miércoles, 1 de agosto de 2018

Primo Levi: Si esto es un hombre o la inutilidad de la resistencia


Edición filatélica conmemorativa italiana con el retrato de Primo Levi y el fondo con los primeros párrafos de su obra Si esto es un hombre.

*Esta columna apareció en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/primo-levi-si-esto-es-un-hombre-o-la-inutilidad-de-la-resistencia/

El próximo día 31 de julio se cumplirán 99 años del nacimiento, en Turín, de Primo Levi, el escritor italiano. Sin embargo, creo que definirlo únicamente como escritor es abarcar escasamente la personalidad de Levi, que además de químico, fundamentalmente y por el resto de su vida, fue un superviviente de Auschwitz y se dedicó a recordarlo. Sus escritos, sus testimonios, han demostrado que la pluma de este autor de formación científica esta cargada de sentido y humanidad. Puso todo el empeño en dar testimonio de aquello, era para él algo más que una necesidad, y con ello nos regaló algunas de las páginas más estremecedoras de la literatura, así como lúcidas reflexiones conducidas al intento de digerir el significado de aquella barbarie. Creo que es hora de acordarnos, de nuevo, de él. En Achtung! y en esta columna de El Odradek, así lo entendemos.

Un boletín de la Agencia Reuters fechado en el día 11 de abril de 1987 anunciaba:
El escritor italiano Primo Levi Murió hoy, resultado de una caída por el hueco de la escalera de su residencia en Turín. La policía considera su muerte un suicidio. Tenía sesenta y ocho años”.
Para sus más allegados el suicidio era incomprensible. La fecha era bien significativa: ese día era el aniversario de su liberación del Campo de Auschwitz. Y no podían olvidar que, siendo químico de profesión, y por tanto con capacidad para acometer un envenenamiento plácido, hubiera elegido arrojarse por el hueco de unas escaleras. Una forma desagradable de morir, que además era cruel con la familia que lo encontró aplastado en el suelo del edificio ubicado en la calle Re Umberto, número 75.
Fachada de la casa familiar de Levi en la calle Re Umberto de Turín y detalle del telefonillo:


No dejó ninguna nota que explicara aquello. Es más, parece que sobre la mesa acababa de realizar la lista de la compra, y un amigo suyo, que apoyaba la idea del accidente, argumentó que nadie que piense en suicidarse hace minutos antes la lista de la compra. Algunos rumores decían que ese día un grupo de neofascistas se había metido con él, que incluso le apuntaron con armas…, o que el motivo del suicidio fue el impacto que experimentó al ver la película El quimérico inquilino, de Roman Polanski, en donde un judío polaco intentaba suicidarse lanzándose al vació por el hueco de las escaleras; unas escaleras que, al parecer, guardan un gran parecido con las de la casa de Primo Levi.

Cartel de la película de Polanski del año 1976, titulada en España como El quimérico inquilino.

Sea como fuera, y dado que el rumor del suicidio era cada vez más sólido, el Rabí Artom de la ciudad de Turín tuvo que inventarse un recurso legal-teologal para que se permitiera enterrar a Levi de acuerdo con el ritual judío a pesar de haberse suicidado. La muerte no era exactamente un suicidio sino, más bien, un asunto de lo que denominó “homicidio demorado”. El argumento: cualquiera que se hubiera suicidado tras pasar por un Campo de Exterminio, realmente, estaba siendo asesinado por el régimen nazi; aunque la muerte ocurriera muchos años después.
En conclusión, el diario Corriere della Sera se mostró contundente en su titular:
Aplastado por el fantasma del Campo”.
Así que Primo Levi, como judío italiano, fue deportado al campo de exterminio de Auschwitz en febrero de 1944 y sobrevivió a él, saliendo, moribundo, a mitad del año 45, cuando el lugar fue liberado por el Ejército Rojo.
Así registraba la prensa española, en este caso La Vanguardia en sus páginas de cultura, el suicidio de Primo Levi. Columna derecha.

