*Esta crónica apareció en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/the-waterboys-madrid-bello-arte-mantenerse-flote/
Fue
allá por 1986, creo, cuando el
programa Metrópolis de la segunda
cadena de la televisión iniciaba su andadura (recientemente ha conmemorado 30 años de emisiones). Sí, fue allá por
1986, cuando aparecieron en aquella Telefunken que habíamos comprado apenas
cuatro años antes —para ver a Naranjito,
los fastos del Mundial 82 y el
fracaso vergonzoso de los Juanito, Satrústegui y compañía—. Fue en 1986 cuando, una madrugada de
aburrimiento de viernes junto a mi hermano, de repente, se convirtió en una
madrugada de ojos como platos, desmesurada apertura de bocas y fascinación ante
el videoclip que se derramaba desde la pantalla azulada. Eran The Waterboys, y su tercer disco, This
Is The Sea, daba sus primeros
balbuceos. Y aquella canción, Don´t Bang
The Drum, nos hipnotizó. Al día siguiente ya nos habíamos comprado ese
álbum… Y claro, en él estaba incluida The
Whole Of The Moon. Ahora, han pasado algo más de tres décadas desde aquello
y Mike Scott se asoma al escenario
del Nuevo teatro Alcalá; hace una
promesa: “Hoy sonarán canciones de amor”.
Amor
y agua, agua y amor. El componente acuático siempre ha sido una de las señas de
identidad de The Waterboys, o sería
mejor decir de Mike Scott, único integrante
original y permanente que persiste desde los inicios de la banda. El violinista
Steve Wickham es otro de los
veteranos, pero él entró en el grupo ya en el tercer disco, después abandonó la
banda en 1990 y regresó en el año 2000.
Así
que amor y agua, para un Mike Scott que
estudió la carrera de Literatura en la Universidad
de Edimburgo, y que no ha dudado en cuajar de referencias literarias las
letras de sus canciones e, incluso, musicalizar poemas de Yeats o Robert Burns. Entonces,
si hablamos de amor y de agua…, tendremos que hablar de la romántica y
dramática historia de Hero y Leandro.
Y ahora más que nunca, porque Scott
acaba de publicar el 12º trabajo de
la banda, y en él ha introducido unos cambios significativos, que lo convierten
en un Leandro de la música actual.
Un
momento, un momento, me diréis muchos, ¿quién es Hero? ¿Un comercial de mermeladas? Y Leandro… ¿El último fichaje brasileño del Barcelona? No, la repuesta a las identidades de Hero y Leandro se encuentra un poco más
lejos del Nou Camp. Concretamente,
en la mitología griega, tratado en la literatura clásica romana por autores
como Ovidio, por ejemplo, o por
nuestro renacentista Garcilaso de la
Vega.
La
historia narra la desventura de Hero,
una sacerdotisa que habitaba una torre en un extremo del estrecho del Helesponto. Leandro, que vivía en el otro lado, se enamoró de ella. Cada noche,
cruzaba el mar a nado para acudir a la cita. Hero encendía una fogata en la torre con cuya luz guiaba al
esforzado amante. Sin embargo, una noche de tormenta, un vendaval apagó la
hoguera y, extraviado, Leandro se
ahogó.
Mike Scott
es un Leandro musical, que al
contrario del personaje legendario ha sabido mantenerse a flote. Y lo ha hecho
con tanta clase y estilo que ha convertido la supervivencia en un mar de
turbulencias en un ejercicio de fino y bello arte. Tal y como se afirmaba en el
título de aquél disco de The Boomtown
Rats: The Fine Art Of Surfacing.
Pero
es que Mike Scott, además, es un Leandro redivivo a causa del motor
compositivo que ha guiado su último trabajo en estudio como The Waterboys, el disco Out
Of All This Blue: la artista japonesa Megume Igarashi, también conocida como Rokudenashiko. Mike Scott
se casó con ella en 2016, confirmando así una relación con una diferencia de
edad de casi 14 años que, para algunos estrechos de mente, roza lo escandaloso.
La
verdad, es que todo lo que tiene que ver con Rokudenashiko resulta escandaloso en Japón. Porque esta artista, escultora entre otras virtudes
creativas, ha tratado un tema prohibido en la cultura secular nipona: la
vagina. Ha plasmado esa parte femenina en fundas para el móvil, collares,
abalorios, pequeños juguetes, e incluso se construyó una canoa con la forma de
su vulva, que había escaneado previamente, desencadenando un monumental
escándalo que terminó por llevarla durante una semana a la cárcel.
Con
estos mimbres, no es de extrañar que Mike
Scott se haya sentido rejuvenecido y enamoradísimo de una mujer que no
parece nada convencional. Por ello, ha consagrado casi todo el disco Out
Of All This Blue a celebrar ese amor por la japonesa. Y me detengo
tanto en este disco para hablar del concierto ofrecido en Madrid porque de las 23 canciones que interpretó, 13 pertenecían a
este disco. Son muchas canciones nuevas.
Tal
vez demasiadas, al menos para un segmento del público y de seguidores que no
han encajado muy bien estas nuevas coordenadas compositivas de un Mike Scott que busca hacer bailar al personal
porque se siente pletórico. El inicio del concierto fue trepidante, y eso que
de una tacada arrancó con cinco canciones del disco nuevo. ¡Pero qué forma de
sonar, qué tremendo poderío de la banda, qué grupo de músicos!
