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La
nómina de escritores que se han sumergido en un océano de color tinto es tan
amplia como legendaria. La idea de Bukowski
aporreando las teclas de su máquina de escribir mientras bebía vodka y
componía poemas, o de Hemingway
haciendo el memo en los San Fermines
con un chato de vino y sin saber muy bien que ocurría a su lado, ya forma parte
de la iconografía literaria.
Si
tenemos que escribir sobre los grandes borrachines de las letras, una parada
obligatoria debemos hacerla en Francis
Scott Fitzgerald, tan capaz de crear hermosas historias como El
gran Gatsby (Anagrama) o la
incomparable Suave es la noche (Alfaguara),
como de mantenerse durante días en el corazón de la melopea de ginebra,
concretamente del Gin Rickey
(ginebra, lima y soda).
Aunque
las especulaciones sobre su muerte son muchas, desde que tenía tuberculosis
hasta úlceras, un infarto acabó con
su vida. No cabe duda, de que el proceso destructivo de la bebida fue minándolo
hasta matarlo.
Bebedores
legendarios son también William Faulkner
—con lagunas temporales de las que no recordaba nada, la inconsciencia, o
peleas monumentales gracias al Julepe de
Menta, a base de Jack Daniel´s y
menta—, Ian Fleming —una botella de
ginebra al día—, John Steinbeck y el
Jack Rose, a base de Applejack, granadina y zumo de limón, Truman Capote —un recordman de los Martinis que acabó falleciendo de
cirrosis a los 59 años—, Malcolm Lowry
—whisky, tequila y mezcal—, Joseph Roth
—un gran amante de coñac—, Anne Sexton
—Margaritas— y Baudelaire —absenta—.
Otros
ilustres bebedores fueron William Burroughs,
Marguerite Duras, Lawrence Durrell o Jack Kerouac.
Veamos
una lista de los escritores que más bebían y sus tragos favoritos:
Oscar Wilde
y la absenta. Hemingway y la absenta
en cóctel con champán. Raymond Chandler
y los Gimlets. Alan Poe y el coñac, solo o bien en ponche de huevo. Bukowski y el Vodka 7 (es decir, con Seven
Up).
Sin
duda es una lista contundente. Quiero detenerme un momento en dos escritores y
bebedores muy peculiares, y el primero de ellos es John Fante.
John Fante
no obtuvo un gran reconocimiento de su obra como novelista. De hecho, sólo
después de su muerte se le empezó a considerar como el padre del Realismo Sucio, sobre todo cuando Charles Bukowski comenzó a reconocerlo
como tal. El problema de Fante, tal
y como explica su hijo en la extraordinaria biografía Fante. Un legado de escritura,
alcohol y supervivencia (Sajalín),
fue que renunció a ser escritor a cambio de la vida muelle repleta de campos de
golf que le proporcionaban los guiones magníficamente remunerados que le
demandaba la empresa cinematográfica de Hollywood,
y eso terminó por amargarlo por completo. Bueno, eso y la diabetes, que lo dejó
ciego e inválido.
Entonces,
lo que de verdad nos importa de John
Fante no son sus órganos macerados en alcohol sino la grandeza literaria de
sus obras denostadas en su tiempo y admiradas actualmente. Es un escritor
enorme, y es queda demostrado, por ejemplo, en la saga de uno de sus personajes
más memorables, Arturo Bandini,
compuesta por Espera a la primavera, Bandini, Pregúntale al polvo, Sueños
de Bunker Hill y Camino de los Ángeles (todas ellas
en Anagrama).
Son
novelas algo gamberras, extraordinariamente divertidas, con un personaje
disolvente como Arturo Bandini, que
batalla para triunfar como escritor en el ambiente de Los Ángeles, en una especie de alter ego que muchas veces recuerda
a ese Hank Chinaski que oculta a Bukowski.
Pero
Fante no sólo iba a legarnos la saga
de novelas de Bandini. Así mismo
notables son Llenos de vida y La hermandad de la uva (ambas en Anagrama); en esta última los
protagonistas son un grupito de bebedores, que terminan por resultar realmente
carismáticos e, incluso, enternecedores. Hace unos pocos años, Anagrama publicó, en esa recuperación
de la obra narrativa de Fante, un
libro de relatos: El vino de la juventud.
De
tal palo tal astilla, o de tal padre tal hijo. Es el caso de Dan Fante, el autor de la biografía a
la que me refería anteriormente, y que experimentó un viaje de la mano del
alcohol mucho más oscuro, tenebroso y demoledor que el de su padre.
Todas
estas experiencias quedan reflejadas en las novelas Chump Change y Mooch
—ambas en Sajalín—, narraciones
excelentes, vibrantes, vertiginosas y, si alguna vez la literatura aspiró a la
verdad, de lo más sincero y descarnado que he leído.
Dan Fante,
como muy bien aprendió de sus mayores, también se crea un alter ego, esta vez
el escritor Bruno Dante, consumido
por el vino barato (llamado Perro Loco),
y en permanente peregrinar por las reuniones de alcohólicos anónimos. A pesar
de lo tremendo de las narraciones, en ellas aparece de forma muy brillante la
esperanza al final de camino. En noviembre de 2015, Dan Fante falleció a los 71 años, víctima de cáncer.
Vamos
a fijarnos en los bebedores patrios. A Lope
de Vega parece que le gustaba el vino en demasía, y a Quevedo también. Francisco
Umbral y Claudio Rodríguez
también usaban los vapores etílicos a la hora de incentivar la inspiración.
Quiero
terminar con la leyenda, porque realmente no hay nada comprobado con veracidad
al respecto, de Dylan Thomas. Al
parecer, un instante antes de fallecer, reconoció, no sin orgullo, que acaba de
beber 18 whiskies seguidos. “Creo que es un récord”, sentenció antes
de desplomarse y entregar su poesía a la posteridad.
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