-Si acabar una relación ya es difícil, imagínense lo imposible que resulta terminar un relato.
La Escritora Tropical con ínfulas de escritora e inflamada de ego, borracha de saberse tan buena, encantadísima de sus genialidades, acababa de sentenciar esa frase en respuesta a una pregunta que había emergido, lacerante, desde las profundidades del café que ya no era café desde que no dejaban fumar, servían descafeinados, se triplicaba la cuenta en nombre de un injusto y mentiroso comercio justo y nunca llovía por el cambio climático. Además, aderezó su charla de todo a cien con una sarta de memeces embuchadas por su gaznate literario y aprendidas en la escuela de letras.
El Fracasado, sentado al fondo con su vasito de vinagre, ordenó sus notas de rechazo editorial y, apartando las torretas de papeles que lo ocultaban, asomó su boca cancerígena para defenderse de la llaga ulcerosa que las palabras de la Escritora Tropical acababan de producir en sus escamas literarias -podía haber argumentado teorías, podía haber mencionado las poéticas del cuento de Quiroga, Cortazar, Borges o Chéjov, podía haber recordado profundas y pesadas máximas de gran calado, pero se limitó a sentenciar:
-Es usted idiota.
Todos los presentes lo miraron, acribillándolo indignados para, en el silencio de un segundo, incómodo segundo, pensar en el interior de sus embotados cerebros un “¡tiene razón!”, y después ofrecieron a la Escritora Tropical una demi-glacé de aplausos mientras El Fracasado volvía a ocultarse tras el enorme rimero de su fracaso.
tal vez, secretamente, el demi-glacé de aplausos no era para la escritora tropical, sino para el fracasado.
ResponderEliminartal vez... pero era un fracasado: no merecía aplausos por eso...
EliminarSaludos!