Siguiendo la inquietud de otros intelectuales que pasaron por semejantes circunstancias —el Premio Nobel de Literatura húngaro Imré Kertész, por ejemplo, que estuvo en Auschwitz y Buchenwald—, Levi se aprestó a dar testimonio, aunque sobre él pesaría toda la vida esa máxima de Adorno que afirma:
Después de Auschwitz es imposible hacer poesía”
Al igual que Levi había resistido con vida mientras estuvo en el campo, también se dedicó a resistir a los demoledores efectos de la experiencia y a combatir al terrible fantasma de los recuerdos, pero no pudo evitar entregarse a ser un superviviente por el resto de su vida. Si esto es un hombre (Península) su primer testimonio, apareció en 1947 y pasó sin pena ni gloria. El resto de su obra siguió por los mismos derroteros, apoyada firmemente en el recuerdo y la denuncia: La tregua, Los hundidos y los salvados(ambos en Península), El sistema periódico (en El Aleph con traducción de Carmen Martín Gaite)… Sería el éxito de La tregua la circunstancia que lo catapultaría mundialmente como uno de los escritores más importantes sobre el Holocausto.


Escritor, judío y superviviente de Auschwitz. ¿De qué manera Levi, en sus textos, intentó resistir a la terrible experiencia? Su actitud no fue la de clamar una venganza desencadenada ni la de entonar un perdón humillante. Una venganza que para el escritor alemán W. G. Sebald en su obra Campo Santo(Anagrama), se fundamenta en que:
Todo daño tiene su equivalente en alguna parte y realmente puede ser compensado, aunque sea, mediante el dolor del causante del daño, hipótesis que Nietzsche consideró el fundamento de nuestro sentido del derecho”.
Para Levi, sin embargo, no se trata de este tipo de venganza, sino de administrar justicia. La salida al problema estriba en la simple administración de la justicia:
No tiendo a perdonar, nunca he perdonado a ninguno de nuestros enemigos de entonces (…) La venganza no me interesa, me convenía que los demás, la gente del oficio, se encargara de los ahorcamientos, obra de justicia”.
Creía en la justicia y pensaba en dejar que fueran los profesionales quienes la administraran. Porque, ante el asesinato en masa, el genocidio, obtener el perdón de un solo individuo no vale de nada. Lo que si resulta valioso, extraordinariamente precioso, es dar testimonio, utilizar el recuerdo. Y a ellos, a los que se quedaron por el camino, consagró sus obras.

Esta obsesión por dar voz a los hechos, que la masacre no cayese en el olvido, fue lo que terminó por amargar la propuesta de supervivencia y resistencia de Primo Levi. Demasiado a menudo se encontró, como manifiesta Reyes Mate en su libro Por los campos de exterminio (Antrhopos), que como testigo era “tratado como aguafiestas”, tal vez haciendo buena la idea de Walter Benjamin:
Recordar es apropiarse del pasado en el instante de peligro”.
Y esa obsesión por el recuerdo les ha resultado siempre muy molesta e incómoda a quienes han intentado mirar para otro lado y querer pensar, para tranquilizar sus conciencias, que o nada tuvieron que ver con aquello o que, realmente, nada pudieron hacer para evitarlo.

