lunes, 3 de mayo de 2010

El Peso de la Oscuridad


El peso de la oscuridad. La habitación cerrada. Sin luz. El cuerpo sobre la cama. Entre el revoltijo de sábanas. El teléfono descolgado. El auricular en el suelo. Persianas bajadas. Ventanas cerradas. Penumbra. En la oscuridad todo puede suceder... Ambiente pesado. Deprimente. Oprimente.
Angustia, odio, agobio... ahogo. Exactamente eso. Como si le dieran una paliza. Dolor en todos los huesos del alma. Apaleado. Perro apaleado en húmedo portal de insoportable hedor a orines. Frescos orines mezclados con azufre. El portero -con úlcera- le golpea con una escoba y expulsa del único lugar donde puede refugiarse el animal... refugiarse de la lluvia... con lo mal que huelen los perros cuando se mojan. Una peste humillante. Es como un animal. Todo su ser exhala miseria. Igual que el perro. Animal, animal... ¿qué puede hacer? A ratos las cosas parecen ir mejor para, de pronto, dejarse caer y reventar en la oscuridad del más hondo y profundo pesimismo. Caminar durante horas bajo la lluvia. El alma se empapa y apesta. Así durante días. Fríos días. Semanas. Tristes semanas. Meses -duros meses-, años... crueles años. Crueles años de su existencia. Vaga por la ciudad. Estancia de la soledad. Su soledad. Perdido entre las multitudes. Busca, cree encontrar, una cara conocida y amiga. Ansía hallarla y, nunca, nunca jamás, lo logra. Dolor. Dentro y hondo. Muy dentro y muy hondo. Muy hondo. Hondonada gusarapienta. Como una angina de pecho... sí, tal vez así. Un dolor agudo como mordisco en algo existente en el interior y que es lo más sagrado e intocable de la naturaleza humana. No comprende... pero sigue, continúa, solo. Muy solo. Tal vez sería buena decisión la de simular. Simular, simular, simular, simular... hacer como sí. Que parezca qué. En el momento álgido ella llamaría -puesta sobre aviso- para salvarle. Todos aquellos que ahora le desprecian y humillan, ignoran -es lo peor-, acudirían en masa al hospital. Pediría quedar a solas con ella. Así podría gritar que tan sólo era el principio, que la próxima vez no fallaría. Se tiraría desde una ventana. Que el odio es tremendo. Tras llorar un poco vendría la reconciliación... ella volvería a su lado y todos tan amigos. Feliz de por vida... pero no, imposible. Algo resultará mal. Algo fallará en el plan. Seguro. Siempre sale algo mal -por no decir que todo le sale mal-. Seguro. Seguro. Algo fallará. Seguro. Seguro. Seguro. La seguridad en el fracaso es su mayor seguridad en sí mismo. Llamarla por teléfono, simular una despedida despechada tras meterse un litro de Marie Brizard y una caja de Valium. Asustarla un poco, decirle adiós, que no merece la pena llorar ni luchar. Una desagradable voz de pito insiste: "por sobrecarga de las líneas llame más tarde". No tiene tiempo para hacerlo. No tiene tiempo para marcar de nuevo... Apenas puede articular palabra en la espiral de frustración que arropa la nebulosa opresora sobre el pecho. La oscuridad aparece. Ahora sí. De forma definitiva. Aplastándole contra la cama. Vomitándolo todo.
En la oscuridad todo puede suceder.
Un clic. La comunicación se había cortado. Para entonces ya no podía escuchar el tono. No había muerto... La vergüenza impuesta por su cobardía resultaba tan estridente que ahogaba todo lo que se encontraba a su lado.

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