Esta columna se publicó en achtungmag.com:
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Las decisiones empresariales que toman algunas editoriales muchas veces son, cuanto menos, sorprendentes. Diríase que en ocasiones van directamente en contra de los autores que publican, como si no les interesara lo más mínimo vender un libro. Tamaño disparate comercial yo no lo conozco en otros sectores. A todos nos resultaría impensable que nuestro carnicero se negara a vender sus filetes teniéndolos expuestos, bien apetecibles, tras el mostrador, o que el quiosquero hiciera lo mismo con la prensa, guardándosela para arrojarla a un contenedor al término de la jornada. Pues bien, las tácticas de muchas editoriales parece que van conducidas a ese objetivo, arrojar los libros a la basura. Eso es lo mismo que decir: tirar a sus autores por el inodoro.
Ya está este tipo con sus rabietas…, pensarán algunos lectores. Puede que sí, que esto no se trate más que de una rabieta, un enfado monumental que se repite todos los viernes cuando me planteo qué voy a escribir en esta columna de El Odradek, porque durante la semana he tenido que ir soportando, y encajando con una deportividad que ya me agota, numerosas afrentas, insultos y humillaciones provenientes del mercado editorial. Empeñado en, y aquí tiraré de diccionario para ser preciso, ciscarse y zurruscarse ya no solo en mi persona literaria, sino en una gran cantidad de amantes de la literatura, ya sean escritores o lectores e, incluso, libreros.
Desde hace unos meses mantengo, contra viento y marea y en colaboración con la asesoría literariaProscritos de Torrelodones, un taller de lectura comparada. Ni que decir tiene que los esfuerzos, las batallas y la denodada insistencia por sujetar a los alumnos es descomunal. Así, vamos tirando mes tras mes, con una oferta de lecturas diferente y original que pretende diferenciarse en algunos aspectos de los clubs de lectura habituales.
Partiendo de la idea comparatista de que la literatura es una infinita conversación entre todos los autores y todos los libros, propongo una serie de lecturas que denominaré como “menos habituales”, y después las hago entrar en contacto unas con otras, generándose una interpretación seria, profunda y transversal, que relaciona y remite a unos libros con los otros. Hemos estudiado, porque más que lecturas hacemos estudios fascinantes de las obras, Windows On The World de Frédéric Beigbeder, Ampliación del campo de batalla de Michel Houellebecq, Matadero Cinco de Kurt Vonnegut, Austerlitz de W. G. Sebald (todas ellas editadas en Anagrama), El baile de Irène Némirovsky (en Salamandra) o El corazón es un cazador solitario de Carson McCullers (en Seix Barral), entre otras.
En el futuro esperamos ver Las mentiras de la noche (Anagrama) de Gesualdo Bufalino, Si una noche de invierno un viajero de Ítalo Calvino (Siruela), Natura Morta de Josef Winkler (en Galaxia Gutenberg), Amras de Thomas Bernhard o El palacio de los sueños de Ismaíl Kadaré (ambas en Alianza Editorial). Y digo “esperamos ver”, porque ya he tenido que eliminar algunos títulos de la lista, dado que las editoriales han decidido fulminarlos y borrarlos del mercado.
El motivo de esta columna y de mi enfado de hoy es que me he visto obligado a sacar de la lista de lecturas una novela extraordinaria que ha sido retirada del circuito del mercado. Evidentemente, puede buscarse de segunda mano con cierta dificultad, pero no podemos olvidar que el taller lo organizo con una librería que necesita, como agua de mayo, realizar ventas, y el taller es una buena forma de suministrar los libros de la lista a los alumnos. Sin embargo, con este libro, tras mucho insistir a la distribuidora, y recibir noticias contradictorias, finalmente, el libro no está disponible.
No se trata de un libro extraño y de un autor desconocido que escriba en una lengua oculta desde el último rincón del mundo. Que va. Ni publicado por una editorial independiente y minoritaria. Ni mucho menos. No es un escritor ajeno a España. Tampoco. Pero este libro, y me temo que gran parte de su obra, son ya casi irrecuperables.
Me estoy refiriendo a un Premio Nobel de Literatura y Príncipe de Asturias de las Letras (de ahí que su relación con España sea buena, además de poseer en la figura de Miguel Sáez uno de los traductores más brillantes de su obra, aunque no firme la traducción de esta novela en particular, que es de Carlos Gerhard). Obviamente, se trata de Günter Grass, y la novela en cuestión es El gato y el ratón. Y la editorial Alfaguara. Todo un póker o repóquer de indignación, a la vista de los nombres y los datos enumerados.
