domingo, 30 de septiembre de 2018

Aquellas noches, tan especiales, que fueron las noches de nuestras vidas




*Esta columna se publicó en achtungmag.com:

http://www.achtungmag.com/aquellas-noches-tan-especiales-que-fueron-las-noches-de-nuestras-vidas/


La banda irlandesa U2 acaba de visitar Madrid, de hecho tocaron ayer por la noche y repetirán hoy viernes. Sin embargo, yo que he sido uno de los mayores fanáticos con los que esta banda ha contado entre sus seguidores españoles, no voy a acudir a ninguno de esos conciertos. Muchos pueden ser los motivos, y sin duda el primero es que puedo estar ya viejo y solo me compensa el esfuerzo de acudir a un evento de este tipo si sé que lo que se me ofrecerá a cambio merecerá la pena. No digo que el concierto de anoche, o el de hoy, sean malos, pero estos U2 ya no son mis U2.

Puedo explicarme mejor, por si algún incondicional de los de Bono y compañía está leyendo y ahora desea asesinarme. Estos U2 que vuelven a Madrid no tienen nada que ver con los U2 de mi época —lo sé, parezco el abuelo Cebolleta—, cuando en comandita con mi amigo Bruno Galindo y Moncho Tamamesescribí algunos artículos para el fanzine U2 Bandera Blanca que se cocía en un piso diminuto, pero diminuto, diminuto, en la madrileña calle de Carlos Maurrás, esquina con Doctor Fleming.

quellos U2, esos de la inolvidable noche en el Bernabéu, cuando tuve el cuajo y el valor de esperar una decena de horas a que abrieran las puertas del estadio para poder ubicarme en esa trituradora de carne que resultó ser el césped del abarrotado campo de fútbol (una especie de sexta o séptima fila, creo recordar), aquella banda, no se parece casi en nada a la de ahora.
Tampoco voy a entrar en muchos detalles porque son conocidos por todos. Además, acabo de recomendar como disco del mes Achtung Baby para el sitio Mi Nueva Edad, y allí explico muy claramente esos motivos. Os dejo un enlace por si os interesa:

En cualquier caso, puedo sentirme musicalmente afortunado, he escuchado en directo la canción de Baddos veces (una de ellas en el concierto del Bernabéu y otra más en el Vicente Calderón, con motivo de la gira Zoo TV). Además, un maravilloso acto de insensatez juvenil me llevó a colarme en la prueba de sonido del concierto del Bernabéu, junto a mi hermano, y desde las gradas, cuando la gente de seguridad se cansó de perseguirnos y nos dejó tranquilos un rato —en efecto, esos eran otros tiempos—, disfrutamos con los ojos como platos, el vello de punta y el corazón sobresaltado, de un A Sort Of Home Coming enterito (que es una de mis canciones favoritas del grupo) y que luego no hicieron durante el show.

De manera que hoy quiero compartir alguno de estos recuerdos con vosotros, no en plan contar batallitas, sino traer a la memoria situaciones que puede que hayamos compartido desde el anonimato de la masa enfervorecida y que al leerlos, ahora, cobren un nuevo brillo en ese desván oscurecido donde aguardan polvorientos
Han sido muchos, muchísimos conciertos a los que he tenido la fortuna de acudir en mi vida, algunos grupos o artistas he podido verlos varias veces (creo que en eso de repetir se llevan la palma los Ramones), y algunas de estas actuaciones, por un motivo u otro, ocupan un lugar especial.

Para empezar, dos momentos inolvidables
Los instantes que se quedan para siempre grabados al término de un concierto no son demasiados. De una actuación, a menudo conservamos una imagen global, puede que fogonazos de alguna canción, pero únicamente de aquellas interpretaciones verdaderamente grandes se nos alberga un rastro luminoso en la memoria, como suspendido para siempre, imperecedero.
Uno de estos momentos ocurrió durante el concierto que ofreció la banda Genesis en el Vicente Calderón. Fue un 13 de mayo de 1987. De nuevo, tras un montón de horas en cola, conseguí primera fila. Pero primera fila de verdad y justo en el centro. Delante nuestro sólo se encontraba la banda, tanto, que pude escuchar la pandereta de Phil Collins en directo, vía aérea, es decir, sin pasar por los micrófonos, la mesa de mezclas y los amplificadores.
Junto a Bruno Galindo, que estuvo conmigo en muchos de estos conciertos a los que me refiero, sujetamos a Peter Gabriel, uno de cada pierna, para abalanzarlo hacia atrás y sobre el público del Palacio de los Deportes de Madrid (fue antes del incendio), un 28 de septiembre de 1987.
Nosotros, buenos conocedores del ritual de cada uno de sus conciertos, sabíamos que durante la interpretación de la canción Lay Your Hands On Me, se tiraba sobre la gente. Nos miró, hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se colocó de espaldas al público. Lo asimos de las piernas y lo impulsamos hacia atrás, mientras el delirio recorría el recinto.

