Informe de bitácora de rastreo
La historia de la investigación que desenmascaró a Literator, el
generador del que durante un breve periodo de tiempo pasó como el microcuento
por antonomasia, halagado por consumidores y críticos, el texto hiperbreve que
lo contenía todo, la historia, afirmo, empezó con la aclamación de Literator
como el mayor generador de la eternidad, capaz de haber culminado, en una
frase, la aspiración narrativa de todos los antiguos autores, desde Shakespeare
a Kafka, de Ibsen a Joyce, aunados presente, pasado y futuro, compaginados
todos los tiempos, componiendo así una obra total, que abarcaba al completo el
universo en su totalidad.
Literator subió a la c.l.o.u.d su magistral, entonces así se
calificaba, composición generada, y recibió, de forma unánime e inmediata –al
difundirse por toda la e.s.f.e.r.a en nanosegundos- la consagración máxima que
desde el final de los tiempos conocidos ningún otro generador había logrado.
Fue coronado en acto cyberiano para toda la worldnet colocándosele un chip
nacarado, y aún hubo quien dijo ciertas insensateces sobre un tal Petrarca que
anteriormente se había colmado como poeta, con un par de hojas de laurel. Comentarios
tan perniciosos como este son severamente castigados. El dueño de esas palabras
que demostraban el conocimiento de algún instante anterior al final de los
tiempos fue castigado de inmediato: se le aplicó una súbita desmemorización.
Además, todos sabemos que el protocolo P.E.T.R.A.R.C.A fue el primer
supraordenador de inteligencia emocional, conjunto de archivos que luego quedó
desfasado y se empleó durante una época para redactar notas del día de San
Valentín y textillos amorosos, hasta que llegó el final de los tiempos pasados
y con ello el advenimiento de la oscuridad, y sus piezas fueron desguazadas.
Estas son otras historias, desde luego. Yo, como rastreador de la
N.E.T, desde el primer instante dudé de Literator. Había algo en su generación
llamada microrelato que no me cuadraba, que me sonaba manido, ya escrito, ya
redactado, ya pronunciado, ya computado. Mi actividad-red consiste en eso, en
buscar, peinar, analizar en toda la worldnet para encontrar coincidencias de
plagio, o similitudes, o el texto idéntico, revelar que la producción cultural
haya sido tomada de aquellos momentos de culturalismo decadente, previos a lo
oscuro, al borrado y eliminación de soportes que culminó con nuestra era. Es
intolerable que se genere un texto, que se emane una composición copiada de los
tiempos pre-net. Intolerable.
Mis investigaciones fueron trabajosas, si podemos calificar así,
trabajoso, al cuarto de microcentésima que tardé en localizar el origen del
fiasco. Sobre el vetusto micronarrado del dinosaurio,
que poseía la inmortalidad en los tiempos pasados y extintos, que era un mal
recuerdo ya de otros tiempos, se elevaba ahora el nuevo microtexto de
Literator, llamado a permanecer en el megatiempo. Pero desenmascaré la patraña.
Allá lejos, en algún lugar de la c-l-o-u-d, entre los cableados del
gigasistema, enganchado a un racimo de bites, agarrado de un tera-archivo,
enlazado a un bugol-link, encontré fragmentos de un viejo códice de los tiempos
pasados. Y en ese códice, en su interior, viajaba el mismo microtexto de
Literator, palabra por palabra: exacto. Computé el antiguo, lo cotejé con el
nuevo. No cabía duda: En el principio
creo Dios los cielos y la tierra, y la tierra estaba desordenada y vacía, y las
tinieblas estaban sobre la faz del abismo.
Demasiado terrible. He desenmascarado a Literator, un computador de la
serie Silicon K.A.F.K.A.F. Ya ha sido castigado por ello con la desmemoria.
Ahora, yo, una máquina de procesos de la serie Cyber B.O.R.G.E.S debo ser
reprogramada porque necesito olvidarme de los conocimientos de los tiempos
pasados que he adquirido en mi tarea de rastreo y descubrimiento de la falacia;
porque he adquirido el virus, un agujero de gusano por acceso a los archivos
desconocidos y alterados, un mal de maquinismo que se denomina mal de Funes.
Así, la mentira de Literator ha sido mi propia mentira y, en cierto modo,
su castigo ejecutado en cuestión de nanosegundos, mi verdadero castigo.