Me alojé cómodamente en la pata trasera del puerco Cuto. Mi esencia, alma, o lo que fuera, se enquistó en ese lugar. Ahora, mis partículas pertenecían a un magnífico cerdo. Al auténtico líder de la piara, al semental, al jefe. Cuto, el ejemplar mayúsculo. Ahora mandaba yo, mordía a los demás animales, ejercía una despótica supremacía sobre el resto de los individuos. Un poco tarde, pero lo conseguía. Líder al fin.
A dentellada limpia me colocaba el primero en el abrevadero y en el establo. Siempre disfrutaba del mejor estiércol sobre el que revolcarme. Cubría a las hembras con exclusividad, cuando me daba la gana -lo que siempre faltó en mi vida humana-, con mi poderoso miembro y mis casi doscientos kilos de peso. Copulaba sobre el barro, me refocilaba en los desperdicios entre gruñidos y agudos chillidos de placer. Era Cuto, el rey de la piara.
Pero tanto placer y tanta gloria se terminaron el día de San Martín. Cuto estaba excesivamente cebado como para seguir de semental. La gordura justa para elaborar unas buenas salchichas y jamones. Había que dejar paso a otro gorrino llamado Celeste, que hasta ahora se conformaba con ser el segundo en todo. Copulaba después que yo, se comía lo que rechazaba por hartura, hasta se revolcaba en el escaso cieno que le dejaba.
Celeste reproducía -exactamente igual- mi vida humana. En vida yo fui un maldito Celeste. Sin embargo, los Cutos humanos nunca se dignaron a darme a mí una oportunidad. Y al Celeste animal si se la daban. Era ley de vida, de naturaleza. Con fuerza y rapidez me agarraron del pescuezo. Me amarraron el hocico con unos alambres. Saltaba la sangre al clavarse los hierros con saña en la carne. Ese dolor se me olvidó por completo al penetrar en mi yugular un cuchillo de hoja polar, al mismo tiempo hirviente como mi roja y pastosa hemoglobina porcina. Líquido vital que se desgranó sobre un cubo de acero inoxidable.
El tintineo suave de la sangre en gotas perladas y los alaridos de dolor de Cuto siguieron el compás de un cuchillo que abría y hendía la grieta de la herida. Cuto yacía sin vida: yo me reconcentré con furia en su pata izquierda. Era un esfuerzo denodado por sobrevivir. Pasé a proyecto de salado jamón. Se me envió a secar a la provincia de Salamanca. Sería un gran jamón, hasta con denominación de origen.
Me sentía importante por esto.
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