Ahora, un par de conciertos de los que me fui antes de terminar
Cuando uno ha presenciado tantos conciertos, es imposible que no se tope con alguno malo, incluso insoportable. Recuerdo dos especialmente terribles. El primero sucedió un 28 de mayo de 1988, en el oficialmente llamado Auditorio de la Casa de Campo, pero que todos conocíamos como el polvoriento y agobiante Rocódromo. Sting ofreció una sesión de plomizo repertorio, alargando las canciones hasta lo insoportable.
El problema, además, venía del maravilloso regusto que nos había dejado un 13 de diciembre de 1985 —es decir, que hacía relativamente poco de eso— con un descomunal concierto en el Palacio de los Deportes. El motivo de la descompensación de la balanza musical en dirección al aburrimiento radicó en que las canciones de la gira del primer disco en solitario, el magnífico The Dream Of The Blue Turtles, en nada se parecían al pastiche soporífero de Nothing Like The Sun.
Mientras Sting se eternizaba en una versión delirante de Don´t Stand So Close To Me, de su antigua banda, The Police, tomé el camino de casa envuelto en un monumental ataque de alergia primaveral.
Y en ese mismo Rocódromo, un 17 de mayo de 1987, sufrí la actuación de Tina Turner. Y fue una lástima porque, a priori, todo prometía para que fuera un gran concierto. Quizás los teloneros, creo que eran Hunter, ya dejaron al público algo tocado. Luego, la actuación de Tina Turner fue larguísima y sin brillo. Cuando sonaba el final de su versión del Proud Mary de la Creedence, decidí que ya tenía bastante ración de las mejores piernas del rock. O tal vez es que no baste solo con eso y con salir en Mad Max.


Vamos con algunos grupos que todavía no me creo que los haya visto

Ahora os ofrezco una lista con algunas de esas bandas que, por motivos extraños, o bien porque se prodigan poco, o tal vez porque desaparecieron muy temprano, o porque nunca han tenido a Españadentro de su particular atlas de giras, resultan casi imposibles de ver. No puedo empezar con otros: Weezer, casi por sorpresa, en la clandestinidad de una pequeña sala —creo que se llamaba KTDral— junto a la Fábrica de Moneda, al lado del Palacio de los Deportes de Madrid, cambiados de ubicación a última hora de forma traicionera (en principio iban a tocar en la sala Revolver).
En aquel concierto hizo un calor insoportable y tocaron dos veces Buddy Holly. Después, no he tenido ocasión de volverlos a ver. Para mi alegría, son la primera confirmación del cartel del BBK Bilbao de 2019. Haré todo lo posible por verlos allí.
En esta lista de grupos que pasado el tiempo vuelvo a preguntarme cómo pude tener la inmensa suerte de verlos, también aparecen INXSPrefab Sprout y The Housemartins —en el difunto Pabellón del Real Madrid—, Midnight Oil —en la gira de su celebrado disco Diesel And Dust y con la memorable Beds Are Burning sonando a todo trapo en la ya extinta discoteca Jácara—, Everything But The Girl —en dos increíbles ocasiones acústicas—, The Blow Monkeys —uno de los conciertos más extraños que he visto—, Living ColourDevo o Iggy Pop.



Voy con tres decepciones, porque esperaba mucho más
Decepcionantes, pero no para marcharme antes de que terminaran, fueron los conciertos de Prince y de Madonna, ambos en el Calderón. Ya sé que a Madonna no se le puede pedir mucho —además me invitaron—, pero los niveles de desfachatez que alcanzó la Ambición Rubia en esa noche del 27 de julio de 1990 fueron tremendos.
Todo el sonido parecía ir pregrabado, muchas veces, incluso su propia voz desacompasada con trozos de playback bochornoso. Y el recital se limitó a un concurso de modelitos disparatados, alusiones sexuales más que explícitas y a un sonido deslavazado indigno de una estrella de su nombre. Pero todo eso no pareció importarle mucho a los 50 mil espectadores que asistieron al timo sumidos en éxtasis.
Unos pocos días antes, el 22 de julio —y también gracias a una invitación— pude ver en ese mismo lugar el esperadísimo concierto de Prince. El show pertenecía al Nude Tour: un tostón de grandes proporciones interpretado con desgana de principio a fin, con muchas secciones pregrabadas y con unPrince indolente y aburrido de sí mismo.
He colocado en las decepciones a Van Morrison. Lo he visto en bastantes ocasiones y siempre ha ofrecido conciertos excelsos (recuerdo una interpretación de Vanlose Stairway en el Palacio de los Deportes que ya nunca nadie me podrá arrebatar). Tengo veneración por él. Pero no me ciega la admiración. El problema de Van Morrison es lo cicatero, lo avaro y lo agrio que puede llegar a ser.
Nadie le pide que sea Mr. Simpatía, pero ese reloj que marca la cuenta atrás hasta que se consume una hora y media exacta de concierto es el mayor insulto que yo haya visto de un cantante hacia sus seguidores, a su público.
Cumplido el tiempo, ¡zas!, adiós muy buenas y sin atender a razones: una ofensa difícilmente digerible por quienes han pagado más de 200 euros por verlo, porque esa es otra, los elevados precios de sus conciertos.
Van me decepciona una y otra vez por todo lo anteriormente comentado y porque, además, maltrata a sus seguidores variando ritmos y tiempos de sus grandes temas. Dan ganas de correrlo a gorrazos por la infamia que ha cometido en directo con Have I Told You Lately, en una versión de Big Band que se permite denominar Las Vegas.
Antes, pensaba que Van Morrison devolvía el astronómico precio de las entradas con sus prodigiosas interpretaciones. Ahora, comienzo a dudarlo.


