martes, 31 de agosto de 2010
El espectro en la calle 52
Es duro acostumbrarse, pero llega un momento en el que uno acepta que los demás se avergüencen de ti. Es difícil entender que cuanto más haces, más te esfuerzas por parecer amigable, amable y bondadoso, más se avergüencen de ti. Lo podría bautizar con el nombre del síndrome de Frankestein, el pobre, que a cada cosa que intentaba con su buena voluntad, la fastidiaba más y más. Pero me agrada más calificarlo como el fenómeno del Espectro en la Calle 52. A veces me siento como en una película americana de serie B, de las de Troma de toda la vida. Soy un espectro, un aparecido o un ser de otros mundos que ha llegado a la tierra y aterrizó en la calle 52 de cualquier ciudad Norteamericana: Kansas City, Akron, Minneapolis, por ejemplo. Allí, solo, abandonado por todos, intenta ganarse a la gente y lo único que consigue es fomentar el pánico y destapar y desatar la vergüenza de los que le rodean...
Sí, es duro acostumbrarse a que los demás se avergüencen de ti, admitir que en absoluto formas parte de sus vidas Y QUE NUNCA FORMARAS PARTE DE ELLAS. Pero una vez que lo asimilas puedes regresar a encerrarte en tu agujero construido a base de bilis y pasta de papel a medio digerir, como Eugene Tooms en Expediente X, que aparece cada 30 años para devorar el hígado de cinco personas y regresar a su nido.
Quizás haya pasado mi tiempo, llegado el momento en el que, como el viejo Eugene, deba retirarme a mi agujero, con mi bilis y con mi vergüenza, esa que me sobra y que todos vosotros me habéis regalado pródigamente.
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lunes, 23 de agosto de 2010
Todo tiene su final
Todo tiene su final, le dijo el psiquiatra, incluso su insomnio. Todo tiene un final, le dijo un amigo, incluso tu sufrimiento. Evidentemente, ninguno de ellos sabía de lo que estaban hablando. Todo tiene su final, en efecto, se puede amar y amar menos, pero nunca dejar de querer. Todo tiene su final, pero esto no, se dijo con rabia. Tomó el teléfono para realizar la llamada y ya era consciente de haber quemado todas y cada una de las líneas eléctricas de su corazón.
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sábado, 21 de agosto de 2010
Insomnio
No dormir es más doloroso que vivir. Las horas se clavan en la carne de los párpados y taladran las articulaciones de las rodillas. Las horas ennegrecen de ojeras el corazón y aplastan los pulmones con el peso de sus silencios. Las horas son las enemigas en las noches en vela, cuando podría aprovechar para imaginar paraísos y felicidades compartidas en ese fino instante antes de caer dormido, cuando podría aprovechar para soñar con eso, en ese momento en el que todo, absolutamente todo, es posible (hasta eso que imagino, sí, eso también, sobre todo eso), pues el insomnio me trae pesadillas y angustias con sabor a noche, con sabor a estrellas descascarilladas, a luna roja de sangre de odio, a bóveda celeste apagada por el eclipse de mi voluntad. El insomnio es más doloroso que la vida porque, en él, con él, descubres lo solo que estás, que no tienes a nadie al lado con quién compartir esas horas que se te encarnan en la yugular.Y dejas que el fino vidrio del tiempo te desgarre hasta desangrarte al llegar la madrugada.
De fondo suena
De fondo suena una canción de Van Morrison: Vanlose Stairway. Van se la escribió a su novia danesa que vivía en la calle Vanlose, de Copenhague, inmortalizó, hizo eterna a esa mujer y a la calle convirtiendo un apartamentucho en un lugar que ascendía a la leyenda.
De fondo suena Vanlose Stairway. Me pregunto que errores he cometido, que pecados, qué crímenes perpetré en otras vidas para no merecerme inmortalizar a nadie, para ser incapaz de poder dedicar una página, una línea, una palabra, una letra y, junto a ella, hacernos inmortales.
De fondo suena Vanlose Stairway. Sus notas tocan los arpegios más amargos del corazón. Sí, sonará de fondo todas estas noches, como ha sonado todas las noches de la semana pasada. Suena y suena y sonará. Con cada compás, con cada golpe de saxofón entiendo la enorme distancia que se abisma, la lección de la impotencia, la implacable realidad de la realidad. Lo duro que es entender la verdad.
De fondo empieza a sonar The Healing Has Begun... pero eso es otra historia que aún me resta por escribir...
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domingo, 15 de agosto de 2010
Vomitar
Vomitar, tengo ganas de vomitar. De sacarlo todo, expulsarlo, verlo sangriento en el fondo de un cubo y descansar. Tengo ganas de vomitar, de que empiece la curación, el exorcismo que nunca se puede realizar con palabras,la maldita sanación que nunca llega. El vómito redentor, echarlo todo, incluso, en ese esfuerzo, expulsar el corazón.
martes, 10 de agosto de 2010
Con tu brillante luz
Derramaste tu brillante luz sobre mí y con ella renací a la vida. Me regalaste tu brillante luz y me sentí a mi mismo de nuevo, como un Faraón renacido de las tinieblas que arranca la vida del crepúsculo de su cámara piramidal. Fuiste la ayuda para encontrarme entre la oscuridad de mi corazón ennegrecido que avanzaba a tientas. Llenaste mis días, los llenaste de sol, repletos de vida con tu amistad. Contigo he aprendido, he crecido y la represa de mi ira se ha calmado, ya no es un torbellino, ya no desborda; ahora mi mar es un mar en calma, sosegados los nervios por tu toque mágico. Con tu brillante luz supiste aplacarme, rescatarme y presentarme, de nuevo, al mundo. Tu luz brillante descendió del cielo sobre mí como, ahora, volando, se marcha: de momento me has sumido en tu eclipse de luna.
