viernes, 4 de noviembre de 2011

Ahora lo entiendo


Ha sido necesario volver a reencontrarnos para que yo pueda entenderlo todo: diecisiete años después, he necesitado que el destino nos hiciera coincidir en una noche de cerveza para que yo pudiera, al final, entenderlo.

Lo entiendo: estoy pagando por lo que hice a tu lado, por lo que me sucedió contigo. Estoy pagando, pago todavía y no sé hasta cuando pagaré, el atisbo de mi vida junto a ti, esa que nunca sucedió, y todo lo malo que contigo pude cometer. También estoy pagando lo mucho que te quise, y el que tú a mí, por mucho esfuerzo que hicieras -según tu puño y letra fue un esfuerzo hasta llorar- no me quisieras en absoluto.

Tengo que estar pagando aquello, esa es la explicación: ahora lo veo claro. Eso lo explica todo. Explica que tus padres vivan felices y gocen de estupenda salud y una relajada jubilación con la sonrisa pintada en sus labios, que puedas disfrutar de ellos y de tus hermanos, que te hayas casado y tengas hijos, que trabajes en lo que era tu vocación y que durante todo este tiempo te hayas dedicado a construir mientras yo he consagrado mi existencia a vivir con el empeño de la absoluta destrucción. Sí, eso lo explica todo.

Las aberraciones que cometí a tu lado, como la de quererte tanto sin obtener nada a cambio son la razón, son la enorme culpa que ahora estoy pagando, el castigo que llevó a la tumba a mi padre y a mi hermano, el motivo por el cual me ahogo en un trabajo de mierda y el motivo por el que sufrí un tumor en la columna vertebral, por ejemplo.

Siempre me consolé pensando que a otros les sucedían otras desgracias, en efecto, pero al verte, sabiendo como sé que éramos almas gemelas, me ha quedado bien claro: tu disfrutas de una vida impoluta e inalterada, colmada de dones, como si el tiempo no hubiera pasado por ti y por los tuyos, mientras todo a mí alrededor se ha desmoronado. Ahora lo entiendo: estoy pagando por lo que hice, pagando por ti.

Al final, fíjate que curioso: haberte querido tanto ha sido mi castigo y el de los míos. Los ha llevado a la tumba. ¿Quién podría habérmelo advertido cuando te cogía de la mano o besaba tus labios?

Pero ya sé que la única solución para dejar de pagar el execrable crimen que cometí a tu lado es la farmacia, la caja de lorazepan y la botella de Jack, ese mismo licor que nos bebíamos creyendo el uno en el otro, o yo creyéndome la mentira en ti.

Y, en efecto, ahora que lo he entendido, puedo asegurar que en una cosa tenías razón, tal y como dijiste: en mis escritos flota la misma mierda de la que te quisiste apartar cuando te alejaste, sin un motivo aceptable, de mí.

Joder, estabas en lo cierto.

Ahora lo entiendo.

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