Y por último, consigno aquí la decepción que experimenté con Leonard Cohen un 9 de mayo de 1988. Primero, me destrozó (como a muchos de los presentes) el interminable monologo pestífero y enfermizo de Luis Eduardo Aute que actuaba como telonero, en un concierto que no tuvo nada de secundario y que duró tanto, o más, que el de Cohen. Me sentí muy desgraciado en esos momentos. Aguantar a un tipo como Aute no es sencillo. Repele.
Después, y no fue culpa de Cohen sino de la terrible acústica del Palacio de los Deportes (por entonces sin reacondicionar), el sonido horrendo y devastador culminó con todo el público dando palmas con la última canción, un Passing Through verbenero muy alejado de la canción triste e introspectiva que realmente es, y que comienza con estremecedores versos:
I saw jesus on the cross on a hill called calvary
“do you hate mankind for what they done to you? “
He said, “talk of love not hate, things to do – it’s getting late.
I’ve so little time and I’m only passing through
Pues hala, todos allí dando palmas como si estuviéramos en catequesis.

Mejor os hablo de cuatro obras maestras
De obras maestras se pueden calificar estos conciertos. Por uno u otro motivo, situaciones sublimes en donde se alcanzó la perfección: el regalo de Pink Floyd en el Vicente Calderón; cualquier actuación de la banda King Crimson (a quienes, afortunadamente, he visto varias veces), pero creo que me quedo con la última de noviembre de 2016; el inolvidable festival que nos ofreció Paul Simon en Barcelona con motivo del Graceland Tour en 1989; y la visita de ABWH, es decir, los miembros de Yes que no podían llamarse Yes porque faltaba Chris Squire, propietario del nombre del grupo. Anderson, BrufordWakeman Howe, junto a Tony Levin, me regalaron en el Palacio de los Deportes del Real Madrid la única ocasión que he tenido de poder escuchar en directo el tema Close To The Edge y sentir que ya me podía morir tranquilo.

Por fin, las tres noches de mi vida
Por último, los conciertos que he marcado como las auténticas “noches de mi vida”. El ya mencionado de U2 en el Bernabéu con Bono, mientras interpretaban The Electric Co., trepando por el entramado del escenario hasta alcanzar una altura considerable. Aquello fue más que un concierto. Antes, habían actuado Big Audio Dynamite (la banda de Mick Jones, ex de los Clash), UB40 y The Pretenders. ¿Pudo ser el mejor concierto de mi vida? Es posible…
El de Genesis, claro, con un Phil Collins todavía pletórico y un repertorio de canciones más que notable. Un conjunto de leyendas en el escenario: junto a CollinsRutherford y BanksDaryl Stuermer a la guitarra y Chester Thompson a la batería. Inconmensurable aquél solo de batería junto a Phil Collins.
Por último, un tímido concierto de The Alarm acaecido un 24 de junio de 1991 en la sala RevolverThe Alarm siempre ha sido uno de mis grupos favoritos, tanto como son escasamente conocidos. Que vinieran a tocar a España era impensable, pero lo hicieron con motivo de su disco Raw, por otro lado excelente.

El concierto fue una recopilación de todos los éxitos del grupo, una descarga de rock furibundo ante unos pocos espectadores, tan escasos que mi hermano y yo, ubicados justo al lado de los músicos, podíamos tocar las guitarras, ¡incluso las cuerdas!, cuando Dave Sharp o Mike Peters se acercaban un poco. Aquella fue, en efecto, una noche inolvidable de la que disfrutamos tan solo unos elegidos.

Estas fueron aquellas noches de mi vida que, estoy seguro, han sido también las noches de muchos de vosotros. Solo nos queda desear que algún concierto que nos quede por ver se añada a esta lista de eventos inolvidables para que, después, podamos recordarlo con una sonrisilla de felicidad y el mordisco de la nostalgia en el pecho.

viernes, 28 de septiembre de 2018

En la cumbre del rock moderno



*Esta reseña apareció en Mi Nueva Edad:

https://www.minuevaedad.com/actualidad/2018/9/17/el-disco-del-mes-achtung-baby-de-u2/


Intérprete: U2
Título: Achtung Baby
Discográfica: Island/Universal/Polygram
Género: Rock
Duración: 55min; 27seg.
Número de canciones: 12
Fecha de publicación: 19 de noviembre de1991

