*Esta columna apareció originalmente en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/mexico-literatura-tratar-paliar-dolor-la-tragedia/
Esta
semana hemos vivido uno de esos sucesos que nos resultan imposibles de asimilar
cuando la Naturaleza se pone
intratable: me refiero al terremoto de
México. La desgracia ha golpeado con especial virulencia a un país que me
es particularmente querido, con el que mantengo unas relaciones muy especiales.
Por ese motivo, he pensado que una buena forma de ayudar a que estas horas tan
terribles resulten algo más llevaderas a todos los mexicanos podría ser hablando
de su inmensa tradición cultural en esta columna de los viernes de El Odradek.
El
acervo literario mexicano es inmenso. Se trata de uno de los países
latinoamericanos con mayor producción y talento, plagado de buenos escritores
que han encontrado su lugar en los escalones de la inmortalidad. Por ello, me
resultaría muy sencillo hablar aquí ahora, enumerar, algunos de esos genios que
están en boca de todo el mundo. Indudablemente, Juan Rulfo y su Pedro Páramo (Cátedra) o
cualquier obra de Carlos Fuentes.
Qué decir de Octavio Paz, Elena Poniatowska (parisina por
accidente), Fernando del Paso, Laura Esquivel, Elena Garro, Jaime Sabines,
o retrotraernos hasta el siglo XVI
para recordar a Sor Juana Inés de la
Cruz, entre otros muchos autores.
Sin
embargo, quiero aproximarme a cuatro escritores mexicanos mucho menos conocidos
por el gran público, como lo son Rafael
Bernal, Mariano Azuela, el poeta
Jose Emilio Pacheco y el malogrado Jorge Ibargüengoitia. En efecto, si algo
les caracteriza a todos ellos es que ya están fallecidos; pero hay algo más que
actúa como un hilo conductor en sus vidas repletas de talento: supieron
innovar, marcar la diferencia, y dejar obras para la posteridad absolutamente
decisivas en sus géneros.
La
literatura mexicana se encuentra atravesada
de parte a parte por esa tremenda primera línea que viene a ser algo así como
nuestro lugar de la Mancha: “Vine a Comala porque me dijeron que acá
vivía mi padre, un tal pedro Páramo”. La obra de Juan Rulfo podría haber oscurecido las letras de su país con la
proyección de una sombra enorme y aniquiladora sobre el resto, más aún cuando
en Ciudad de México se forjó Octavio Paz, un titán de la poesía y Premio Nobel, circunstancias tremendas
que podrían acabar con cualquier escritor modesto, dado que los focos casi
siempre iluminan a los mismos: Rulfo,
Paz y, si se me apura, al tercer
convidado, el mediático y hollywoodiense Fuentes.
Sin
embargo, la riqueza literaria del país es enorme, especialmente en los autores
que podemos llamar de género. Quiero
empezar por Mariano Azuela y su
novela Los de abajo (Cátedra)
un trabajo bien curioso, y tremendamente entretenido. Los de abajo inaugura la literatura de la Revolución Mexicana y,
de todos los autores que también explotaron ese riquísimo campo literario —Guzmán, López y Fuentes o Romero—
es la novela que, indiscutiblemente, ha pasado a la posteridad.
Los
de abajo proyecta su foco sobre los desheredados
y los desarrapados, con cierto aire de western
o de novela de frontera. Ya su
título ofrece información acerca de los verdaderos protagonistas del relato,
los revolucionarios que, desde lo más abyecto de la sociedad, buscan imponer un
nuevo orden que casi siempre encuentra su mejor vehículo de expresión en la
violencia.
La
novela presenta al campesinado oprimido por los caciques, al ejército federal
de Victoriano Huerta, que intenta
imponer por la fuerza las decisiones políticas de los gobernantes, y a Demetrio Macías, entre otros, que forma
una cuadrilla revolucionaria que, en algunos momentos, recuerda al Michael
Kohlhaas de Heinrich von Kleist o
al grupo de guerrilleros albaneses —los
mokranos— que luchan en El
año negro, la novela de Ismaíl
Kadaré. Puedes encontrar una reseña de esta novela en el siguiente link:
Al
fin y al cabo, todos estos personajes de la historia de la literatura lo único que intentan es levantarse contra situaciones
que consideran injustas, una vez que se dan cuenta de que ya no pueden contar
con la ayuda del poder oficial, que hace tiempo que ha dejado de encontrarse de
su lado —si es que alguna vez lo estuvo realmente—.
Sin
embargo, y no puedo dejar de contemplar este aspecto con desesperación, al
final la Revolución devora a sus
hijos, como siempre, y todo acaba en el mismo punto desgraciado en donde
comenzó: la sangre, la muerte y la violencia solo han servido para empeorar las
cosas, y los ideales que alimentaron la
Revolución han sido traicionados y, finalmente, olvidados; incluso sus
máximos representantes, Zapata y Carranza por ejemplo, se enemistan y entran
en guerra entre ellos. La Revolución
se ha corrompido.
Los
de abajo fue publicada por entregas en el diario
El Paso del Norte, durante los
últimos meses de 1915. No vio la luz
como novela en un solo volumen hasta el año 1920, convirtiéndose en un gran éxito.
