Si
dijera que no sé cómo llegamos a esta situación mentiría. Lo se muy bien. Lo
sabemos todos muy bien ahora, en lo que nos ha quedado del planeta tierra. La
culpa fue de los cangrejos, bueno, de los super cangrejos. Bueno, la culpa fue
nuestra. ¿Qué tienen que ver los cangrejos en todo lo que ocurrió? Mucho.
Llegó
un momento en la Tierra en que no
dejábamos de consumir antibióticos para todo, muchos antibióticos, y las
farmacéuticas se hacían ricas fabricándolos. Pero claro, los antibióticos se
caducaban, y había que destruirlos, y nosotros, que no necesitábamos tantas
medicinas, la verdad, los expulsábamos cuando íbamos al baño. Todo eso fue a
parar a los ríos, al agua, al mar, a los lagos, y casi toda el agua del planeta
se llenó de un líquido antibiótico.
Unos
pequeños cangrejos se atiborraron de filtrar las aguas antibióticas. Y esos
cangrejillos de río eran los bocados favoritos de los ornitorrincos que se
hartaron de comerlos. Los antibióticos hicieron a los ornitorrincos super
resistentes y poderosos. Y un día,
comenzaron su revolución.
No
sé si lo saben, bueno ahora lo sabemos ya todos después de la guerra, que los
ornitorrincos utilizan un sistema de electrorrecepción para localizar los
movimientos de sus presas. Consiste en detectar los campos eléctricos de otro
animal, en este caso el cangrejo, ¡y zasca! ¡Ñam, ñam!
Los
antibióticos asimilados por la comida de los cangrejos agudizaron el sentido de
electrorrecepción de los ornitorrincos, que empezaron a comunicarse de forma
telepática unos con otros y así organizaron su revolución.
El
día que ahora conocemos como “El Día del ornitorrinco” fue cuando Platypus I se
puso en contacto telepático con el resto de los ornitorrincos del mundo para
atacarnos. Y ustedes dirán, bueno, no hay muchos ornitorrincos, en muchos
sitios ya se habían extinguido. Pues eso es un error. Empezaron a salir de sus guaridas,
del subsuelo en donde se habían ocultado, estaban en madrigueras ocultas bajo
raíces y ramas podridas de los árboles, y nos invadieron. Eran enormes,
llevaban años alimentándose de comida repleta de antibióticos, pero eso no fue
lo peor.
Lo
peor fue que muchos ornitorrincos ya estaban en nuestras ciudades. Platypus I
avisó con sus ondas cerebrales al ornitorrinco Carl, la famosa mascota,
adorable, del zoo de Sídney. El ornitorrinco Carl organizó la revolución de los
ornitorrincos de todos los zoos del mundo: Dexter, el mas famoso ornitorrinco
del zoo de Londres, Pepe, el del zoo de Madrid, Lannister, el del zoo de Nueva
York…, así, todos se fueron sumando al levantamiento.
A
la vez, los ornitorrincos que estaban en granjas farmacéuticas, en los
laboratorios secretos ubicados en edificios misteriosos de las ciudades, se
unieron a la lucha. ¡Un momento! ¿Qué ornitorrincos de ciudad son esos?, me
preguntarán ustedes. Pues muchos, porque la ciencia los estaba usando para
hacer experimentos con ellos: los atiborraban a antibióticos, también, para ver
los efectos de los fármacos, y buscaban con la leche de las hembras crear un
suero resistente a las bacterias mutantes que habían desencadenado varias
pandemias devastadoras en el mundo. Además, el veneno de los ornitorrincos, tratado
de forma conveniente, podía ser la cura de la diabetes.
Entonces,
casi nadie sabía que el ornitorrinco es un animal venenoso. ¿Quién puede
imaginarlo con ese pico de pato y esa carita adorable? ¡Pues lo son! Tienen
unos espolones en las patas traseras llenitos de veneno. Un veneno que te
provoca un dolor que dura meses, y te deja hecho polvo. Y el de los super
ornitorrincos con antibióticos era un super veneno que causó muchas bajas
durante la breve guerra contra los humanos.
Fue
en esa breve guerra, que no duró mucho, cuando muchos supimos que eran
venenosos. Cuando los ornitorrincos de las aguas llegaron a las ciudades, se
juntaron con los ornitorrincos que se habían liberado de los zoos y de los
laboratorios y comenzó la batalla. Sus impulsos electromagnéticos se
convirtieron en poderosas descargas eléctricas, en rayos que lo destruían todo.
¡Zas, zas!, y los coches saltaban por la aires, los tanques se derretían como
mantequilla, las casas se derrumbaban.
Londres
fue la primera ciudad en caer, luego Nueva York, le siguieron París, otros
sitios de Estados Unidos, pronto toda Australia, de allí saltaron por Asia y
llegaron a Europa. El mundo era de ellos. Nos rendimos pronto y una mañana, el
día de la derrota, ocurrió lo increíble: emitieron un comunicado por la
televisión mundial.
Platypus
I habló a los humanos, ahora los esclavos de los ornitorrincos. ¡Habían
desarrollado nuestro lenguaje! Entre ellos no lo precisaban porque se
comunicaban mentalmente, pero el ser humano era inferior y necesitábamos que
nos dieran las órdenes en nuestro idioma, algo que no les costó mucho aprender.
Platypus
I nos habló por la tele: estaban hartos y nos harían pagar por todo lo que les
habíamos hecho. Nos odiaban por muchas cosas. Primero, estaban hartos de que
los confundiéramos con patos. “Miserables humanos”, dijo Platypus I, “aunque
tenemos pico no somos patos. Nunca más nos diréis eso”. Y después añadió: “Y
tampoco nos gusta que nos llaméis la pesadilla de Darwin. Nunca más”.