En la cumbre del rock moderno
El jueves y el viernes de la semana que viene la banda irlandesa U2ofrecerá dos conciertos en Madrid, con motivo de la gira de promoción de su último disco, Songs Of Experience. He sido uno de los mayores fanáticos de esta banda en España, por eso, no acudiré a verlos en esta ocasión. La verdad es que hace mucho tiempo que me aparté de U2. El grupo que en unos días actuará en Madrid ni tan siquiera es una sombra del grupo que firmó discos como BoyWarThe Unforgettable Fire o The Joshua Tree.
Tuve la suerte de ver a U2 en el legendario concierto del Santiago Bernabéu de 1987, y tiempo después en el Vicente Caderón en 1993, con motivo de la gira Zoo TV. Hasta ese instante, eran uno de los grupos de rock más grandes de la historia, en la cima de la creatividad, pero después vino el derrumbe: Con el disco Zooropa (1993) ya heridos de muerte, todavía mantuvieron latigazos de genialidad, pero en la siguiente entrega, Pop (1997), se certificó la defunción. Desde entonces, nos han entregado una retahíla de discos insulsos —cuando no, simplemente, malos— con alguna que otra canción salvable gracias a ese latido creativo que siempre albergan en su interior los músicos superlativos.
La distancia de tiempo entre la publicación de Zooropa y Pop señala que la banda había entrado en una vía muerta: casi cuatro años en blanco. El motivo estaba claro. Los cuatro primero discos del grupo fueron cuajando un sonido propio extraordinario que explotó en la consagración de The Joshua Tree (1987). Entonces, la banda se lo tomó muy en serio, y en 1991 dieron un giro completo, un vuelco a su identidad, firmando la obra maestra de su carrera: Achtung Baby (1991).
U2, desde Achtung Baby, ha sido un grupo que ha intentado reinventarse de nuevo en varias ocasiones, pero sin conseguirlo, de ahí que al fracasar en esas tentativas haya ido declinando hasta acomodarse. El propio cantante, Bono, en una entrevista de no hace mucho, declaró que después de Achtung Baby no habían grabado ningún disco que mereciera la pena. Achtung Baby fue su techo, pero realmente fue mucho más que eso.
Por entonces, cuando se lanzó el álbum, yo andaba de Interrail por Europa, y me sorprendió en Berlín la explosión mediática del disco. Grandes vallas publicitarias situadas al lado de la estación de Zooanunciaban el nacimiento de la obra maestra (no en vano, la primera canción del disco es Zoo Station).
Y es que desde esa primera canción, ya encontramos a los nuevos U2, esos que han sabido virar su antiguo sonido convirtiéndolo en una cascada innovadora. Tal vez por eso, uno de los atributos más reconocibles de la banda, la voz de Bono, arranca en Zoo Station completamente distorsionada y sintetizada. El disco presenta un trabajo de baterías eléctricas, de teclados industriales y de guitarras innovadoras, que además se completa con algunas de las mejores canciones que hayan compuesto en toda su carrera.
El disco es oscuro y sensible, crudo y delicado, con la marcada influencia berlinesa dado que gran parte se grabó en los estudios Hansa. La ciudad de Berlín ha sido foco de inspiración para la creación de algunos de los mejores discos del rock, como por ejemplo los de la llamada Trilogía de Berlín de David Bowie.
Después del arranque, históricas para la música rock son las líneas de batería y bajo de Zoo Station, la furibunda Even Better Than The Real Thing deja paso a la archiconocida balada One, que funciona como una pequeña tregua ante lo que va a desencadenarse a continuación: primero, Until The End Of The World, y después la épica Who´s Gonna Ride Your Wild Horses.
Un nuevo intervalo doloroso y oscuro con el tema So Cruel nos abre la puerta de par en par para permitir la entrada de una de las canciones más salvajes que la banda haya grabado nunca, The Fly, donde la guitarra de The Edge alcanza un nirvana que jamás ha vuelto a conocer, y que hasta la fecha sólo se recordaba de la sempiterna Where The Streets Have No Name del álbum The Joshua Tree.
The Fly define el disco, las intenciones y el espíritu de U2 con Achtung Baby, un nuevo sonido para una nueva banda remozada, modernizada, con un registro menos arrogante y más intimista, pero plagado de innovaciones tecnológicas. El resto de las canciones que completan el trabajo se deslizan por esa idea, un binomio compuesto por introspección y furia electrónica, para crear el mejor tema en la historia del grupo —y eso es mucho decir cuando hablamos de una banda que ha compuesto piezas como A Sort Of Homecoming o Bad—: Ultraviolet (Light My Way).
En Ultraviolet nos encontramos el zumo, la nuez, el extracto, el destilado de Achtung Baby. Es una canción demoledora, que te destroza, que te emociona, que demuestra hasta dónde fueron capaces de elevar el nivel compositivo. Achtung Baby termina con dos canciones aterciopeladas, pero que pueden dar calambre, la inquietante Acrobat y la intimista Love Is Blindness, colofón, guinda triste y sensible a un disco desencadenado.
Con Achtung Baby el grupo había tocado cumbre. Nunca las cosas serían igual. Retorcieron el sonido que los encumbró en The Joshua Tree para protagonizar un disco adelantado a su época.
Quizás, por eso, después se abrieron los abismos sobre ellos, pero no sin antes habernos hecho inmensamente felices con una de las mayores obras que haya visto la historia del rock moderno.