Por
su parte, Rafael Bernal firma El
complot mongol (Libros del
Asteroide), una novela de género
negro a la que ya me he referido en alguna ocasión, como se puede comprobar
en este enlace:
Con El complot mongol, Bernal
marca el inicio del género negro
mexicano, y lo hace con una novela tan descacharrante como notable. En
ella, a golpe de humor negro, se mezclan en un universo delirante personajes
tan curiosos como agentes de la CIA y
de la KGB en un México de los años setenta y que está a punto de recibir la visita
del Presidente de los USA. Según creen todos estos Servicios Secretos, el Presidente se encuentra en el punto de
mira de una trama llevada a cabo por los chinos
con el objeto de asesinarlo… Una trama-babel
que se enreda en venganzas e intereses oscuros sobre Filiberto García, detective y asesino encargado de impedir el
magnicidio.
Bernal ha tomado elementos del clasicismo negro —Dashiell Hammett, los suburbios, la reflexión sobre el mal— para
mexicanizarlos de una forma asombrosa, sustentados en un trabajo con el
lenguaje sencillo y magistral. El resultado es tan deslumbrante, que la novela
ha admitido películas, su vertido al cómic e, incluso, una sorprendente puesta
al día en un sitio web interactivo:
Mención
aparte merece el poeta mexicano José
Emilio Pacheco. Escribir poesía en el país de Octavio Paz es algo así como intentar ser novelista en el de Cervantes o autor teatral en el de Shakespeare… Después de ellos, ¿queda
algo decente que decir? Pacheco es
un poeta descomunal, que en sus versos introduce un continuo juego meta literario.
Su
poesía es un diálogo inteligente con otros autores, y sus obras, además, un
compendio de preguntas existenciales y reflexiones sobre el paso del tiempo. En
ese sentido, uno de mis volúmenes favoritos es No me preguntes cómo pasa el
tempo (Visor), en donde los
poemas entablan un diálogo con los grandes de la literatura universal, intentando desmitificar algunas visiones
sobre la poesía y la función del poeta.
Es
José Emilio Pacheco un poeta
distinto, cargado de sorpresas, que se enfrenta al paso del tiempo con la
palabra, creando un universo propio en donde la escritura es un gran palimpsesto que se alimenta de literatura. Puedes encontrar una reseña
más amplia del libro en esta crítica que realicé hace ya un tiempo:
Siempre
sorprendente, Pacheco también lo
intentó con la novela. Muy recomendable es Las batallas en el desierto (Tusquets) una narración corta que ha
tenido gran calado en la cultura mexicana.
El
caso de Jorge Ibargüengoitia siempre
me ha resultado particularmente doloroso. El escritor falleció en el accidente del vuelo 11 de Avianca
cuando, proveniente de París, se
aproximaba para tomar tierra en el aeropuerto de Barajas un 27 de noviembre de 1983.
En aquella enorme desgracia, entre las 181
víctimas, también fallecieron otras importantes figuras de la cultura como
el escritor peruano Manuel Scorza,
el uruguayo Angel Rama y la pianista
barcelonesa Rosa Sabater.
Jorge Ibargüengoitia utilizaba
el humor y el sarcasmo como sus mejores armas para sacarle partido a su obra,
de marcados tintes paródicos. Agudamente
crítico con la sociedad mexicana, buscaba en sus novelas denunciar a los
ignorantes, a los corruptos, como ejemplo de una realidad en descomposición
ante la que es necesario resistirse. En el momento del accidente, llevaba
consigo el borrador de una nueva novela, que desapareció entre las llamas.
Entre
sus narraciones más notables se encuentran Los relámpagos de agosto (RBA) y Las muertas (RBA) esta última un ejercicio ejemplar
de novela-crónica negra que escarba
en la atroz historia de las Poquianchis,
una especie de madamas de prostíbulo sanguinarias y pueblerinas que cometieron
los más perversos crímenes en sus burdeles.
Al
principio de esta columna me he referido a las grandes plumas de la literatura
mexicana, el poeta Octavio Paz, el
narrador Carlos Fuentes y el que muy
bien pude ser uno de los padres de las letras mexicanas, Juan Rulfo. De los dos primeros, voy a recomendar textos que se
alejan de los ámbitos que les dieron la fama, si bien en el caso de Paz es un reconocido ensayista.
El
arco y la lira (Fondo
de Cultura Económica) de Octavio Paz
es un ensayo sobre los misterios de la
poesía, sobre los resortes casi mágicos que consiguen que las palabras se
conviertan en un poema. Una de las claves es la otredad, un término de compleja definición que alberga la chispa
que enciende el fuego poético. Denso y brillante, en este ensayo Octavio Paz investiga como nadie las
maravillas que puede producir el lenguaje cuando se alía con la imaginación.
Por
su parte, de Carlos Fuentes quiero
mencionar un ensayo titulado La gran novela latinoamericana (Alfaguara) que abunda en aquellas obras
que conforman lo que podría denominarse como el canon de la literatura
hispanoamericana, al gusto de Fuentes, obviamente, y discutible, pero que
sirve como aproximación para todos aquellos que deseen familiarizarse con la
literatura de un continente que, muchas veces, resulta abrumador en la
generación de talentos literarios.
Y,
como ya he manifestado al principio, de todos estos genios continentales, un
buen grupo lo conforman los autores
mexicanos. Valga este recuerdo y estas recomendaciones para tener en la
memoria a un país que atraviesa un momento crítico y que, nosotros en Achtung!, deseamos hacer algo más
llevadero reconociendo lo brillante de su literatura.