*Esta columna se publicó en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/aquellas-noches-tan-especiales-que-fueron-las-noches-de-nuestras-vidas/
La banda irlandesa U2 acaba de visitar Madrid, de hecho tocaron ayer por la noche y repetirán hoy viernes. Sin embargo, yo que he sido uno de los mayores fanáticos con los que esta banda ha contado entre sus seguidores españoles, no voy a acudir a ninguno de esos conciertos. Muchos pueden ser los motivos, y sin duda el primero es que puedo estar ya viejo y solo me compensa el esfuerzo de acudir a un evento de este tipo si sé que lo que se me ofrecerá a cambio merecerá la pena. No digo que el concierto de anoche, o el de hoy, sean malos, pero estos U2 ya no son mis U2.
Puedo explicarme mejor, por si algún incondicional de los de Bono y compañía está leyendo y ahora desea asesinarme. Estos U2 que vuelven a Madrid no tienen nada que ver con los U2 de mi época —lo sé, parezco el abuelo Cebolleta—, cuando en comandita con mi amigo Bruno Galindo y Moncho Tamamesescribí algunos artículos para el fanzine U2 Bandera Blanca que se cocía en un piso diminuto, pero diminuto, diminuto, en la madrileña calle de Carlos Maurrás, esquina con Doctor Fleming.
quellos U2, esos de la inolvidable noche en el Bernabéu, cuando tuve el cuajo y el valor de esperar una decena de horas a que abrieran las puertas del estadio para poder ubicarme en esa trituradora de carne que resultó ser el césped del abarrotado campo de fútbol (una especie de sexta o séptima fila, creo recordar), aquella banda, no se parece casi en nada a la de ahora.
Tampoco voy a entrar en muchos detalles porque son conocidos por todos. Además, acabo de recomendar como disco del mes Achtung Baby para el sitio Mi Nueva Edad, y allí explico muy claramente esos motivos. Os dejo un enlace por si os interesa:
En cualquier caso, puedo sentirme musicalmente afortunado, he escuchado en directo la canción de Baddos veces (una de ellas en el concierto del Bernabéu y otra más en el Vicente Calderón, con motivo de la gira Zoo TV). Además, un maravilloso acto de insensatez juvenil me llevó a colarme en la prueba de sonido del concierto del Bernabéu, junto a mi hermano, y desde las gradas, cuando la gente de seguridad se cansó de perseguirnos y nos dejó tranquilos un rato —en efecto, esos eran otros tiempos—, disfrutamos con los ojos como platos, el vello de punta y el corazón sobresaltado, de un A Sort Of Home Coming enterito (que es una de mis canciones favoritas del grupo) y que luego no hicieron durante el show.
De manera que hoy quiero compartir alguno de estos recuerdos con vosotros, no en plan contar batallitas, sino traer a la memoria situaciones que puede que hayamos compartido desde el anonimato de la masa enfervorecida y que al leerlos, ahora, cobren un nuevo brillo en ese desván oscurecido donde aguardan polvorientos
Han sido muchos, muchísimos conciertos a los que he tenido la fortuna de acudir en mi vida, algunos grupos o artistas he podido verlos varias veces (creo que en eso de repetir se llevan la palma los Ramones), y algunas de estas actuaciones, por un motivo u otro, ocupan un lugar especial.
Para empezar, dos momentos inolvidables
Los instantes que se quedan para siempre grabados al término de un concierto no son demasiados. De una actuación, a menudo conservamos una imagen global, puede que fogonazos de alguna canción, pero únicamente de aquellas interpretaciones verdaderamente grandes se nos alberga un rastro luminoso en la memoria, como suspendido para siempre, imperecedero.
Uno de estos momentos ocurrió durante el concierto que ofreció la banda Genesis en el Vicente Calderón. Fue un 13 de mayo de 1987. De nuevo, tras un montón de horas en cola, conseguí primera fila. Pero primera fila de verdad y justo en el centro. Delante nuestro sólo se encontraba la banda, tanto, que pude escuchar la pandereta de Phil Collins en directo, vía aérea, es decir, sin pasar por los micrófonos, la mesa de mezclas y los amplificadores.
Junto a Bruno Galindo, que estuvo conmigo en muchos de estos conciertos a los que me refiero, sujetamos a Peter Gabriel, uno de cada pierna, para abalanzarlo hacia atrás y sobre el público del Palacio de los Deportes de Madrid (fue antes del incendio), un 28 de septiembre de 1987.
Nosotros, buenos conocedores del ritual de cada uno de sus conciertos, sabíamos que durante la interpretación de la canción Lay Your Hands On Me, se tiraba sobre la gente. Nos miró, hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se colocó de espaldas al público. Lo asimos de las piernas y lo impulsamos hacia atrás, mientras el delirio recorría el recinto.