martes, 25 de septiembre de 2018

¿En qué momento se jodió la poesía? Cruzada contra la lírica digital



*Esta columna apareció en achtungmag.com:

http://www.achtungmag.com/en-que-momento-se-jodio-la-poesia-cruzada-contra-la-lirica-digital/

La defunción de las Humanidades está certificada y lista. Al paulatino deterioro que se ha venido sometiendo a las carreras de letras, a las filologías, creando la idea de que son unos meros entretenimientos para inútiles, debemos añadir ahora el daño directo que sobre la idea de la Universidad están provocando los últimos escándalos en España. Esto se solapa al paupérrimo estado, desolador, del panorama editorial, empeñado en hacernos pasar por literatura textos de escasísimo calado y que han sido publicados en virtud del número de seguidores que sus autores poseen en las redes sociales.

En efecto, a tres ripios, cuatro obviedades, dos lugares comunes y un par de majaderías, los editores no dudan en catalogarlo de poesía o, quizás peor, de prosa poética. El problema de estos textos no es el de que sean malos (que lo son, pésimos) sino el envoltorio mentiroso y torticero en el que nos vienen servidos.
Si leemos un libro creyendo que estamos ante poesía y nos lo encontramos repleto de memeces, el daño que se está haciendo es enorme. En primer lugar, porque se están ciscando, incluso zurruscando —si se me permiten términos tan escatológicos como ilustrativos— en toda la tradición poética anterior. Después, porque los lectores no querrán volver a aproximarse a la poesía, creyendo que la poesía es eso: paletadas cargadas de bazofia que han digerido con decepción.
He hablado de tradición. Y si alguien no se ha dado cuenta, estoy arremetiendo contra la poesía (¿puedo llamar poesía a esos textillos?) de InstagramersYouTubers y famosillos del tres al cuarto, también llamados Influencers. Las grandes editoriales se ponen en contacto con ellos y les proponen un libro de poesía, o de prosa poética, algo que parece de moda.
Para el movimiento de Acción Poética de Tucumán la poesía es liberación. Para nosotros, en España, es aberración.


De esta bochornosa manera, igual que anuncian vaqueros, cremas de belleza o yogures, los Influencerspublican sus libros y se convierten en asesinos de las letras. Escriben cuatro tonterías indignas incluso de una composición de un estudiante de la ESO y se quedan tan tranquilos. Luego, sus miles de seguidores se compran el libro y lo adoran públicamente. Y nos lo hacen pasar por poesía y a ellos por poetas. ¿Pero es que no han leído a Machado, a Juan Ramón Jimenez, a Lorca, a cualquiera de las centenas de poetas admirables que tenemos en España? Pues no, parece que no.
No, claro, porque de haberlo hecho se quedarían petrificados ante esos textos vacíos, absurdos, planos, ante poemas entontecidos y disfrazados de juegos de palabras, páginas que glosan lo obvio, dado que esta gente sin lecturas metida a criminales de la lírica ignoran que lo que dicen ellos ya fue dicho mucho antes (y de una forma infinitamente mejor).
Han venido a cagarse en la poesía. Es así. Y puede dolernos todo lo que queramos, pero estamos indefensos. Hartos, sí, también, pero indefensos. Ya se los empieza a tratar como una generación literaria que, incluso, aparece en las portadas de las revistas. Y lo peor: que sus libros se colocan, comparten hueco en los anaqueles de las librerías, con Baudelaire o Sylvia Plath.
Dentro de poco, los nombres de estos terroristas de lo lírico aparecerán en los libros de texto. Estaremos, entonces, definitivamente perdidos. La poesía, así, se va desdibujando, perdiendo su identidad, convertida en un pastiche en manos de juntaletras patosos y directivos de marketing que se masturban con sus diagramas de barras.
Puede que mucha gente piense que todo esto da igual. Que a quién puede importarle todo eso de la poesía cuando acaba de comenzar GH VIP y dentro de poco juegan el Madrid y el Atlético, o el Madridy el Barça. Que es una tontería ante las cosas principales e importantes de la vida: el posado de portada enseñando su casa de la pareja famosilla de momento o la última gracieta viral de YouTube. ¡Hay que dejarse de amarguras, hombre, y atender a las cosas importantes de la vida! ¿A qué viene tanta poesía, tanta complicación?
 ¿Qué más dará que los Influencers publiquen poemarios? Que hagan lo que quieran, son tan simpáticos y admirables, es cierto, a todos nos gustaría ser como ellos… Qué error, un gran error, pero es el síntoma de los tiempos. Porque la poesía, si ha sido algo, es aglutinadora, y vivimos momentos de gran tribulación y disgregación.
La poesía siempre ha sido, entre muchas otras cosas, conformadora de un espíritu nacional, capaz de identificarse con una comunidad para, con sus versos, elevarlos hasta abrazar caminos e idearios de libertad. Todo país que se precie posee un poeta nacional. Goethe es el de los alemanes, Shakespeare el de los ingleses. Adam Mickiewicz inflamó de patriotismo a sus contemporáneos polacos con el Pan Tadeusz. Qué decir de Rubén Darío para los nicaragüenses, o José Martí para los cubanos, o Julia de Burgos para los portorriqueños.
Walt Whitman en Estados Unidos, y países afortunados que a falta de un poeta nacional van y poseen dos, como le sucede a Portugal con Luis de Camões y Pessoa o a Italia con Dante y Petrarca. Pero, ¿y en España? ¿Qué ocurre en España? Pues que esta España cainita y unamuniana nunca ha poseído un poeta nacional. Candidatos hay de sobra: desde Cervantes a Juan Ramón Jiménez, pasando por Lorca o Garcilaso. En mi opinión, tal vez se aproxime más a esta figura de poeta nacional, Antonio Machado.
                                         