Con tu brillante luz.
lunes, 9 de agosto de 2010
Una palabra
Yo, que trabajo con palabras, lo digo y lo lamento. Con eso, tan sólo con eso, con una palabra, hubiera bastado. Con una palabra, pronunciada a tiempo, se habría detenido el dolor, se habría congelado el sufrimiento y todos seguiríamos nuestro camino, aunque yo viajara agarrado a la desesperanza. Con una palabra, sólo con eso, con la cantidad de palabras que mal utilizo cuando relleno mis fracasos que tienen por nombre libros... una palabra, pronunciada por teléfono, o simplemente por chat, o ni eso, en un sms. Una palabra, a lo sumo, puestos a exigir, dos, quizás, si se me apura, hasta tres. Pero yo no soy merecedor de esas palabras, ni de que se articule una de ellas. No,parece que no me lo merezco, que no merezco lo que cualquiera puede ganarse en media hora. No merezco nada, ni esa palabra. Ni una sola palabra.
Relegado al desprecio y a la maldición ahora veo claramente la realidad de la que una vez creí haber salido y en la que estoy sumido, enfangado en el barrizal de la desgracia. De lo que no podrá ser ya. Porque no escucharé la palabra. Nunca. Esa que sería tan fácil pronunciar.
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viernes, 6 de agosto de 2010
No he sabido vivir...
No, no he sabido vivir, nunca he sabido vivir. Ecos de odio, frustración y fracaso me llegan desde la lejanía, también desde el otro lado de la línea del teléfono. No, definitivamente no he sabido vivir. He publicado cinco novelas, he fracasado con cada una de ellas. He escrito muchas más, que no verán la luz jamás, como piedras atadas a mi cuello, abalorios de gran peso que me hunden al fondo. He amado muchísimo y en todos esos amores he fallado, extraviado y perdido al fin. No he sabido vivir, escribir, amar, no... ni tan siquiera he sabido lamentarme, ni he sido capaz de dar pena ni lástima. Me veo en casa, dadas dos vueltas de llave en la cerradura, con la angustia que retrepa por el pecho, con las náuseas de las lágrimas y en los ojos la certeza de que la culpa es mía, solo mía, porque no he sabido vivir. Porque todo esto os pilla muy alejado, os resulta tremendamente ajeno, lo entiendo... por todo eso, porque no he sabido vivir, sin lugar a dudas, ahora merecería morir. He vuelto a escribir esto. He vuelto a merecerlo. He vuelto a hundir mi cuerpo en la mierda porque he renacido del engaño para darme cuenta de que las cosas son siempre como han sido, y no como quería que fueran. Qué iluso, pobre estúpido.
No, definitivamente no he sabido vivir.
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Toque a Rendición
Es tal el cansancio, es tan pesado y aburrido repetir uno por uno todos y cada uno de los errores. Es tan triste esforzarse para nada, para que siempre sucedan las mismas cosas, una y otra vez, de nuevo. El cansancio se apodera de las articulaciones, del cerebro, del pecho, e impide que lata el corazón. Es una noche de viernes, pero no como otra cualquiera. Es la noche. Tal vez fuera la noche en la que me arrastrara, saliendo de mi agujero, hasta la mesita de los medicamentos, me aferrara a los tranquilizantes, me sacudiera una botella de ron y me volviera de vuelta al agujero, para no salir ya jamás... y sería así, si no me faltara el valor y si no tuviera la maldita esperanza de que mañana iba a despertar ahogado en un nuevo dolor. Ya no se pueden dar explicaciones ni hablar de sentimientos, todos los caminos, intente lo que intente, desembocan en el mismo fracaso: en la misma rendición.
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miércoles, 4 de agosto de 2010
El Dolor
El dolor asciende desde el estómago, se agarra al pecho y estalla en el cielo, como un castillo arcoíris de fuegos artificiales. Porque todo fue un sueño que sucedió una noche, un sueño que soñé, sólo eso, un sueño que tuve. El dolor se encarga de recordarme que fue eso, un sueño, mientras revienta contra el cielo azul o el cielo estrellado de una noche de agosto. El dolor provoca fugas de lágrimas en los ojos incluso cuando ya te faltan las lágrimas por la angustia. Podría atiborrarme a pastillas y alcohol, pero el dolor seguiría allí, ardiendo, en un punto bien localizado, como un agujero negro, una caries en el corazón. Porque con ese dolor debes viajar toda la semana, ida y vuelta, a El Escorial, por carreteras que conoces tan bien (de otro antiguo dolor) y debes trabajar y velar el fin de semana mientras tu mundo se desmorona y tu fracaso se apuntala en tu dolor. Qué poco se puede decir cuando estallan los fuegos artificiales del dolor. El dolor que se aferra al vientre... no se, tal vez sea que haya cenado demasiado... Tal vez sea eso. Un sueño. Una cena demasiado copiosa que provoca pesadillas, una mala digestión. Un final. RIP.
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