Ahora, un par de conciertos de los que me fui antes de terminar
Cuando uno ha presenciado tantos conciertos, es imposible que no se tope con alguno malo, incluso insoportable. Recuerdo dos especialmente terribles. El primero sucedió un 28 de mayo de 1988, en el oficialmente llamado Auditorio de la Casa de Campo, pero que todos conocíamos como el polvoriento y agobiante Rocódromo. Sting ofreció una sesión de plomizo repertorio, alargando las canciones hasta lo insoportable.
El problema, además, venía del maravilloso regusto que nos había dejado un 13 de diciembre de 1985 —es decir, que hacía relativamente poco de eso— con un descomunal concierto en el Palacio de los Deportes. El motivo de la descompensación de la balanza musical en dirección al aburrimiento radicó en que las canciones de la gira del primer disco en solitario, el magnífico The Dream Of The Blue Turtles, en nada se parecían al pastiche soporífero de Nothing Like The Sun.
Mientras Sting se eternizaba en una versión delirante de Don´t Stand So Close To Me, de su antigua banda, The Police, tomé el camino de casa envuelto en un monumental ataque de alergia primaveral.
Y en ese mismo Rocódromo, un 17 de mayo de 1987, sufrí la actuación de Tina Turner. Y fue una lástima porque, a priori, todo prometía para que fuera un gran concierto. Quizás los teloneros, creo que eran Hunter, ya dejaron al público algo tocado. Luego, la actuación de Tina Turner fue larguísima y sin brillo. Cuando sonaba el final de su versión del Proud Mary de la Creedence, decidí que ya tenía bastante ración de las mejores piernas del rock. O tal vez es que no baste solo con eso y con salir en Mad Max.
Vamos con algunos grupos que todavía no me creo que los haya visto
Ahora os ofrezco una lista con algunas de esas bandas que, por motivos extraños, o bien porque se prodigan poco, o tal vez porque desaparecieron muy temprano, o porque nunca han tenido a Españadentro de su particular atlas de giras, resultan casi imposibles de ver. No puedo empezar con otros: Weezer, casi por sorpresa, en la clandestinidad de una pequeña sala —creo que se llamaba KTDral— junto a la Fábrica de Moneda, al lado del Palacio de los Deportes de Madrid, cambiados de ubicación a última hora de forma traicionera (en principio iban a tocar en la sala Revolver).
En aquel concierto hizo un calor insoportable y tocaron dos veces Buddy Holly. Después, no he tenido ocasión de volverlos a ver. Para mi alegría, son la primera confirmación del cartel del BBK Bilbao de 2019. Haré todo lo posible por verlos allí.
En esta lista de grupos que pasado el tiempo vuelvo a preguntarme cómo pude tener la inmensa suerte de verlos, también aparecen INXS, Prefab Sprout y The Housemartins —en el difunto Pabellón del Real Madrid—, Midnight Oil —en la gira de su celebrado disco Diesel And Dust y con la memorable Beds Are Burning sonando a todo trapo en la ya extinta discoteca Jácara—, Everything But The Girl —en dos increíbles ocasiones acústicas—, The Blow Monkeys —uno de los conciertos más extraños que he visto—, Living Colour, Devo o Iggy Pop.
Voy con tres decepciones, porque esperaba mucho más
Decepcionantes, pero no para marcharme antes de que terminaran, fueron los conciertos de Prince y de Madonna, ambos en el Calderón. Ya sé que a Madonna no se le puede pedir mucho —además me invitaron—, pero los niveles de desfachatez que alcanzó la Ambición Rubia en esa noche del 27 de julio de 1990 fueron tremendos.
Todo el sonido parecía ir pregrabado, muchas veces, incluso su propia voz desacompasada con trozos de playback bochornoso. Y el recital se limitó a un concurso de modelitos disparatados, alusiones sexuales más que explícitas y a un sonido deslavazado indigno de una estrella de su nombre. Pero todo eso no pareció importarle mucho a los 50 mil espectadores que asistieron al timo sumidos en éxtasis.
Unos pocos días antes, el 22 de julio —y también gracias a una invitación— pude ver en ese mismo lugar el esperadísimo concierto de Prince. El show pertenecía al Nude Tour: un tostón de grandes proporciones interpretado con desgana de principio a fin, con muchas secciones pregrabadas y con unPrince indolente y aburrido de sí mismo.
He colocado en las decepciones a Van Morrison. Lo he visto en bastantes ocasiones y siempre ha ofrecido conciertos excelsos (recuerdo una interpretación de Vanlose Stairway en el Palacio de los Deportes que ya nunca nadie me podrá arrebatar). Tengo veneración por él. Pero no me ciega la admiración. El problema de Van Morrison es lo cicatero, lo avaro y lo agrio que puede llegar a ser.