Músicos,
en efecto: ya he mencionado al violinista Steve
Wickham, toda una institución sobre las tablas, acompañado de Bart Walker a la guitarra, muy culpable
de que The Waterboys ahora oscilen
entre el trago de scotch y el sorbo de burbon sureño. Al lado, dos baterías, Ralph Salmins y John Green, muy culpables de la contundencia sonora que despliega
esta banda en directo, con el bajista Aongus
Ralston y las voces en los coros de Jes
Kav y Zennie Summers. Todo ello
culminado por ese Angus Young de los
teclados que es el efervescente Brother
Paul Brown. Con Mike Scott,
nueve miembros sobre la tarima del Nuevo
Teatro Alcalá.
Así
que a las raíces folk y celtas-escocesas e irlandesas de The Waterboys, se les suman los hervores sanguíneos de músicos de Menphis y Nashville. De esa forma, el sonido que persigue Mike Scott deriva hacia un rock negro y
sureño de blues con toques country absolutamente delicioso…, para desesperación
de algunos de sus fans más recalcitrantes. Pero un placer para los amantes de
la música con mayúsculas, esa Big Music
que The Waterboys conocen tan bien —y
que es la forma en la que ellos mismos denominaron al sonido desplegado en sus
primeros discos—.
Entiendo
que todo esto sean demasiados inconvenientes para que el fanático del sonido
sucio del trío mágico conformado por Scott,
Thistlethwaite y Wallinger, entre el 83 y el 88, pueda
disfrutar del concierto. Pero lo cierto es que los dos últimos componentes,
geniales desde luego, hace casi 30 años
que abandonaron el grupo, y que Mike
Scott ha peregrinado, como ese Leandro
nadador, por un erizado mar del folk-rock tradicional, luego ha derivado hacia
sonidos mucho más duros, pasando antes por las baladas, hasta desembocar en la
gran recombinación que aparece en el último disco: desde ritmos de hip-hop hasta golpetazos country & western, desde
contundentes guitarras de blues hasta estridentes piezas de rock. Todo eso se
pone en escena. Y se añade a un líder profundamente enamorado y con ganas de
bailar.
El
resultado es un concierto magnífico, pero repleto de canciones nuevas, tal y
como el espíritu juvenil de Scott
demanda. Por ello, no será hasta la sexta canción cuando aparezca un gran
clásico de otros tiempos, A Girl Called
Johnny —segundo tema de su disco debut, de 1983— celebrado con igual
algarabía por el nostálgico y por el fan recalcitrante. De las primeras cinco
canciones nuevas, Santa Fe y Love Walks In han sido tremendamente
efectivas, lo que me hace pensar que este último trabajo de Mike Scott, por otra parte soberbio a
pesar de las muchas malas críticas que haya cosechado, todavía mejora mucho más
al ser atacado en directo. Algo que se confirmará en las excepcionales
versiones de The Hammerhead Bar o Morning Came Too Soon.
No
será hasta mucho después, al aparecer When
Ye Go Away —de 1988— y All The Things
She Gave Me —de 1984—, cuando el fanático disfrute de nuevo, mientras que
el nostálgico se felicite por recuperar estos temas, pero hace rato que ha
comprendido la evolución lógica y normal del músico y de sus músicas, y hasta
se está planteando el comprarse ese nuevo disco cuyos temas han sonado tan
maravillosamente bien.
Mike Scott
continúa surcando los mares con las brazadas de su nueva música consagrada a su
joven mujer, haciendo alguna pausa para enseñar un caramelo a los fundamentalistas
del pasado, y que así se mantengan tranquilos. La gollería llega, en este caso,
con Medicine Bow, de su obra maestra This
Is The Sea, y entonces vuelvo a recordar aquella noche frente al Telefunken. Con mi hermano y con tanta
música por descubrir.
Y
claro, The Whole Of The Moon. Que
cierra el concierto y da paso a los bises creando un momento de adoración
colectiva a Mike Scott que, desde su
teclado, repite una y otra vez el inmortal estribillo del himno. Es el momento
por el que todos han pagado su entrada. Y nos lo ha ofrecido como una forma de
reconocer que, aquello que le permite hacer una música como la de ahora, son
las composiciones de éxito de antes.
Por
eso, tras un doble bis con la delicada How
Lon I Will Love You?, notablemente endurecida, y un cierre sorprendente con
la pieza This Is The Sea, acelerada y
exuberante, al fan le sorprende hasta casi la indignación que se hayan obviado
temas como Fisherman´s Blues o The Pan Within, por ejemplo, dando
prioridad a las nuevas composiciones.
Pero
esta se trata de una sorpresa que tan sólo anida en quienes, completamente
equivocados, acudieron al Nuevo Teatro
Alcalá con la convicción de presenciar un ejercicio de pasado, y se toparon
con un monumento de futuro musical, pleno y fresco, que echó por tierra sus
expectativas de revival. Mike Scott
nada y bracea para reunirse, con sus canciones, cada noche junto a su Hero japonesa. No piensan permitir que
se les apague la fogata que alumbra el punto de encuentro de su amor, y mientras,
The Waterboys seguirán demostrando
que sobre el escenario, nadando incluso contra corriente, es en donde mejor
despliegan sus habilidades, convirtiéndolas en un arte delicado, como de
filigrana nipona.
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