La
pesadilla de Darwin… Eso sí que era bueno: cuando el naturalista inglés Charles
Darwin vio un ornitorrinco en 1836 puso en duda todas sus teorías de la
evolución. Desde entonces, los ornitorrincos fueron odiados por los
naturalistas y los estudiosos del siglo XIX. A muchos los mataron porque eran
una criaturas malditas: un error abominable de la naturaleza. Tenían mamas, es
decir, eran mamíferos vivíparos. Sí, pero ponían huevos. Entonces eran
ovíparos. ¿Las dos cosas a la vez? Esos bichos se burlaban del naturalista
sueco Carl Linneo que en 1753 publicó una clasificación completa de 7.300
especies.
Linneo
dijo que los mamíferos eran vivíparos. Ahora llegaba el ornitorrinco que no
paraba de poner huevos. Linneo aseguraba que los animales con pico volaban. El
ornitorrinco era un gran nadador y de volar nada. Linneo aseguraba que un
animal con pico no tenía dientes. Pues los ornitorrincos tenían buenos dientes.
La
verdad, los maltratamos mucho, y si no hubieran sido los ornitorrincos, otros
animales igual de maltratados se hubieran revelado contra nosotros: la foca
monje, la ballena, los monos, los perros… ¡Hasta las vacas, las ovejas o las
gallinas podrían haber reclamado justicia! Simplemente, los ornitorrincos no
querían seguir los desgraciados pasos del Dodo, un raro pájaro de Madagascar
que extinguimos a finales del siglo XVII. El último Dodo se vio en 1674…
En
fin, que perdimos la guerra. En las conversaciones de paz los políticos fueron
incapaces de conseguir nada, y desde entonces fuimos esclavos, desde ese día,
desde “El Día del ornitorrinco”.
Nos
llevaron fuera de las ciudades y nos pusieron a trabajar para ellos. En muchos
sitios nos usaban para construir una especie de pirámides, como las de los
faraones, pero con la forma del pico del ornitorrinco, para así celebrar la
tiranía de Platypus I. En China, haciendo sombra a la Gran Muralla, se
levantaba un pico de tamaño descomunal. En Nueva York, un pico enorme superaba
en altitud al Empire State Building. En Kuala Lumpur, Malasia, el monumento a
Platypus I era dos veces más alto que
las Torres Petronas. Fue un tiempo
terrible, pero afortunadamente, de pronto, las cosas cambiaron…
En
un lugar oculto un grupo de humanos resistía a los ornitorrincos. Situados en
una fortaleza bajo tierra en el desierto de lo que en otro tiempo había sido el
mar del Aral, ahora un enorme territorio salado a causa del desastre ambiental
que habíamos causado nosotros durante años, allí abajo, bajo toneladas de sal,
la resistencia logró el arma que acabó con los ornitorrincos. Es que al hombre
se la ha dado muy bien, siempre, eso de crear cosas para la destrucción.
La
clave la encontró un investigador en una novela antigua de Ciencia Ficción, en
“La guerra de los Mundos” de un escritor inglés, casi olvidado, H. G. Wells. En
ese libro, de 1898, la humanidad se salvaba de una invasión extraterrestre contagiándolos
con un virus parecido a la gripe o al catarro común, al que los marcianos no
eran resistentes.
De
esa novela salió la idea salvadora. Los ornitorrincos eran super ornitorrincos
porque se habían atiborrado a antibióticos. Uno de los problemas de tomar
tantos antibióticos es que te haces menos resistente a las super bacterias.
Algo que nos pasaba a los humanos desde hacía muchos años, al habernos auto
medicado con antibióticos sin hacer caso a los médicos, tratándonos
enfermedades que no necesitaban esos medicamentos, como el refriado o pequeñas
molestias de garganta.
Por
eso, siguiendo la idea encontrada en la novela de H. G. Wells, se fabricaron
unas bombas víricas con neumococos. Cuando estallaron, los ornitorrincos
sufrieron neumonías, otra infecciones, y se pusieron muy enfermos. Platypus I
se murió pronto, y sin su líder, empezaron a retirarse a sus antiguos hábitats
y pudimos reconquistar las ciudades. Así, recuperamos lo que nos quedaba del
planeta, totalmente arrasado después de aquellos años que vinieron tras “El Día
del ornitorrinco”.
Ahora
estamos reconstruyendo el mundo. Pero ya no somos los mismos. Esto nos ha
cambiado profundamente. Nos hemos jurado proteger a los animales, tratar mejor
nuestro entorno, y leer más. La salvación se encontraba en una novela. Hacemos
más caso a los libros, no paramos de leer. La solución a casi todos los males y
problemas se encuentra en los libros.
Hace
poco hemos encontrado una novela de un escritor checo, Karel Čapek, que la
escribió en 1936. Se titula “La guerra de las salamandras” y en ella se nos
advierte de una posible rebelión de unas salamandras gigantes super
inteligentes. Ahora que lo hemos leído estamos preparados. El conocimiento es
poder. Algo que no teníamos cuando nos atacaron los ornitorrincos, después de
despreciar a la lectura y a las humanidades durante años. No volverá a ocurrir.
“El
Día del ornitorrinco” nos ha hecho mas responsables con el medio ambiente, con
nuestro planeta, pero también nos ha devuelto nuestra relación con la
literatura y los libros, que maltratamos durante décadas. Si pudieran, los
libros también se revelarían contra nosotros, contra nuestros móviles y
nuestras tabletas, contra nuestros ordenadores y contra Netflix. Pero bueno,
eso ya es otra historia, y además, desde ahora vamos a tratarlos con cariño. Así
fue como los libros fueron nuestra salvación y nos liberaron de “El Día del
ornitorrinco”.