El gato y el ratón es la segunda novela de su autor, publicada en 1961, un texto breve, a modo de sándwich entre dos libros-río como son El tambor de hojalata (1959) y Años de perro (1963) y que, juntos, conforman lo que los críticos denominaron como la trilogía de Gdansk, a la que yo creo que se deben añadir los posteriores La ratesa (1986) y A paso de cangrejo (2002), pero eso ya es otra historia (todos en Alfaguara).
Esta novelita deliciosa nos habla de un grupo de adolescentes que se ven afectados por la llegada de la guerra y me resultaba muy útil en la progresión de lecturas del taller, en donde previamente habíamos analizado El guardián entre el centeno de Salinger (Alianza) con Holden Caulfield haciendo de las suyas, El corazón es un cazador solitario, con ese personaje de Mick Kelly y sus hermanos, El baile, con la vengativa muchacha Antoinette, y me vi obligado a renunciar al fascinante e hipnótico Francie Brady de El aprendiz de carnicero de Patrick McCabbe (editado en Edhasa) porque resultó ilocalizable.
Creí, ingenuo de mí, que la obra de un Premio Nobel y Príncipe de Asturias estaría al alcance de mi mano, pero la tiranía editorial, esas leyes que regulan la Sodoma de las mesas editoriales, se había encargado de desmenuzarlo. Y no debería producirme la sorpresa que me produce, porque otro premio Príncipe de Asturias como Ismaíl Kadaré ya hace tiempo que adquirió el estatus de autor clandestino. Muchos de sus libros, salvo un par de los más famosos, son imposibles de encontrar (y eso que comoGrass, su traductor, el malogrado Ramón Sánchez Lizarralde, se contaba como el mejor de todos los que vertían su obra a otras lenguas, tomándola directamente del albanés).
Pero Kadaré es un escritor de Albania. A fin de cuentas, ¿a quién puede importarle la literatura albanesa? Pero Grass es alemán, escritor de una lengua del primer y avanzado mundo cultural. Por eso, ni se me pasaba por la cabeza que recibiera un trato similar al del balcánico.
¿A qué nos conduce todo esto? A concluir que algunas editoriales, y peor cuanto más importantes, están instaladas de una forma descarada en el capitalismo cultural. Que sus lectores les importan un pimiento es una verdad indiscutible —lo sabemos y lo encajamos con una media sonrisa de resignación—, pero que sus propios autores les traigan sin cuidado es algo mucho más complejo de digerir.
La verdad es que tampoco puedo afirmar, en lo tocante a mi experiencia personal como autor de editoriales pequeñas e independientes, que me hayan tratado mejor que cuando he publicado mis obras en editoriales más grandes. Y ojo, sé de buena tinta que existen editoriales independientes que miman a sus autores, tratan con delicadeza sus ediciones y adoran a sus lectores. De hecho, en mi columna de El Odradek de la semana pasada me referí a ellas:
Por el contrario, yo me he topado, fueran pequeñas o más grandes, con verdaderos delincuentes de la literatura, desgraciados, embaucadores y ladrones que se han limitado a timarme, engañarme y despreciarme. Y como me ha sucedido a mí, sé que a otros muchos escritores les ha pasado, y les ocurre, lo mismo.
Doloroso e indignante resulta que te lleguen las liquidaciones anuales asegurando que tan sólo has vendido un ejemplar cuando tú mismo has comprado, para compromisos, más de una docena. O que en la maldita Feria del Libro, tras dos jornadas agotadoras de calor y estupideces, coloque con sudor y vergüenza una decenita de libros por día. ¿Dónde están esas ventas en el estadillo final que refleja un triste número uno como total de libros vendidos en el año?
Voy a concluir con algunas anécdotas sangrantes, como forma de ilustrar la manera en que estas editoriales toman sus decisiones de mercado. La poca afortunada portada de mi novela El vaso canope(editorial El tercer nombre) tenía, originalmente, una portada mucho más elegante, en donde aparecían los retratos de Eva Braun y Clara Petacci —no en vano la obra trata sobre la posible relación epistolar de ambas mujeres, las amantes de Hitler y de Mussolini—. El día en que se eligió la portada, un vozarrón proveniente del interior de un despacho aseguró que las fotos de aquellas dos fulanas no las conocía nadie y que era mucho mejor plantar una buena y típica esvástica.