Primo Levi relata a menudo la convicción de los nazis, cargada de soberbia, cuando decían a los prisioneros que nadie saldría vivo para contarlo y que, aunque lo consiguieran, nadie se lo creería. Y así lo registra en su prólogo de Los hundidos y los salvados, donde reproduce lo que aseguraban los nazis de Auschwitz:
De cualquier manera que termine esta guerra, la guerra contra vosotros la hemos ganado; ninguno de vosotros quedará para dar testimonio de ella, pero incluso si alguno lograra escapar el mundo no lo creería. Tal vez haya sospechas, discusiones, investigaciones de los historiadores, pero no podrá haber ninguna certidumbre, porque con vosotros serán destruidas las pruebas. Aunque alguna prueba llegase a sobrevivir, la gente dirá que los hechos que contáis son demasiado monstruosos para ser creídos: dirá que son exageraciones de la propaganda aliada, y nos creerá a nosotros que lo negamos todo, no a vosotros. La historia del Lager, seremos nosotros quien la dicte”.
Se tardó en creerlo, desde luego, pero los nazis se equivocaron, porque al final se creyó, aunque todavía existan negacionistas o revisionistas. El principal problema radicó en que aquella verdad tan insoportable de admitir generaba molestias; la verdad, sus raspas, se hicieron tan incómodas que supervivientes como Primo Levi acabaron sintiéndose como traidores por haber sobrevivido, como seres molestos que se movían, allí donde fueran, con la indignidad de los supervivientes.
Reyes Mate, filósofo español siempre sensible a las circunstancias de los Campos de Exterminio y en particular a Primo Levi.

Kertész, en su libro Sin destino (El acantilado), ya apunta claramente a esa derrota del superviviente” que, como dice­:
“Tiene que aceptar cualquier argumento con tal de seguir viviendo”.
Y que ante la pregunta de qué era lo que sentía tras todo lo pasado y sufrido, únicamente podía argumentar: “Odio”.

Sobre este asunto, en relación con los sufrimientos del escritor austriaco Jean AmerySebald concluye en Campo Santo que:
La existencia prolongada más allá de la experiencia de la muerte tiene su centro afectivo en un sentimiento de culpa, esa culpa del superviviente (…) la carga psíquica más pesada de los que escaparon al asesinato”.
Ese era el pecado. Haber vuelto para contarlo, no haber fallecido para integrar las listas, para ser llorados, recordados de otra manera mucho más higiénica para la culpa colectiva y europea: simplemente de una forma fúnebre en la que no pudieran, al igual que los otros seis millones, hablar, acusar, señalar, argumentar la pregunta dolorosa: ¿Qué hiciste tú para poder evitarlo? Reyes Mate es categórico:
Europa no puede pensarse ya de espaldas a esta tragedia”.
Pero lo cierto es que, como se lamenta más adelante Reyes Mate en su texto Por los Campos de Exterminio:
 “Los lugares están abandonados y los acontecimientos olvidados. Europa no ha aprendido nada”.
Tumba de Primo Levi en el Cementerio Monumental de Turín. Aunque en un principio solo se consignaron en la lápida los años de nacimiento y muerte, después se le añadió el número de prisionero que se le tatuó en Auschwitz, una identidad que le acompañó de por vida: 174517.

 Como dice Sebald en relación con lo que representa sobrevivir a la experiencia de los Campos:
Haber sobrevivido significa (…) ser condenado a una existencia fantasmal, porque en su verdadera figura sigue viviendo aún en la ciudad de los muertos. Primo Levi, que estuvo algún tiempo en Auschwitz, describió esa ciudad muy concretamente: Buna se llamaba aquel conglomerado babilónico, donde además de los administradores y técnicos alemanes deambulaban cuarenta mil trabajadores reclutados en los campos de concentración circundantes, que hablaban más de veinte idiomas. En medio de la ciudad se alzaba, como un verdadero monumento, la torre de carburo construida por los esclavos, cuya punta estaba casi siempre rodeada de niebla”.
Sin embargo, lejos de la culpa de unos y de otros, se encuentra el intento de comprender lo sucedido en la obra de Primo Levi. Así, en Si esto es un hombre, manifiesta claramente sus dudas ante la posibilidad de aclarar, de una forma racional, lo sucedido:
Quizá no se pueda comprender todo lo que sucedió, o no se deba comprender, porque comprender casi es justificar. Me explico: comprender una proposición o un comportamiento humano significa (incluso etimológicamente) contenerlo, contener al autor, ponerse en su lugar, identificarse con él. Pero ningún hombre normal podrá jamás identificarse con Hitler, Himmler, Goebbels, Eichmann e infinitos otros… No podemos comprenderlo; pero podemos y debemos comprender donde nace, y estar en guardia. Si comprender es imposible, conocer es necesario, porque lo sucedido puede volver a suceder, las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de nuevo: las nuestras también”.
 De forma que, para Levi, Auschwitz es incomprensible, estará condenado a luchar toda su vida contra los recuerdos y las vivencias de una monstruosidad enigmática. Los conocimientos relativos al Holocausto, por muchos que se posean, nunca constituyen una explicación suficiente al horror. Aunque tal vez, como concluye Reyes Mate:
Decimos que Auschwitz es incomprensible porque no queremos ver a la barbarie como una posibilidad latente de nuestra cultura”.
En Los hundidos y los salvados, capítulo central en su tarea de resistencia, Levi descubre una zona denominada como La Zona Gris. Esta zona define a todos los insertados en el sistema de los Campos que no eran sencillamente víctimas o verdugos, sino que colaboraban con los guardianes o superiores para asegurarse la supervivencia. No todo era blanco y negro, había grises. Esos grises hacían aún más incomprensible lo sucedido e hicieron más intolerable el recuerdo de Levi.
La Zona Gris, película sobre la rebelión de un grupo de prisioneros de Auschwitz que toma su nombre de la obra de Primo Levi.