                                           Si Don Antonio levantase la cabeza le dolería algo más que España…
Pero no, España es un país, definitivamente, sin poeta nacional. Y al paso que vamos, lo será sin poesía. Es una lástima, pero de nosotros depende que la poesía recupere su pulso. A tal efecto propongo algunas ideas ante el estado de indefensión en el que nos encontramos:
1-Réplica clásica:
Cada vez que los Influencers de Instagram o Facebook, o en cualquier otra red social publiquen sus textos vergonzosos, repliquemos con la publicación de una poesía de un poeta clásico, el que queramos, y etiquetemos al Influencer de turno. Así equilibraremos la red, por cada insulto literario florecerán unos versos de verdad. A lo mejor el Influencer se da por aludido, ve nuestra publicación, o compara con sus letrillas y entra en razón (¿o tal vez les estoy concediendo demasiado espíritu crítico?).
2-Defensa libresca:
En cada ocasión que veamos en una librería un libro de Influencers colocado bajo el epígrafe de poesía contemporánea, junto a escritores de verdad, deberemos tomar el volumen amorosamente entre nuestras manos y llevárselo al empleado o encargado de la tienda. Se lo extenderemos como quién ofrenda una reliquia o un tesoro y, cuando piense que lo vamos a comprar, le haremos comprender amablemente que estaba mal colocado, que el lugar que le corresponde es donde la autoayuda mística, junto a grandes popes como Coelho y Bucay, por ejemplo.
Cuando esto haya ocurrido muchas veces, el encargado, harto, y que también tiene su corazoncito literario, actuará en consecuencia. Seguro. Siempre podemos, en su defecto, extraviarlo disimuladamente entre las publicaciones del estante de jardinería, bricolaje, estadística; dejarlo languidecer en el interior de la peor clasificación de materia que encontremos. He sido bibliotecario y lo sé: un libro mal colocado es un libro perdido para siempre.
3-Mudanza bibliotecaria:
¿Y si nos encontramos los libros de estos proxenetas de lo poético en las bibliotecas, o peor aún, en nuestra biblioteca del barrio, al lado de casa? No desesperemos. Además de cambiarlo de lugar y llevarlo al sitio menos visitado de la biblioteca, el aparador de teatro es uno de os mejores lugares, lo dejaremos caer suavemente detrás de los Sainetes de Don Ramón de la Cruz o de las Farsas de Lucas Fernandez(unas maravillas pastoriles que nunca le interesan a nadie). Con suerte, el libro pasará meses criando polvo allí detrás, rendido a los pies de estos autores teatrales.
Está claro. Los asesinos de poetas que pretenden imponernos las editoriales nada saben de Claudio Rodriguez, ni de Miguel HernándezCernudaPachecoStorniAgustiniSextonPizarnik… Y no digo ya de JuarrózZuritaHölderlin, Leopardi o Tranströmer. Ellos entienden de likesunfollowsreposteosstoriesfollowers y haters; por mucho que se empeñen, estas no son las herramientas apropiadas para escribir, no ya un poema decente, sino una oración simple con el sujeto, el verbo y el predicado colocados en su sitio.
Si no actuamos ya, si no hacemos nada por detener esta gangrena que corroe nuestra riquísima tradición poética, muy pronto, cuando nuestros hijos traigan a casa como deberes analizar una infamia de alguno de esos Influencers fijados ya en un libro de texto, entonces, nos haremos la pregunta vargallosiana: ¿En qué momento se ha jodido la poesía?
Ahora, en este momento.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Algunos libros buenos (pero muy extraños): literatura ergódica y OuLiPo



*Esta columna se publicó en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/algunos-libros-buenos-pero-muy-extranos-literatura-ergodica-y-oulipo/

Tengo un grupo de Whatssap con los alumnos que conforman el Taller de Literatura Comparada que imparto en Torrelodones. Ayer, me hablaron acerca de un escritor francés, Mathias Enard —premio Goncourt 2015 por su novela Brújula (Random House)—, que aparecía en una entrevista del último número de Jot Down Magazine. Lo que más llamaba la atención era que otra de sus novelas, Zona(primero publicada en Bellacqua y después, también, en Random House), se compone de una sola frase escrita en primera persona y que abarca cerca de 500 páginas sin puntos y aparte, a excepción de tres capítulos tan extraños como el resto de la narración. Esta construcción, tremendamente compleja para el lector, y no menos infernal para el autor, me ha llevado a recordar otro tipo de novelas de este estilo, desde la llamada literatura ergódica, pasando por los ejercicios del OuLiPo. De todo ello os hablo hoy en este Odradek de Achtung!

