miércoles, 28 de marzo de 2012

Poética del cuento


-¿Y si no es así, qué es para usted el cuento? -la Escritora Tropical, indignada con El Fracasado por sus movimientos negativos de cabeza, no pudo hacer como que lo ignoraba y se dirigió a él después de una hora de vomitar a medio digerir los pámpanos crudos de las poéticas que se aprendió y nunca entendió. En la presidencia de la mesa, Literator, con sus pupilas de bacalao, sonrió al ver atacado a ese ser tan odioso y odiado, el Odio asaetado con el Odio mismo… El Fracasado miró a la Escritora Tropical a los ojos y en la profundidad de los mismos no encontró palmeras salvajes, ni granos de arena, ni conchas, ni caracolas, sino páginas en blanco, bocetos a medio escribir:

-El cuento es como mascar un chicle antes masticado por un griposo… Es maleable, gomoso y contagioso, altamente contagioso –El Fracasado habló flanqueado por dos montañitas de notas de rechazo de las editoriales; ahora estaba decidido a ordenarlas por orden alfabético, pero antes ya las ordenó por tamaños, colores, fechas, magnitud de los insultos… pasaba el tiempo muy entretenido con eso.

La Escritora Tropical reflexionó por un instante aquellas palabras, para concluir:

-Muy interesante, así que se pueden contagiar los relatos, es una apreciación delicada y a la par metaliteraria que…

-¡No! –interrumpió El Fracasado, estirando el cuello entre sus papelotes, como un avestruz del fracaso. Sobre el silencio tropical y los ojos piscis del Literator, añadió-: Yo no dije eso… dije que se podía enfermar leyendo relatos… que son tan malos que son contagiosos…

-¿Se puede enfermar leyendo? –la Escritora Tropical no salía de su asombro.

-Leyendo su basura, en efecto, sí –concluyó el Fracasado.

Entonces: de repente, en el café se sirvió aromático y delicioso café de Costa Rica y afuera empezó a llover: el agua resbalaba por las cristaleras como otrora lo hizo en los escaparates de algunos establecimientos de la calle Boedo y todo el mundo pudo dedicarse a fumar con delectación, súbitamente levantada la prohibición: se abría una nueva Edad de Oro para la literatura… o eso parecía, pero duró escasos segundos, los que Literator tardó en prorrumpir en carcajadas insultantes. Junto con la caspa que bañaba su cabeza, parecía tal que un fletán ofertado en la pescadería, dormidito sobre su camita de gruesos hielos malolientes.

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