martes, 27 de abril de 2010
La sangre es más espesa que el agua
Si me cortaras con una cizalla las gotas de mi sangre podrían generar nuevos fracasos. Mi corazón vacío dejaría de latir y, soñoliento, me entregaría a una muerte lenta y gozosa; gozosa por lo que dejaría aquí, por lo que olvidaría aquí y ahora.
Habría que generar toda una nueva antropología para estudiarme. Hay que acostumbrarse a verme, como al Hombre Elefante, hay que aprender a mirarme, como a una aberración. Soy una amalgama funesta, una ameba de dolor que violenta la vista.
No me engañaré jamás: soy un monstruo.Tal vez una desviación a ratos soportable, tal vez una desgracia necesaria para reflejar el triunfo de los demás. Minotauro en el laberinto o sirena de Fidji, parada de freak o Gabinete de Caligari, soy sólo eso: nada más que eso.
Obviamente, nadie puede permanecer más de cinco minutos a mi lado. La deformidad de mi alma, la joroba de mi ser, espanta al más decidido. Y si alguien se aproxima y me tiende una mano corre serio riesgo. De un zarpazo le abriré el pecho y con mi puño le arrancaré el corazón. Drenaré su sangre en un barril y la beberé mientras, con los ojos en blanco por la agonía, le recordaré a gritos que la sangre es más densa que el agua, como mi dolor es más denso que cualquier amor.
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Esto me resulta familiar, aprender a mirar, acostumbrarse a ver...
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