alegría.

Ahora: me responde el contestador con su voz, la voz de un hombre que dice que NO ESTÁIS en casa. Cuelgo. Estaba dispuesto a dejar mensaje. Ahora estoy dispuesto a degollarme con mi afilada desgracia, borracha, extraviada en las Siete Calles de mi desesperación.

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