Nadie le pide que sea Mr. Simpatía, pero ese reloj que marca la cuenta atrás hasta que se consume una hora y media exacta de concierto es el mayor insulto que yo haya visto de un cantante hacia sus seguidores, a su público.
Cumplido el tiempo, ¡zas!, adiós muy buenas y sin atender a razones: una ofensa difícilmente digerible por quienes han pagado más de 200 euros por verlo, porque esa es otra, los elevados precios de sus conciertos.
Van me decepciona una y otra vez por todo lo anteriormente comentado y porque, además, maltrata a sus seguidores variando ritmos y tiempos de sus grandes temas. Dan ganas de correrlo a gorrazos por la infamia que ha cometido en directo con Have I Told You Lately, en una versión de Big Band que se permite denominar Las Vegas.
Antes, pensaba que Van Morrison devolvía el astronómico precio de las entradas con sus prodigiosas interpretaciones. Ahora, comienzo a dudarlo.
Y por último, consigno aquí la decepción que experimenté con Leonard Cohen un 9 de mayo de 1988. Primero, me destrozó (como a muchos de los presentes) el interminable monologo pestífero y enfermizo de Luis Eduardo Aute que actuaba como telonero, en un concierto que no tuvo nada de secundario y que duró tanto, o más, que el de Cohen. Me sentí muy desgraciado en esos momentos. Aguantar a un tipo como Aute no es sencillo. Repele.
Después, y no fue culpa de Cohen sino de la terrible acústica del Palacio de los Deportes (por entonces sin reacondicionar), el sonido horrendo y devastador culminó con todo el público dando palmas con la última canción, un Passing Through verbenero muy alejado de la canción triste e introspectiva que realmente es, y que comienza con estremecedores versos:
“I saw jesus on the cross on a hill called calvary“do you hate mankind for what they done to you? “He said, “talk of love not hate, things to do – it’s getting late.I’ve so little time and I’m only passing through”
Pues hala, todos allí dando palmas como si estuviéramos en catequesis.
Mejor os hablo de cuatro obras maestras
De obras maestras se pueden calificar estos conciertos. Por uno u otro motivo, situaciones sublimes en donde se alcanzó la perfección: el regalo de Pink Floyd en el Vicente Calderón; cualquier actuación de la banda King Crimson (a quienes, afortunadamente, he visto varias veces), pero creo que me quedo con la última de noviembre de 2016; el inolvidable festival que nos ofreció Paul Simon en Barcelona con motivo del Graceland Tour en 1989; y la visita de ABWH, es decir, los miembros de Yes que no podían llamarse Yes porque faltaba Chris Squire, propietario del nombre del grupo. Anderson, Bruford, Wakeman y Howe, junto a Tony Levin, me regalaron en el Palacio de los Deportes del Real Madrid la única ocasión que he tenido de poder escuchar en directo el tema Close To The Edge y sentir que ya me podía morir tranquilo.
Por fin, las tres noches de mi vida
Por último, los conciertos que he marcado como las auténticas “noches de mi vida”. El ya mencionado de U2 en el Bernabéu con Bono, mientras interpretaban The Electric Co., trepando por el entramado del escenario hasta alcanzar una altura considerable. Aquello fue más que un concierto. Antes, habían actuado Big Audio Dynamite (la banda de Mick Jones, ex de los Clash), UB40 y The Pretenders. ¿Pudo ser el mejor concierto de mi vida? Es posible…
El de Genesis, claro, con un Phil Collins todavía pletórico y un repertorio de canciones más que notable. Un conjunto de leyendas en el escenario: junto a Collins, Rutherford y Banks, Daryl Stuermer a la guitarra y Chester Thompson a la batería. Inconmensurable aquél solo de batería junto a Phil Collins.
Por último, un tímido concierto de The Alarm acaecido un 24 de junio de 1991 en la sala Revolver. The Alarm siempre ha sido uno de mis grupos favoritos, tanto como son escasamente conocidos. Que vinieran a tocar a España era impensable, pero lo hicieron con motivo de su disco Raw, por otro lado excelente.
El concierto fue una recopilación de todos los éxitos del grupo, una descarga de rock furibundo ante unos pocos espectadores, tan escasos que mi hermano y yo, ubicados justo al lado de los músicos, podíamos tocar las guitarras, ¡incluso las cuerdas!, cuando Dave Sharp o Mike Peters se acercaban un poco. Aquella fue, en efecto, una noche inolvidable de la que disfrutamos tan solo unos elegidos.
Estas fueron aquellas noches de mi vida que, estoy seguro, han sido también las noches de muchos de vosotros. Solo nos queda desear que algún concierto que nos quede por ver se añada a esta lista de eventos inolvidables para que, después, podamos recordarlo con una sonrisilla de felicidad y el mordisco de la nostalgia en el pecho.