1-Estampa navideña con jamón de fondo.
Colgado de un garfio en una pastelería de renombre, junto a otros jamones con denominación de origen. Tras un largo periodo de cura, en los secaderos de la sierra de Bejar, cerca de Guijuelo, ahora era un aromático regalo, objeto de deseo entre vinos y quesos. Entre pasteles y merengues. Entre clientes y dependientes.
Llegó la Navidad. Con turrones, frutas escarchadas y en almíbar, botellas de licor y peladillas. Fui jamón-regalo de empresa. Colofón a una cesta de tres pisos, coronada con el estupendo jamón en cuyas moléculas me encontraba. Me sentía orgulloso como regalo de la Universidad Complutense a una profesora que acababa de convertirse en catedrática. Una mujer feliz y casada. Con dos hijos ya.
Me recibieron con alegría. Abrió la puerta uno de los niños y llamó a gritos a su madre. Ella apareció emocionada. Al verla, mis moléculas reventaron de odio. Era ELLA DE NUEVO.
Cortado con mimo por sus manos para la cena de Nochebuena. Manos que antes, muchísimo antes, me acariciaron con el mismo mimo. ¿Con el mismo? Loncha a loncha, gramo a gramo de mi ser. Colocado sobre un plato, dibujando artísticas formas en el ambiente familiar y navideño. Su marido, el Cuto auténtico de mi vida, la besaba frente al jamón.
LO PEOR DE TODO ES QUE ERAN FELICES.
Uno de los niños preguntó acerca de aquellos puntitos blancos insertados en el jamón. Obtuvo una tranquilizadora respuesta del padre sabelotodo sobre la certificación y la calidad, sobre la denominación de origen. Era Pata Negra. Y tan negra. Tan negra como la mortaja de la muerte. Como el embozo de su capa, como el mango de la guadaña. Mi pata iba a ser mala pata.
Me sentía orgulloso de que se me considerara tan excepcional. En este caso, lo blanco del jamón eran mis partículas. Con tanto odio se convertían en veneno. VENENO. Excepcional veneno, pero veneno, al fin y al cabo.
Saboreado por toda la familia reposé en el fondo de los estómagos. ELLA me destrozó con delicadeza entre sus labios y con sus dientes me desgarró con fuerza pero con precisión. Su lengua me volteó en el paladar, en el interior de su boca. Su saliva me ablandó de nuevo, como antes, mucho tiempo antes, me derritieron sus besos. Me tragaba de nuevo dentro de su ser. Siempre quise estar dentro de ELLA, pero nunca pensé que la invadiría como quimo, como bolo alimenticio.
Desde el estómago, mi veneno alcanzó por reabsorción el torrente sanguíneo. Ya no existía remedio. Bombeado por el corazón emponzoñé con mi venganza todo el organismo. Alcancé su dañino cerebro y produje el shock, la parálisis. La muerte.
Todos murieron: ELLA desperdigó su pelo por encima de la mesa de Nochebuena. Entremeses de caviar y cabellos... ¡puaf! El padre tuvo un par de vómitos de sangre (temí que no muriera, era el único al que deseaba matar de verdad), pero al final se desplomó sobre el suelo. ¡Qué Pata Negra más mala! Quiero decir... ¡qué mala Pata Negra!
El salón en silencio. El cordero se quemaba en el horno. La televisión desgranaba con aburrimiento su programación navideña con unos villancicos. Todo tan típico y la muerte allí: el aparato ignoraba que la escena del otro lado de la pantalla pasaría, al día siguiente, a ser noticia en el interior del tubo catódico, incidencia del noticiario de sobremesa, sobrecogedor y estremecido. Una familia de protagonistas del telediario amenazante e hiriente... amenazante e hiriente, así fue mi vida. Amenazante e hiriente COMO MI VIDA. SIEMPRE COMO MI VIDA. Todos estaban muertos en aquella habitación presidida por un jamón a medio cortar.
ESO ME HIZO SENTIRME ORGULLOSO.
2.Epílogo.
Con mi venganza me destruía por completo. Ya era imposible mi permanencia en otros cuerpos. Desaparecía definitivamente. Estaba borrado. Ni tan siquiera poseía una tumba a donde los aburridos pudieran acudir para matar el rato en las plúmbeas tardes dominicales. En nada me parecía a ELLA, enterrada en una fosa junto a sus dos hijos y su maridito. En sus estómagos se pudrían mis partículas venenosas. Se expandía mi esencia al absoluto, a la nada, y alcanzaba el abismo negro y vacío.
Por eso, el concepto de tiempo carece de significado para mí. Ni siquiera se donde estoy y desde donde narro los acontecimientos que culminaron con mi venganza gástrica y estomacal, alimenticia.
Ignoro si una vez estuve realmente vivo o si soy el proyecto de una vida. Si soy ese proyecto, y si esto es lo que me va a suceder, ME DECLARO EN RUINAS. Si soy, tan sólo, un sueño o algo ficticio, o tal vez el alma de algo real, declaro ese alma INSEGURA.
Todo es negro para mí. ELLA puede estar junto a su marido o al lado mío y yo no saberlo. Estoy tan solo ahora como en mi encarnación humana. Tan solo como Cuto, que elevaba su cabeza en la pradera y olfateaba los olores que venían más allá de las montañas y de las mesetas.
Tal vez esté rodeado de estrellas y planetas, en otra dimensión, en otro mundo y en otro lugar. Puede que nada haya sucedido o que me imagine todo esto segundos antes de pegar el salto desde el puente. Y aguardo a que de nuevo llegue ELLA para evitarlo y descubro con la mirada anegada que todo es falso. QUE JAMAS ME SALVARÁ.
Verdad o mentira, sueño o realidad, ficción o mero suceso, casualidad o premeditación, día o noche, cierto o no, únicamente una emoción perdura por encima de todo el delirio. Una emoción cierta. Una emoción veraz. La emoción del DOLOR. Eso es lo auténtico. El dolor de la desesperación. Mi dolor.
MI PROPIO DOLOR SIEMPRE PERDURA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario