Suficiente, era suficiente, ya era suficiente: zascandileando por Internet
lo había encontrado, una reseña en la Wikipedia de algo llamado Campo literario
pergeñado por un tal Bordieu. Era suficiente, una información más que
suficiente con la que poder lucirse preguntando al Archiescritor que lo había
citado para una entrevista en la tertulia en el café en donde no se servía
café, al que acudiría esa tarde.
El becario de la Revista Literaria llegó al cafetín en donde siempre
se reunían los acólitos de la simpar tertulia de Literator, el escritor-besugo,
con esos ojos salitrosos, y que a su alrededor juntaba al Gran Escritor Gay, al
Posmoderno, a la Escritora Tropical y, hoy, el invitado especial: el
Archiescritor acompañado de su discípulo el Joven Infecto de Letras que por
máxima aspiración tenía el ser el mayor y mejorado epígono de su maestro. Y al
que había que parecerse en todo; como el Archiescritor –entre otras lindezas
que lo adornaban- exhibía un extraordinario mal aliento, el Joven Infecto de
Letras, de inmediato, cultivó su más pestilente halitosis suprimiendo el lavado
dental. Así eran el Archiescritor y su pupilo el Joven Infecto de Letras, una
especie de asociación tipo picador y banderillero. Y venga a cuento esta
semejanza porque una de las máximas del Archiescritor, publicada con profusión
de notas y escolios, era la certeza de que Cervantes reflejó, en su Quijote y Sancho,
las figuras de un picador y un banderillero, tal era la enorme afición del escritor
por la fiesta…
¡Vaya al grano o estaremos aquí con esta historia hasta mañana! ¡Y a
las nueve empieza el fútbol!
Sí señor, si, disculpe la digresión…
Al fondo, tras un rimero de notas y cartas y documentos y escritos de
rechazo editorial, contemplaba la escena el Fracasado, embebido en su vasito de
vinagre que acompañaba con buches de bicabornato…
¿El Fracasado? Querrá decir el Escritor Fracasado…
No señor, no, sólo Fracasado a secas.
No entiendo.
Ahora entenderá usted: Fracasado a secas, porque si lo denomino el Escritor
Fracasado pues matizo la intensidad de su fracaso, y este hombre era fracasado
en todo, ¡quizás en lo que menos fracasaba era en lo de escritor!
Comprendo muy bien… prosiga usted…
El becario acercaba la grabadora a los labios bezudos del
Archiescritor y buscaba una respuesta sublime a la pregunta que roía desde esa
mañana cuando lo de la Wikipedia, que planeaba en su cabeza como se chuparía un
hueso de melocotón de muela a muela, bamboleado en las fauces: ¿qué papel ocupa
usted en el Campo literario? Si, se refería al Campo de Bordieu –cuyas teorías
había leído por encima en el artículo de Internet y con las que se había
atragantado, ahora casi como indigesto-. Estaba seguro que esa referencia a
Bordieu dejaba su intelecto y afilado instinto periodístico a la altura. Fueron
respondiendo:
Archiescritor: Yo, como consagrado y referente mundial, soy referencia
y objeto literario, en la cúspide de la pirámide predadora de ingenios, señor
feudal del Campo literario (y al tercer día, fíjese muchacho, resucitaré).
Literator (carraspeando y sin poder darse ya tanto boato ante la
declaración del Archiescritor): Yo, como faro y referencia para la crítica y
estudios nacionales y supranacionales, soy el dueño del castillo que campea y
vigila sobre el Campo literario y, claro, ejecuto mi justo y necesario derecho
de pernada literaria.
El Escritor Posmoderno: Yo, más que al Campo literario… ¡pertenezco a
la Ciudad literaria! –y tan satisfecho, se olisqueó ambas axilas en lo que si
muy bien podría ser un velado y sesudo homenaje a Onetti no era sino un acto de
suprema guarrería posmoderna del induchable autor reluciente en su bola de
grasa y caspa y tras sus gafas de culo de vaso.
La Escritora Tropical: Yo, regento el puticlub del Campo literario, y
te puedo hacer precio muchachín (el becario rojizo), soy una meretriz literaria
y a golpe de coño publico mis obras. Todas y cada una (y miró de soslayo al
Posmoderno, con quien compartía desde tiempo atrás las salivas, ciertos fluidos
y algunas olas).
El Gran Escritor Gay: Yo, me opilo en el Campo literario, también me
depilo pero eso no viene al caso… decía que me opilo en el Campo literario, me
atiborro de un hermoso y pastoso barrizal en el que abrevo y así estoy más
lustroso que un cochino con mis novelas…
¡Espere, espere! Ese tal Gay… ¿dijo un cochino?
Sí, es que… era de Bejar… se ve que tenía querencias con eso de los cochinos…
Vale, vale, vaya terminando, que aburre usted.
Ante tamaña declaración (la del cochino) el Joven Infecto de Letras se
apresuró a dictar algún disparate al magnetofón cuando un vozarrón se proyectó
sobre el café en donde no se servían cafés. Al fondo, después de un chupito de
vinagre, el Fracasado, agarrado a sendos Berninis de rechazo editorial, manifestó
su posición en el Campo literario: Yo no soy parte ni del Campo ni de la ciudad…
Sorprendido, el becario abandonó el círculo de Literator y plantó la
grabadora en la boca del Fracasado: ¿Entonces, a qué pertenece usted? Y el Fracasado
contestó: A los cementerios, al columbario, al crematorio… a la fosa común
literaria.
Y mientras un nauseabundo olor a séptica inundaba el cafetín, para
quebrantar el silencio que como un vómito de asfalto se derramó sobre todos ellos,
el Joven Infecto de Letras (que acababa de tomarse un Frenadol para combatir su
afección de literatura) trató de reconducir la conversación con un acertado y
bien recibido comentario: Señores, aquí lo afirmo: ¡Yo sólo creo en el
Archiescritor y en las Caras de Bélmez!
Y fue ovacionado como forma de airear el ambiente opresivo de enfermos
de letras y miasmas tipográficas y entonces…
¡Qué bárbaro amigo, pues no es pesado usted! ¡Y cómo aburre! A ver,
que me voy a ver el futbol a casa porque aquí en el bar, con usted al lado,
como que no… ¿Qué se debe?
Lo lamento caballero, ¿y si le pago otra ronda?
¡Hombre, eso se avisa! Mozo; ¡vinacho y una de pajaricos fritos!