Muchos tendréis en la cabeza el Ulises de Joyce, pero ese tipo de literatura experimental que se ha terminado afianzando como un clásico innovador en los discursos, los puntos de vista o en las soluciones narrativas, no es exactamente a lo que me refiero en esta columna cuando hablo de literatura extraña.
Porque, la verdad, se tratan más de ejercicios literarios que de novelas en sí, aunque en algunos casos estos ejercicios hayan creado obras maestras. En primer lugar, quiero traeros un término, ergódico, que puede resultar desconocido. Concretamente, como literatura ergódica se conoce a un tipo de literatura peculiar que exige un esfuerzo importante del lector, que debe trabajarse el texto con ahínco.


El término, aplicado a la literatura de links, o a lo que podemos denominar cibertexto, presenta una novela con vínculos que el lector debe seguir o elegir para completarla; exactamente es eso lo que significa ergódico: mezcla de términos tomados del griego y que significan trabajo y camino. Aunque suena extraño, hay bastantes ejemplos de este tipo de literatura.
La ergódica ha obtenido muy buena acogida en el campo de la lírica. Así, ya pueden considerarse los maravillosos Caligramas de Apollinaire como una forma de ello, y los Cien billones de poemas de Raymond Quenau, uno de los fundadores de la escuela del OuLiPo, a la que me referiré más adelante. Quenau propone, de una forma combinada, 10 sonetos cuyos versos son intercambiables, pudiendo elegir el lector la composición del soneto que desee. El resultado son 100.000 millones de posibles poemas para un libro imposible de leer: el resultado de poemas es de 10 elevado a 14, lo que significa que se necesitarían millones de años para completarlo.
Algunos de los fascinantes Caligramas de Apollinaire:

Hay dos títulos imprescindibles en la novela ergódica para comprender su naturaleza y funcionamiento. Diccionario jázaro (Anagrama) del serbio Milorad Pavić, y La casa de hojas (Pálido fuego/Alpha Decay) del norteamericano Mark Z. Danielewski.
Portada y contraportada de la ediciñon de Diccionario jázaro de Anagrama:

En Diccionario jázaro, que fue la primera novela publicada por su autor, la historia se supedita al concepto de narrativa hipertextual. El texto de lo que podemos denominar como novela-léxico se presenta en forma de diccionario, con sus entradas alfabéticas divididas en tres partes: una cristiana, otra musulmana y otra judía. Además, existe una versión masculina y otra femenina, en donde la diferencia es levísima, una breve frase escrita en cursiva y ubicada casi al final.
Este hombre es Milorad Pavić y ya sabe: a quienes fumamos en pipa nos gusta complicarnos la vida.
La llamada novela-léxico nos permite dinamitar los conceptos fijados de principio: el nudo, el planteamiento y el desenlace de la novela tradicional. Algo parecido a lo que hizo Cortazar con Rayuela, pero de una forma mucho más radical. Y lo radical también alcanza a la composición y presentación de los materiales narrativos, en diversos colores y con multitud de dibujos, o como en el caso de La casa de hojas, con una maquetación delirante.

La novela de Pavić presenta tres colores, uno por cada libro: el rojo para el texto cristiano, el verde para el islámico y el amarillo para el judío. A este ejercicio cromático, empleado únicamente en las palabras que encabezan cada término alfabético y no en todo el cuerpo del texto, hay que añadir algunos dibujos misteriosos. En una de las solapas del volumen se incluyen unas interesantes Instrucciones de uso, que también aparecen en el primer capítulo de Observaciones preliminares.
Por su parte, La casa de hojas, curiosamente la primera novela de Danielewski, como en el caso de Pavić, pone su acento en una maquetación endemoniada, con cambios de tipografía, dirección, páginas al revés, con notas a pie que a su vez remiten a otras notas a pie. El autor ha buscado transmitir la angustia de lo que está describiendo en el texto mediante un planteamiento tipográfico agorafóbico.
Algunos ejemplos de la maquetación delirante de La casa de hojas:


Es un texto fundamental para comprender lo que es la novela ergódica, y a qué me refiero cuando hablo de novelas extrañas o raras, que van mucho más allá de textos-río como las obras de Franzen o Foster Wallace, o de la experimentación al estilo de Pynchon. Estos autores nos proponen tramas complejas, densas y que ocupan cientos de páginas, por eso le exigen mucho al lector, pero la ergódica, además de pedirle un esfuerzo titánico de atención —como en el caso de estos autores anteriores que se especializan en novelas de larguísimo recorrido—, no permite una lectura pasiva. El lector debe actuar mientras lee. He incluso cuando ya ha terminado.

