sábado, 8 de mayo de 2010

Hoy lo he descubierto


Extravié mis días fiándolos a la literatura. Nunca pensé que podría doler tanto. Pero lo que no puede ser, no puede ser. Hoy lo he descubierto: son llagas, son heridas que escuecen en la piel, en el corazón. Vacié mi vida empeñado en una estupidez, en rememorar la ficción, en contar otras vidas de mentira mientras no reparaba en las falsedades de la mía. Narré ficciones y alimentaba mi propia ficción, he sido un Petrarca con su Laura, un Dante con su Beatriz, todas ellas miserables; he sido un fiasco que escribe de madrugada cuando el daño es tan insoportable que no restan ya ni las ganas de llorar. Soy el cadáver de una mentira, el muerto andante de una intención, el escorzo de la realidad.
Me late el corazón, es cierto, pero mi ritmo no es el de Calvacanti, ni el de Silva: el ritmo de mis latidos apenas alimenta ya una decepción, casi no puede ni admitir tantas toneladas de fracaso. Arnaut Daniel escupirá sobre mi tumba y Kafka maldecirá que, como una sombra o un triste remedo, haya intentado profanar su oficio.
A lo lejos, la pequeña recompensa de unas lágrimas, tan, tan valiosas, que tanto significan, que destrozan y desarman, que alimentan, que dan que pensar en cómo extravié mis días fiándolos a la literatura. Y duele tanto...
Nunca pensé que podría doler tanto. Hoy lo he descubierto. Y, además, lo que no puede ser, no puede ser... ¡mierda, ya estoy llorando otra vez!

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