Detrás de la cristalera del café Bohemia, la lluvia fría recordaba que, por cálidas que fueran los contenidos de las copas, del Calvados y del Schnapps, los bebedores seguían estando en Praga. En una mesa, frente a frente, Franz y Joseph.
Franz apenas había probado el contenido de su taza de café. Joseph apuraba su quinto coñac.
-¿Y sobre qué piensa escribir ahora? –le preguntó Franz, de rostro afilado de murciélago, al sonrosado Joseph, manzanoso y acarrillado.
-Ummm –dudo por un instante-: Creo que algo sobre un vagabundo, tal vez se desarrolle la narración en París…
-¡Un vagabundo! ¡Y en París!- exclamó alterado Franz, agudizando los extremos de sus orejas (cuando era bien poco dado a la alteración)-. No creo que eso tenga mucho éxito…
Joseph, acaparando valor en la nueva copa que acababa de servirle el mozo de brillantes charreteras, degustó el contenido y rebatió a su compañero:
-Usted me dijo que escribía sobre una cucaracha…
-No –le corrigió Franz como activado por un resorte de desagrado-, sobre un insecto, un insecto… -Joseph movió una mano regordeta con desprecio y añadió:
-¡Tanto da cucaracha o escarabajo! ¡No deja de ser un insecto, señor mío! Y eso es re-pul-si-vo –matizó, hiriente.
Franz miró fijamente a Joseph para, con un hilillo de voz, defenderse sin convicción:
-Un hombre que… despierta… un día… convertido en… en… insecto…
Joseph estalló en sonoras carcajadas y, antes de llamar al camarero de nuevo, aseguró:
-¡Yo, un vagabundo, usted: un hombre-insecto! ¡Lo tenemos muy difícil, desde luego! ¡No nos leerá nadie! ¡Nunca! –miró a su amigo Franz con lástima y añadió-: Ande, lo invito a tomar una copita de aguardiente…
Franz negó, rotundamente, con la cabeza. ¿Acaso Joseph ignoraba todavía que él era abstemio?
Afuera, contra los cristales, toda Praga.
(Ilustración: una pintura de Ernest Descals).
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