*Esta columna apareció en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/en-que-momento-se-jodio-la-poesia-cruzada-contra-la-lirica-digital/
La defunción de las Humanidades está certificada y lista. Al paulatino deterioro que se ha venido sometiendo a las carreras de letras, a las filologías, creando la idea de que son unos meros entretenimientos para inútiles, debemos añadir ahora el daño directo que sobre la idea de la Universidad están provocando los últimos escándalos en España. Esto se solapa al paupérrimo estado, desolador, del panorama editorial, empeñado en hacernos pasar por literatura textos de escasísimo calado y que han sido publicados en virtud del número de seguidores que sus autores poseen en las redes sociales.
En efecto, a tres ripios, cuatro obviedades, dos lugares comunes y un par de majaderías, los editores no dudan en catalogarlo de poesía o, quizás peor, de prosa poética. El problema de estos textos no es el de que sean malos (que lo son, pésimos) sino el envoltorio mentiroso y torticero en el que nos vienen servidos.
Si leemos un libro creyendo que estamos ante poesía y nos lo encontramos repleto de memeces, el daño que se está haciendo es enorme. En primer lugar, porque se están ciscando, incluso zurruscando —si se me permiten términos tan escatológicos como ilustrativos— en toda la tradición poética anterior. Después, porque los lectores no querrán volver a aproximarse a la poesía, creyendo que la poesía es eso: paletadas cargadas de bazofia que han digerido con decepción.
He hablado de tradición. Y si alguien no se ha dado cuenta, estoy arremetiendo contra la poesía (¿puedo llamar poesía a esos textillos?) de Instagramers, YouTubers y famosillos del tres al cuarto, también llamados Influencers. Las grandes editoriales se ponen en contacto con ellos y les proponen un libro de poesía, o de prosa poética, algo que parece de moda.
Pero no, España es un país, definitivamente, sin poeta nacional. Y al paso que vamos, lo será sin poesía. Es una lástima, pero de nosotros depende que la poesía recupere su pulso. A tal efecto propongo algunas ideas ante el estado de indefensión en el que nos encontramos:
1-Réplica clásica:
Cada vez que los Influencers de Instagram o Facebook, o en cualquier otra red social publiquen sus textos vergonzosos, repliquemos con la publicación de una poesía de un poeta clásico, el que queramos, y etiquetemos al Influencer de turno. Así equilibraremos la red, por cada insulto literario florecerán unos versos de verdad. A lo mejor el Influencer se da por aludido, ve nuestra publicación, o compara con sus letrillas y entra en razón (¿o tal vez les estoy concediendo demasiado espíritu crítico?).
2-Defensa libresca:
En cada ocasión que veamos en una librería un libro de Influencers colocado bajo el epígrafe de poesía contemporánea, junto a escritores de verdad, deberemos tomar el volumen amorosamente entre nuestras manos y llevárselo al empleado o encargado de la tienda. Se lo extenderemos como quién ofrenda una reliquia o un tesoro y, cuando piense que lo vamos a comprar, le haremos comprender amablemente que estaba mal colocado, que el lugar que le corresponde es donde la autoayuda mística, junto a grandes popes como Coelho y Bucay, por ejemplo.
Cuando esto haya ocurrido muchas veces, el encargado, harto, y que también tiene su corazoncito literario, actuará en consecuencia. Seguro. Siempre podemos, en su defecto, extraviarlo disimuladamente entre las publicaciones del estante de jardinería, bricolaje, estadística; dejarlo languidecer en el interior de la peor clasificación de materia que encontremos. He sido bibliotecario y lo sé: un libro mal colocado es un libro perdido para siempre.
3-Mudanza bibliotecaria:
¿Y si nos encontramos los libros de estos proxenetas de lo poético en las bibliotecas, o peor aún, en nuestra biblioteca del barrio, al lado de casa? No desesperemos. Además de cambiarlo de lugar y llevarlo al sitio menos visitado de la biblioteca, el aparador de teatro es uno de os mejores lugares, lo dejaremos caer suavemente detrás de los Sainetes de Don Ramón de la Cruz o de las Farsas de Lucas Fernandez(unas maravillas pastoriles que nunca le interesan a nadie). Con suerte, el libro pasará meses criando polvo allí detrás, rendido a los pies de estos autores teatrales.
Está claro. Los asesinos de poetas que pretenden imponernos las editoriales nada saben de Claudio Rodriguez, ni de Miguel Hernández, Cernuda, Pacheco, Storni, Agustini, Sexton, Pizarnik… Y no digo ya de Juarróz, Zurita, Hölderlin, Leopardi o Tranströmer. Ellos entienden de likes, unfollows, reposteos, stories, followers y haters; por mucho que se empeñen, estas no son las herramientas apropiadas para escribir, no ya un poema decente, sino una oración simple con el sujeto, el verbo y el predicado colocados en su sitio.
Si no actuamos ya, si no hacemos nada por detener esta gangrena que corroe nuestra riquísima tradición poética, muy pronto, cuando nuestros hijos traigan a casa como deberes analizar una infamia de alguno de esos Influencers fijados ya en un libro de texto, entonces, nos haremos la pregunta vargallosiana: ¿En qué momento se ha jodido la poesía?
Ahora, en este momento.
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