Pavić anima al lector, al final del libro, a que acuda el primer miércoles del mes, a mediodía, a sentarse frente a la pastelería de la plaza mayor de su ciudad. Allí aparecerá otro lector con el mismo libro debajo del brazo y ambos podrán charlar de ello. La lectura estará completada así. O tal vez, entonces, comience.
Por su parte, dentro de textos extraños, o escritos de forma compleja más allá de las típicas formas de experimentación, tenemos la escuela del OuLiPo, o Taller de Literatura Potencial, creado por un matemático y por el escritor Raymond Quenau, de quien ya he hablado antes. Matemáticas, en efecto, porque todo esto de la literatura extrañaergódica, o como quiera llamársela, tiene un poderoso componente matemático combinatorio, por tanto físico, y desde ahí es fácil deducirlo: fractálico y cuántico.
Los integrantes del OuLiPo se basaron en la idea fundamental de que el escritor no recibía ninguna visita de la musa del talento y de la inspiración. Simplemente, es necesario llevar a cabo un pequeño ejercicio, un desafío, para poder escribir. Incentivar así la creación. Porque el escritor talentoso no precisa de momentos de inspiración ni de epifanías. De esa forma, y de la naturaleza de esos desafíos, nace lo que denominan constricción o escritura limitada. También se pueden calificar como cancelaciones.
La escritura limitada es el producto de aplicar una ley excluyente al texto que se pretende escribir. Por ejemplo, un número de textos que a su vez sean principios de novela, pero sin los finales, centrándonos tan sólo en los arranques, y que todos ellos juntos conformen, a su vez, una novela. En este caso se ha producido la cancelación de 10 libros que han comenzado y se han interrumpido, para formar la prodigiosa novela de Ítalo Calvino titulada Si una noche de invierno un viajero (Siruela).
La espantosa portada elegida por Siruela para la novela de Calvino.

Otra constricción consiste en escribir sin determinada letra del abecedario. La novela El secuestro (Anagrama) de George Perec, está redactada sin la letra E; para la compleja traducción al español —que resultó premiada— se optó por suprimir todas aquellas palabras que contuvieran la A. Este tipo de construcciones con ausencias de letras se denominan lipogramas. Siguiendo la hipertextualidadPerecfirmó La vida instrucciones de uso (Anagrama), con una estructura de rompecabezas y de tablero de ajedrez.

Raymond Quenau, por su parte, aplicó la constricción para narrar en sus Ejercicios de estilo(Cátedra) el mismo acontecimiento trivial desde 99 puntos de vista diferentes. Cada variación obedece al enunciado que la titula: escrita como Informe policial, como un sueñode forma amanerada…, etcétera.
No quiero dejarme en el tintero dos novelas extrañas que coinciden con algunos puntos estéticos de la novela que inició este artículo, la obra Zona de Mathias Enard. Una es Las puertas del Paraíso (Pre-Textos) del polaco Jerzy Andrzejewski, con la traducción de Sergio Pitol. Una maraña de monólogos encadenados unos con otros para formar dos solas frases. Una de más de 40 mil palabras, y otra muy breve, la frase final de cinco palabras. Insertadas en la frase principal larga se narran las percepciones y acontecimientos de un grupo de jóvenes que integran la desdichada Cruzada de los niños, descubriendo que bajo la excusa de la fe, y su contraposición en las dudas sobre el planteamiento de la idea de Dios, subyace la pasión amorosa como un motor primordial.
El segundo libro al que me refiero es a mi novela Noche y niebla, que escribí en capítulos sin puntos y aparte y con los diálogos integrados en el texto, uniendo el final de cada bloque con el principio del siguiente, utilizando un recurso que se denomina anadiplosis o conduplicación, y que es una técnica corriente en la poesía, pero no tanto en la narrativa.
De esa forma, pretendí crear una sensación de que los textos colgaban unos de otros, como sujetos de los ganchos de un matadero, buscando la angustia del lector que, no en vano, está leyendo la historia de un asesino a sueldo. No sé si logré tal efecto, al menos en parte. Eso deben enjuiciarlo los lectores.
Estas han sido algunas de esas novelas extrañas, textos que buscan implicar al lector activamente, mucho más allá de la mera lectura, incuso enviándolo a la pastelería de la plaza mayor, y que necesitan, precisamente, de ese tipo de lectores para conseguir su pleno sentido.
Son libros que no solo se leen, sino que se investigan, se diseccionan, se trabajan, narraciones que nos hacen sudar y esforzarnos, pero que a cambio nos regalan un inmenso tesoro. Porque al placer de la lectura se le añade la delicia de estar experimentado aquello que tan solo ha sido pensado para que sea desentrañado por unos pocos, o eso nos creemos cuando hacemos cábalas para entender tal o cual pasaje. Ya se sabe, los lectores somos elitistas en algunos aspectos. Y creernos únicos es lo que más nos gusta.
En eso radica la clave de un gran libro: en que los lectores, al abismarnos en el interior de las páginas, nos sintamos tan especiales como para creernos que toda aquella parafernalia infernal ha sido puesta en pie exclusivamente para torturarnos y rompernos la cabeza. Y estos libros de los que he hablado lo consiguen. Una vez leídos, son más nuestros que muchos otros que conforman nuestra biblioteca.