Con ocasión de mi novela Kafkarama (de nuevo estas joyitas de El tercer nombre, felizmente desaparecidos) se me intentó colar una portada con una cucaracha repulsiva que daba asco (al hablar de Kafka, ya se sabe, pensaron los editores, el insectito de marras) y que por supuesto invitaba a no vender un solo libro, con la importancia que una buena portada posee para diferenciarse en la mesa de ventas, si es que se llega hasta ella. Tuve que amenazar con no publicar la novela para que suprimieran al bicho. Incomprensiblemente para mí, porque me resulta incomprensible, la portada con la cucaracha que nunca vio la luz aparece en algunas webs de venta de libros e, incluso, una versión en word sin corregir de la obra —el primer borrador que envié a la editorial— se ofrece como descarga gratuita en el sitio web de un caradura.
Otro editor que tuve fue incapaz de agregar notas a pie de una mis novelas por resultarle “demasiadocomplicado”, sin contar las numerosas tropelías, insensateces y barbaridades que he tenido que soportar por parte de una gente a la que, además, cedes tus derechos intelectuales, como media, por cinco años. De vergüenza.
Y una más: estoy intentando publicar mi ensayo sobre la obra de Ismaíl Kadaré, derivado de mi tesis doctoral sobre el albanés. A través de un contacto me dirigí a la editorial que publica en España casi la totalidad de su obra. Como es lógico, debería interesarles. Me llegó una respuesta algo desesperanzadora: si no venden sus libros, ¿cómo van a vender un ensayo sobre esas novelas?
Yo pensaba que el prestigio de publicarlo ya sería suficiente para una editorial tan poderosa, y una muestra de respeto a sus lectores ofreciéndoles una obra que interpreta algunas de las novelas que venden de ese autor. Pero que se planteen hacer dinero con un ensayo, y el que no hacerlo sea motivo para no publicarlo, me resulta tan absurdo como cruel.
Tal vez ya os he contado estas cosas en algunas de mis columnas. Si es así, me disculpo por repetirme, pero no veo nada malo en remachar ciertos comportamientos como respuesta a las puñetas con que cada día nos hieren las editoriales. Si, como he afirmado en numerosas ocasiones, la literatura en una defensa ante las ofensas de la vida, las editoriales, por regla general, son una ofensa para la literatura.
Evidentemente, chapuceros los hay en todas las partes y oficios, pero gente que trabaje tan mal y con tanta desgana, yo creo que es difícil encontrarla. Por eso, que fuera del mercado de segunda mano, y con dificultad, no se pueda localizar la segunda novela de todo un Nobel como Grass, o que sea imposible conseguir Superviviente de Chuck Palahniuk (en Siruela) o Las leyes de la atracción de Bret Easton Ellis (en Anagrama y, curiosamente, las segundas novelas de estos escritores), como en su momento ocurría con Americana (Seix Barral), la primera obra de Don DeLillo —felizmente reeditada al calor de los rumores de un Nobel que se le resiste— viene a demostrar el sinsentido en el que ha caído el mercado editorial, completamente corrupto por el ansia del negocio y del dinero, olvidando que están trabajando con libros y con los autores que los han escrito. Y que detrás de todo eso existe un lector que se merece el mayor de los respetos.
Por tanto, que estas novelas no se puedan encontrar, significa el enésimo exabrupto editorial con sus lectores y autores. Que tenga que sacar de las listas de lecturas obras como las de Grass, McCabbe o La leyenda del Santo bebedor de Joseph Roth (en Anagrama, en un limbo de la distribuidora que no sabe si la conseguirá o no), es algo que me ofende profundamente porque me envía un mensaje muy claro: no te salgas de la masa, acepta las reglas del juego, elabora un taller de lectura convencional, incluye las típicas lecturas de los Dan Brown, Zafón, Cercas, María Dueñas, Ildefonso Falcones, Javier Sierra…, de famosos televisivos, influencers y merluzos variopintos, en definitiva, de esos libros que puedes capturar de la mesa de novedades simplemente con alargar la mano y llenártela de porquerías.
Un ejemplo de esto lo podéis encontrar en esta otra columna mía sobre la literatura de influencers e instagramers:
Nos estamos cargando la literatura entre todos. Sí, entre todos, porque ante la zafiedad de las editoriales, que son las primeras que batallan con encono por destruirla, me da la sensación de que, nosotros, lectores y críticos, autores y bibliófilos, estamos haciendo bien poco. Porque recomendar editoriales independientes, pequeñas y honradas, puede que ayude en algo, pero no me parece la solución a un problema descomunal que amenaza con tragarse toda nuestra tradición cultural.
Llegará un día en que no podamos comprar el Quijote. Al tiempo.
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