Entre Si esto es un hombre y Los hundidos y los salvados hay una reflexión brutal: Auschwitz no ha servido de nada, la historia de la humanidad sigue su curso. Levi va cayendo, poco a poco, en la desesperanza y ya sólo puede reformular en su trabajo Informe Sobre Auschwitz (Reverso Ediciones) el axioma de Adorno:
Después de Auschwitz no se puede escribir poesía que no trate de Auschwitz”.
Porque la realidad de aquel sistema, tan perverso, es definida por Sebald como un proceso:
“En que el provecho económico que obtenía el sistema de utilización de despojos humanos (…) no justificaba ni de lejos el gasto realizado. Y en ese saldo negativo se esconde una dimensión en cierto modo metafísica, un mal al parecer totalmente sin sentido”.
Fue la imposible realidad de ese sin sentido, constatada, tan horrible, tan insoportable, que Levi se dejó caer por el hueco de las escaleras de su casa cuando pasaban cinco minutos de las 10 de la mañana. Los que quieren creer que nunca dio por doblada su resistencia siguen afirmando que le dio un vahído, un mareo. Pero otros, intuimos la desoladora verdad, con un Levi derrotado en su exasperante lucha, circunstancia que comprende muy bien Sebald cuando afirma:
“Forma parte del estado de ánimo físico y social de la víctima el que no se la pueda compensar por lo que se le hizo. Quién fue víctima sigue siéndolo”.
Porque, en palabras del historiador Lothar Machtan en su obra El secreto de Hitler (Planeta):
Hitler (…) no sólo infecto de forma fatal su mundo, sino también el nuestro, dejando en él su huella perdurable”.

Se ha creado así un reinicio de la historia para muchos intolerable. Imre Kertész en Un instante de silencio en el paredón (editorial Herder), libro de ensayos y conferencias, afirma con la contundencia de la derrota absoluta:
Nuestra mitología moderna empieza con un gigantesco punto negativo: Dios creó el mundo y el ser humano creó Auschwitz”.



Eso fue lo que le resultó del todo intolerable a Primo Levi, que declaraba al regresar de Auschwitz, en 1945:
Todo se ha vuelto un caos: estoy solo en el centro de una nada gris y turbia, y precisamente sé lo que ello quiere decir, y también sé que lo he sabido siempre: estoy otra vez en el Lager, y nada de lo que había fuera del Lager era verdad.”
 Y eso es lo que también les resultó insoportable a intelectuales y a escritores, a pensadores brillantes, como el ya mencionado Jean Amery, al poeta Paul Celan, o a Stefan Zweig, aunque alejado de los Campos de Exterminio muy próximo a la creencia de esa contundente derrota de la humanidad. Y esa certeza es tan aplastante como imposible de admitir.
Jean Amery y Paul Celan:



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